En Estados Unidos sigue "caliente" el debate sobre los efectos de las medidas recientes de alivio de la crisis económica. Aun así, ya se está planteando, por parte tanto de legisladores demócratas como de la Administración Biden, un paquete adicional de gasto público, por 3 trillones de dólares, destinado a la construcción de infraestructura. Un dato de apenas la semana pasada agregó calor a la discusión: la tasa de desempleo bajó sorpresivamente a 6.2%, un nivel todavía lejano de la normalidad, pero ya no tanto. Ello concuerda con la revisión de los "pronósticos" sobre el crecimiento del PIB real, que han aumentado notablemente, hasta 6.5 por ciento.
Lo anterior lleva, sin remedio, al menos a dos consideraciones: 1) se acentuarán los temores sobre un alza de la inflación; y, 2) se precisarán los elementos de un aumento de impuestos (empezando quizá por una elevación de la tasa del gravamen sobre las utilidades de las empresas a 28%). Esto último es inevitable. Como reza un principio básico de finanzas públicas: "Hay sólo dos maneras de pagar por el gasto gubernamental: impuestos hoy o impuestos mañana". La frase no es mía, pero la suscribo por completo.
En cuanto a la economía de México, es razonable suponer que, en el corto plazo, las políticas expansionistas de Biden se traducirán en consecuencias positivas (vía exportaciones y remesas, principalmente). Más adelante, el efecto será posiblemente negativo, por tres razones: 1) tarde o temprano, cuando la inflación se manifieste, las políticas tendrán que cambiar de signo, y quedarán entonces al descubierto las distorsiones creadas por el Fed y el fisco, tanto en los mercados financieros como en los de bienes y servicios; 2) ocurrirán, por tanto, ajustes en las tasas de interés, en los precios de los activos, en los tipos de cambio y en los precios de las materias primas, generando un ambiente de incertidumbre que es contrario al crecimiento económico alto y estable, y, 3) aumentará la injerencia del gobierno en la economía, reduciendo la flexibilidad que caracteriza a una economía eficiente.
Uno de mis lectores cuestionó lo que llamé en mi artículo anterior una "conjetura inquietante". ¿En qué consistió? En la idea de que "el tamaño relativo del gasto público (con respecto al PIB) no regresará a su nivel anterior a la pandemia. (A esto se le llama en finanzas públicas un 'efecto desplazamiento'). El gobierno encontrará, como siempre, otros 'problemas' de qué ocuparse".
Para avalar la "conjetura" descrita es conveniente echar mano de un episodio histórico reciente. Me refiero a lo sucedido en ocasión de la crisis financiera y económica de Estados Unidos, conocida como la Gran Recesión 2008-2009. La gráfica ilustra la trayectoria del gasto público (GP) como fracción del PIB, entre 2000 y 2020.
En general, como puede observarse, el cociente GP/PIB ha venido creciendo. En los años inmediatos anteriores a la crisis se situaba alrededor de 19%. Frente el desajuste financiero y a la recesión subsecuente, el gobierno (keynesiano) aumentó abruptamente su gasto, lo que llevó la relación a un poco más de 24%. Es cierto que descendió después, pero se quedó en 21%, esto es dos puntos porcentuales por encima de lo observado antes de la Gran Recesión. La emergencia terminó, pero el tamaño del gobierno aumentó --es decir, se "desplazó" hacia arriba--.
Y en eso llegó la pandemia. El presidente Trump, con el apoyo del Poder Legislativo, puso en práctica dos paquetes de apoyo que dispararon el gasto, hasta llevarlo a 31% del PIB, una cifra sin precedente. El paquete del presidente Biden mantendrá la tónica expansionista. En este sentido, republicanos y demócratas exhiben diferencias de grado, pero no de clase.
Publicado originalmente en Reforma.