Contrario a lo que popularmente se piensa, no es la cultura o los recursos naturales lo que hace que los países sean capaces de distribuir la riqueza, crear oportunidades para todos y generar un verdadero estado de bienestar. Y no, tampoco es el gobierno central con sus dádivas en forma de programas sociales lo que genera riqueza a largo plazo.
Es la innovación empresarial y el emprendimiento, o la capacidad de los ciudadanos de crear nuevas iniciativas empresariales, lo que realmente explica el crecimiento económico y el bienestar. El economista austriaco Joseph Schumpeter en su obra “Teoría del Desarrollo Económico” (1912), ya recalcaba la importancia del empresario y de la innovación como principales causas de generación de riqueza. Lo que el llamaba “Destrucción creativa”, o la capacidad de cambiar lo viejo por la introducción de mejores métodos, productos, servicios etc., es lo que impulsaba la generación de mayor flujo de capital y por ende, de mayores posibilidades de bienestar. Más recientemente, economistas como Elhanan con su libro El Misterio del Crecimiento Económico, y el último premio Nobel de Economía Paul Romer, nos han vuelto ha recordar que es la capacidad de las empresas para innovar y de los ciudadanos para emprender, lo que más explica el crecimiento económico y aún más importante, la distribución de la riqueza. Una gran cantidad de estudios señalan una correlación positiva entre el nivel de innovación y emprendimiento, y el bienestar social y el ingreso económico de los ciudadanos. Países innovadores y con altos estándares de vida son Suecia, Suiza, Dinamarca, Singapur, Corea del Sur, etc.
Y por supuesto Estados Unidos, que desde hace décadas ha mantenido una hegemonía en cuanto a desarrollo tecnológico. Estos países no invierten más en innovación porque son más ricos. Son más ricos porque han invertido más en innovación, y por la cantidad y calidad de emprendimiento; esto es lo que hace que estén por encima de otros países en cuanto a ingreso económico y calidad de vida.
Hasta este momento, el estimado lector se estará preguntando, ¿Pero por qué estos factores? Para explicarlo, imagine a los aztecas en el Valle de México. Los aztecas, como muchas otras culturas Mesoamericanas, no concebían el concepto de innovación y creación de nuevas empresas. Las personas nacían siendo constructores, agricultores o artistas, y morían siéndolo. Nadie o muy pocos se preocupaban por crear nuevas iniciativas que terminarán en mejores productos o servicios. Sí una persona decidía sembrar maíz para intercambiarlo en el mercado, le quitaba la oportunidad al agricultor de al lado, porque había un mercado estático y limitado que no evolucionaba. Es decir, el tamaño del pastel se mantenía igual, porque no había creación. Imagine lo que ocurre hoy en día en los países más avanzados.
El pastel se hace cada más grande gracias a la innovación. Un zapatero puede crear productos diferenciados y así, no competir y no quitar el pedazo de pastel al de al lado. Ahora imagine también que sería de nuestras vidas sin empresas que han creado iniciativas que nos permiten estar más y mejor comunicados. O empresas farmacéuticas que han invertido cientos de millones en innovar en medicamentos que hoy en día están curando enfermedades que antes era imposible tratar. O empresas que han creado sistemas para mejorar la calidad del agua, reducir la emisión de contaminantes, crear autos híbridos, etc. Sin mencionar la cantidad de empleos que han creado. Si estás empresas no hubieran existido, miles de personas no tendrían un trabajo bien remunerado. Estas empresas nacieron como pequeños emprendimientos de gente joven que tenía un sueño.
Si ya sabemos que la innovación y el emprendimiento ocasionan el bienestar y la riqueza, ¿por que algunos países no son capaces de promover estos factores y otros si?
William Baumol en su extraordinaria obra “Good and Bad Capitalism” (2009), y Daron Acemoglu con sus años de investigación en el MIT, nos dan una pista clara: son las instituciones o las reglas del juego las que permiten que cualquier empresa y emprendedor, independientemente de su condición social o de sus redes de amigos, pueda innovar y crear su propia empresa. Esto es lo que conocemos como “Capitalismo emprendedor”. Es lo que caracteriza a la economía Sueca, Danesa o la de algunos estados de la Unión Americana. Es donde florecen pequeños emprendedores que, gracias a la legislación pueden poner en jaque a grandes empresas sí su producto es superior. Las instituciones (reglas, leyes, cultura) están del lado del emprendedor para que puede crear nuevas y mejores soluciones.
Por el otro lado, tenemos el “Capitalismo clientelista”. Este tipo de economía se basa en amistades, en relaciones entre personas que ostentan y quieren permanecer en el poder, o con la hegemonía en el mercado. En este tipo de capitalismo, el talento emprendedor queda de lado para dar paso a la corrupción como moneda de cambio: con dinero, baila el perro. Sí, adivina bien el lector, México posee un capitalismo clientelista. Según “The Crony-Capitalism Index”, México ocupa el 6º lugar como país con la economía más clientelista del mundo, por arriba de cualquier otro país latinoamericano y africano.
Darón Acemoglu explica claramente como este tipo de economía tiene efectos perversos sobre la desigualdad y la pobreza. En un estudio realizado en diversos países donde el capitalismo clientelista está presente, Daron analizó el grado de innovación de las grandes empresas versus la de pequeños emprendedores. Se dio cuenta, paradójicamente, que en esos países las grades empresas pueden innovar más fácilmente y rápido. Es decir, pueden obtener sin tantas trabas una patente, o una legislación que sea favorable para la introducción de un nuevo producto que han desarrollado, u obtener los derechos de propiedad intelectual. Pero para los pequeños emprendedores era prácticamente imposible. Las trabas gubernamentales, las instituciones hechas a la medida de las grandes empresas, y la corrupción que beneficiaba al que mejor pagaba (grandes empresas), impedían que pequeños empresarios pudieran irrumpir en el mercado con mejores servicios o productos. *Off the record: ¿Alguien tiene duda de porque Uber nunca hubiera nacido en México?
En el estudio, se identificó que las grandes empresas tenían redes gubernamentales que los beneficiaban, o podían corromper para diseñar leyes a su medida. Esto, explica Daron, tiene enorme efectos sobre la pobreza y la desigualdad social. Aquellos que pueden innovar y emprender, acaparan el mercado y los beneficios económicos que esto trae consigo. Difícilmente un pequeño emprendedor podrá competir pagando mejores “mordidas”. En este contexto, la diferencia entre el que puede corromper y el que no, genera las grandes desigualdades sociales. Al final, somos todos los que salimos pendiendo con un sistema que premia la corrupción y el clientelismo, por encima del talento y la innovación.
Qué no nos engañen, es la innovación y el emprendimiento lo que genera bienestar y riqueza a largo plazo; una robusta evidencia científica lo indica. Pero son las reglas del juego claras e incluyentes, lo que permiten que cualquier emprendedor o empresa, independientemente de sus relaciones o su capacidad económica para corromper, lo que hace que tengamos más innovación y por ende, que el pastel se haga más grande y con rebanadas para cada persona.
Publicado originalmente en Forbes.