El dinero de los demás (1991) fue una adaptación de una obra de teatro del mismo nombre, la cual uso en la clase que doy de fusiones y adquisiciones porque las medidas de defensa están muy bien ejemplificadas.
Las olas de fusiones y adquisiciones (Mergers & Acquisitions, M&A) para esa época estaban marcadas por la emisión de bonos chatarra de la que el “rey” (más precisamente, el padre del mercado secundario de los bonos chatarra) fue Michael Milken. Si bien acabó en la cárcel, obtuvo un premio de economía que no pudo recoger precisamente por estar recluido, pero solo duro 22 meses. La correduría en la que trabajaba se fue a la quiebra: Drexel Burnham Lambert. Por más apalancada que estuviera una empresa, podía emitir bonos con calificación menor a BBB- y así financiar la adquisición del target (empresa objetivo de compra).
También fue una época marcada por los raiders, aunque la traducción literal es asaltante, se refiere a adquirir empresas de manera hostil, en el sentido de que el target no quiere ser adquirido. Estas operaciones se pueden presentar en Los Estados Unidos porque la mentalidad de las empresas es no solo cotizar en bolsa para financiar su crecimiento, sino que además colocan, en términos prácticos, todo su capital: los accionistas originales prefieren hacer cash-out y dedicarse a otra cosa (¿disfrutar lo trabajado?). En México, el término de adquisición hostil adquiere otra dimensión: son unas cuantas empresas las que cotizan y además solo emiten una proporción menor de su capital. Sin embargo, se documentó cómo, en el 2016 en Quintana Roo se despojaba “legalmente” con corruptos juicios a dueños de hoteles y predios desde el gobierno estatal. Solo en México.
También vemos las defensas que se pueden presentar por los targets antes y después de haber recibido la oferta hostil. Los nombres son coloridos. Al conjunto de medidas se le conoce como “defensa contra tiburones” y hay mecanismos, pre-oferta, como la “píldora venenosa” (hacer más costosa o menos atractiva la adquisición del target), el “abrazo del oso” (saltarse a la administración de la empresa acudiendo directamente al consejo de administración), el “paracaídas de oro” (otorgar a la C-Suite -los directivos- paquetes de salida atractivos, aunque tiene un efecto menor en detener una adquisición), la “super-mayoría” (se toman decisiones con más del 80% o 90% de los votos).
La etapa post-oferta también tiene defensas coloridas como “simplemente di no” (parafraseando a Nancy Reagan, esposa de Ronald Reagan que usó ese eslogan para que los niños no probaran drogas), “greenmail” (no tiene traducción, pero es digamos lo contrario al “blackmail”: el target ofrece pagarle al acquirer para que desista de la adquisición. Esta medida duró hasta que el IRS decidió aplicar una tasa impositiva del 50%), la “joya de la corona” (deshacerse de una división importante del target), “Pac-Man” (el target acaba comprando al acquirer), la defensa del “caballero blanco” (se vende la empresa, pero a un tercero amigable). Solo por mencionar algunas.
Sin platicar la película, Danny DeVito es el entrañable “Larry, The Liquidator” porque compraba las empresas para venderlas por partes y obtener más dinero, solo que se topa con la sofisticada abogada experta en fusiones y adquisiciones, hija de los tradicionalistas dueños de la empresa. A “Larry” le encantaba usar el dinero de los demás para lograr sus propósitos. Se la recomiendo.
En México el dinero de los demás adquiere otra dimensión: seguir pagando un aeropuerto autofinanciable; obras faraónicas sin sustento económico; mantener fracasadas dictaduras y ahora a trabajar más para mantener migrantes. Que se amuelen los mexicanos. (¿Por quién votó?).
El autor es profesor de Finanzas en EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en El Financiero.