Uno de los grandes aprendizajes que nos deja la crisis pandémica es que nunca estaremos lo suficientemente preparados para el futuro. La institucionalidad internacional parecía más preparada para el pasado de la guerra fría que para crisis sistémicas como la pandemia o para la que está a la vuelta de la esquina: el cambio climático.
Las empresas tampoco estaban preparadas. La mayoría sigue trabajando bajo paradigmas de control y jerarquía vertical que le impiden desarrollar estrategias flexibles y competencias innovadoras en sus equipos para concurrir en un mercado crecientemente global, digital y extremadamente disruptivo. Ninguna empresa está exenta. Empresas que dominaban industrias (como, por ejemplo, Blockbuster en el entretenimiento audiovisual, Compaq en la computación, o Panam en la aeronáutica) hoy quedaron en la nostalgia.
El problema fundamental es que las empresas aún basan su actuar en paradigmas rígidos y conservadores que no les permiten ser constructoras de futuro. Los líderes empresariales parecen más interesados en evitar el riesgo y mantener el statu quo para lograr obtener retornos económicos que en generar valor desde el riesgo y la novedad. Parecen más interesados en estandarizar que en crear. El rol creativo de los negocios se ha dejado de lado, cuando es en realidad el fundamento de su existencia y lo que permite a las empresas construir el futuro.
La figura del artista puede servir como metáfora para rescatar la creatividad que da origen al acto empresarial. El artista es alguien que no le tiene miedo a la incertidumbre. Por el contrario, crea desde y gracias a la incertidumbre. Es ese espacio incierto y ambiguo el que le permite explorar su creatividad.
Pensemos en cómo un pintor crea su obra. Primero, imagina lo que quiere pintar, delinea una estructura y luego se lanza a pintar. Con cada pincelada emerge la obra. De cierta forma, sabe que la obra no le pertenece a él. Una energía creativa, que es más que nada impersonal, lo embarga y se apodera de su mano. La obra final tiene que dejar espacio para interpretaciones de los observadores. Si la obra es muy evidente, pierde su belleza. Pensemos en las obras de Dalí o de Van Gogh: la belleza es en sí ambigua.
En tiempos inciertos como los actuales, los líderes empresariales deberían voltear a ver a los artistas y aprender a crear desde la incertidumbre. Eliminarla nunca ha sido posible porque el futuro es inherentemente desconocido. Esto parece evidente, pero es una regla que solemos olvidar en épocas menos turbulentas o en nuestro día a día. A pesar de las promesas de los tecnócratas de que la gran capacidad de captura y análisis de datos que hemos desarrollado gracias a los avances tecnológicos podría permitirnos una manera de predecir el futuro (lo que se conoce como “predictive data analytics”), el mundo político y de los negocios es cada vez más incierto.
Entender el futuro como inherentemente desconocido nos invita a explorar paradigmas de negocios que se alejan del control y la planeación y se acercan más a la imaginación para crear futuros. “La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”, decía el gran filósofo de los negocios, Peter Drucker. Sin embargo, al igual que el artista contiene una energía creativa que no siempre le pertenece, la implementación de iniciativas empresariales no depende exclusivamente de nuestros deseos y planes de negocio, sino de un conjunto de condiciones del entorno y relaciones que no podemos controlar. No hay acción que garantice el éxito futuro.
De ahí la importancia de la valentía en un mundo incierto y ambiguo. El artista exitoso es alguien valiente porque está dispuesto a recorrer un camino que nadie ha jamás caminado para así lograr una obra bella y original. El empresario exitoso también debe serlo.
Recuerdo aún mis primeros años de estudiante de pregrado cuando un profesor dijo: “A más riesgo, más retorno”. Es una premisa de los negocios que no podemos olvidar. Si queremos crear valor a través de las empresas, tenemos que tomar riesgos, no eliminarlos. Este camino siempre implica hacer algo de manera diferente. Lo que resuena con el famoso verso del poeta Robert Frost que decía en su poema The road not taken (El camino no elegido):
“Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.”
Nos enfrentamos al desafío de cambiar paradigmas que han dominado los negocios por décadas. El mundo clama que la creatividad y la imaginación tomen las empresas para crear un futuro próspero, justo y sostenible. Aunque fallemos una y mil veces, hay que lanzarse a lo desconocido. Porque el único espacio creativo que se nos ha otorgado es aquel que desconocemos.
El autor es profesor de planta de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en El Empresario.