En mi artículo de la semana pasada "dije" que ciertas instituciones propician el crecimiento económico y que tienen su origen en la cultura dominante en una sociedad. La cultura es "el lente a través del cual vemos al mundo...", y a veces resulta favorable al crecimiento.
Un libro valioso de Joel Mokyr (JM) se ocupa extensamente del tema (341 pp.): A Culture of Growth - -The Origins of the Modern Economy- - (Princeton University Press, 2016). JM ofrece, con modestia, lecciones de relevancia. Aquí van unas cuantas de ellas.
- JM atribuye una importancia central a dos ideas definitorias de la Ilustración Europea (siglo XVIII), a saber: "el concepto de que el conocimiento y el entendimiento de la naturaleza pueden y deben ser usados para el avance de las condiciones materiales de la humanidad, y la creencia de que el poder y el gobierno... están para servir a toda la sociedad".
-La convicción de que el progreso no sólo es posible, sino que además es deseable, constituye una creencia cultural crítica impulsora del crecimiento económico. Destacar este punto puede parecer absurdo en pleno siglo XXI, pero abundan todavía las nociones contrarias, a menudo vestidas de consideraciones moralistas.
-"¿De la cultura de quién hablamos cuando estamos discutiendo los orígenes culturales del crecimiento económico?", pregunta JM. Y responde: "... lo que cuenta desproporcionadamente es la cultura de una élite educada... las creencias y las actitudes de un segmento pequeño pero decisivo de la población".
-Más específicamente, JM atribuye un papel crucial a los que llama "empresarios culturales", personajes similares a los que otros autores han calificado como "empresarios ideológicos". Se trata de individuos excepcionales que no sólo plantean una nueva interpretación de la realidad, sino que son capaces de transformarla en acciones.
-La innovación es el motor del progreso tecnológico. Una sociedad caracterizada por normas culturales individualistas es conveniente para la innovación, porque no penaliza las posturas heterodoxas, las visiones no convencionales - -e incluso las irreverentes- -, que cuestionan la sabiduría prevaleciente. En el acartonado lenguaje actual, esto se llama "pensar fuera de la caja".
-El cambio cultural y, por tanto, el crecimiento económico, depende del grado de competencia en "el mercado de las ideas". Las innovaciones pueden minar las creencias que son la base del estado de cosas (el statu quo) y amenazar por tanto las posiciones de poder. En consecuencia, no es de extrañar que el proceso genere reacciones que derivan en conflictos.
-La noción de que el progreso es posible y deseable no ha ignorado la importancia de cuestiones claves como ¿qué clase de progreso se plantea? ¿para qué? ¿por qué medios se logrará? ¿progreso para quién? ¿qué tipo de instituciones lo acompañarán para atenuar las dislocaciones que traerá el crecimiento económico? etc. Todas debatibles, por supuesto.
"Cuando yo uso una palabra - -dijo Humpty Dumpty- - esta significa lo que yo quiero que signifique..." (Lewis Carroll).
-Con todo respeto para muchos escritores y analistas, conviene aclarar que las variables económicas no se "desempeñan" (ni se "comportan"). "Desempeñar" es algo que hacen las personas, no el valor de las monedas, por ejemplo.
-Los cambios, digamos, en una herramienta técnica como es un índice de precios, son neutrales de por sí. Puede ser que no coincidan con lo esperado por un observador, que entonces se "decepciona". Pero, en todo caso, "decepcionar" no es un atributo intrínseco del indicador.
-Desde 1995, cuando se adoptó el sistema de "libre flotación", los términos correctos para designar los altibajos del tipo de cambio son "depreciación" y "apreciación".
-El "nearshoring" (un término feo) está de moda en los medios de comunicación, pero no en las estadísticas: en el último trimestre de 2022, la nueva inversión extranjera fue 32% menor que la registrada en el mismo periodo de 2021.
-El PIB de México creció quizás 3.1% en 2022, prestando base a cierta retórica complacida ("vamos bien"). Sin embargo, a lo largo de los pasados cinco años el PIB real por persona ha tendido en general a descender como proporción del correspondiente a Estados Unidos.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.