La astucia de Madame Le Pen y la relación con México

No debemos ignorar en un futuro los efectos de un discurso antinmigración en México

Dejando de lado la controversia que siempre ha rodeado a la familia Le Pen y sus movimientos políticos, no se puede ignorar el carisma y genio político de Marine. Después de perder dos elecciones presidenciales en Francia contra de Emmanuel Macron, le Rassemblement National (RN – Agrupación Nacional) se apunta a ganar sus primeras elecciones parlamentarias. ¿A qué se debe este cambio? Hay varios factores importantes como el costo de vida en el país galo y la impopular guerra de Ucrania, pero la migración es el factor más resaltable.

Marine Le Pen alude a un par de “esencias” de la identidad francesa que son “corrompidas” por la llegada masiva de migrantes. Primero, Francia es la república laica por excelencia. Esto significa que los gobiernos galos establecidos después de la Revolución Francesa, por lo general, no toleran ninguna influencia religiosa en la toma de decisiones gubernamentales. El RN defiende que los inmigrantes musulmanes, de alcanzar el poder político, pudieran eliminar este principio republicano. Por otro lado, muchos franceses se autoperciben como una nación cultural y étnicamente homogénea. El mismo movimiento argumenta que la llegada de otras culturas puede cambiar los valores, costumbres, comida, actitudes y relaciones interpersonales en el país de manera nociva.

¿Qué tiene que ver Le Pen con México? Promover un aumento de la inmigración a México puede mejorar problemas de política pública causados por el cambio demográfico. Pero las victorias electorales de Marine ejemplifican las tensiones sociales inherentes a un multiculturalismo forzado. En México es común escuchar quejas acerca de la gentrificación de áreas icónicas de CDMX (ej. Roma, Condesa, Polanco, etc.), culpando a los inmigrantes por presuntamente elevar el costo de bienes de consumo, menospreciar y marginalizar la música y costumbres locales, y hasta por empeorar la fabulosa cocina mexicana. En la otra cara de la moneda, también se empiezan a percibir algunas actitudes xenófobas hacia poblaciones migrantes centroamericanas. Las mismas son, irónicamente, muy similares al menosprecio que Donald Trump expone en contra del migrante mexicano en EE. UU. Independiente de cuan ciertos sean estos reclamos, no debemos ignorar en un futuro los efectos de un discurso antinmigración.  

¿Pero, cuál es la conexión con nuestro país? México, al igual que los países ricos y sus compatriotas de América Latina (Figura 1), atraviesan un cambio demográfico en el cual la esperanza de vida sigue subiendo mientras la tasa de fertilidad continúa cayendo. Tal realidad demográfica es catastrófica para cualquier sistema de pensiones. Por un lado, una mayor esperanza de vida eleva la cantidad de personas que el gobierno tiene la responsabilidad de cuidar.  Por otro lado, el descenso de la natalidad provoca el encogimiento de la fuerza laboral y, por tanto, del número de contribuyentes. Como resultado, si no se toman decisiones con repercusiones a largo plazo, se avecina un déficit presupuestario en los sistemas de pensiones.

Una opción –implícitamente apoyada entre la clase política de Washington y Bruselas— es que se deje entrar a más migrantes. En su mayoría, los inmigrantes tienden a ser más jóvenes que la edad promedio de los países de acogida y pueden llegar a estar más preparados académicamente que el promedio de la población local. Esto implica que son un sustituto ideal para la fuerza laboral que envejecerá y no será reemplazada por un crecimiento poblacional orgánico. Sin embargo, esta política puede desembocar en la tensión social que generan los intercambios culturales.

Ahí es donde el discurso político antinmigración se relaciona con los retos del cambio demográfico. Para evitar la insolvencia de los sistemas de retiro, los países se ven obligados a subir los impuestos, replantear la edad para empezar a recibir beneficios o mejorar los sistemas privados de retiro, entre otras políticas. Mientras tanto, para elevar la tasa de natalidad, las parejas jóvenes necesitan ayuda para costear la crianza y que la maternidad/paternidad no sea un limitante en su desarrollo profesional. En otras palabras, el cambio demográfico plantea grandes desafíos que no debemos ignorar en el discurso de la política pública.
 

El autor es profesor investigador del Departamento de Finanzas y Economía de Negocios de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Forbes.

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