Bajo el Acuerdo de París en 2015 se acordó mantener la temperatura del planeta debajo de los 1.5 C, para evitar un desastre mayor ocasionado por el cambio climático. Los expertos afirmaron que para lograr esto se requería disminuir las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) a “cero”, antes del 2050.
El 12 de noviembre, en Glasgow, se terminaron las conferencias, exposiciones y presentaciones de la COP26 (Conference of the Parties, de las 197 naciones que acordaron llegar a un nuevo acuerdo ambiental dentro de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático -CMNUCCs-). Con más de 40,000 asistentes, donde Brasil tuvo la mayor representación por país (quizás para justificar su alta tasa de deforestación que se incrementó 45% y un alza del 9.5% de GEI durante el año pasado), el grupo que tuvo una mayor presencia y en el que más se concentraron periodistas, tecnócratas, ambientalistas, burócratas, corporativos y uno que otro político, fue el dedicado a “como solucionar el impacto de los combustibles fósiles en el calentamiento global”. En los grupos de trabajo, el objetivo inicial fue evaluar cómo han evolucionado los planes de los diferentes países desde 2015, para ir proponiendo ajustes en el camino, redefinir legislaciones e implementando mejores prácticas y tecnologías, para reducir la emisión de combustibles fósiles a 0 para 2050, con un significativo avance para 2030.
Es no agregar GEI a la atmósfera, lo cual significa reducir las emisiones de CO2 (de combustión de gas, petróleo o carbón), de metano (producto de agricultura y ganadería) y de otros gases, lo más que se pueda. Asimismo, significa transformar los residuos al tiempo que se producen, por medios naturales como la reforestación y el incremento de biomasa vegetal, o de la conservación y restauración de tierras húmedas, o por medio de procesos de economía circular para rediseñar los ciclos tecnológicos de los residuos y crear un efectivo sistema de capitales (social, ambiental y económico) para las regiones, principalmente para los países en desarrollo. Esta es la teoría, la práctica es realmente complicada y requiere de la convergencia de muchos factores para poderse aplicar.
China, el mayor productor de CO2, y Rusia, tercer emisor, proponen llegar a ser carbón neutral para 2060, pero sin decir cómo; India el cuarto emisor, se pone como meta 2070, sin planes visibles. Otros grandes países también han prometido lo mismo, pero no hay evidencia medible de como lo lograran. Los ambientalistas y algunos científicos dicen que los principales lideres (EE. UU., China, Rusia, India, Brasil, etc.) no se ponen de acuerdo y que la meta de no subir de los 1.5 C no se va a alcanzar, con o sin COP.
El anfitrión, Boris Johnson, expresó que el Reino Unido es el país que tiene la mayor generación eólica offshore del planeta, y ha hecho grandes inversiones en tecnología de hidrógeno limpio. Quiere exportar know-how y liderear la inversión verde para impulsar la “revolución industrial verde” en todo el planeta (The Economist, 6/11/2021). Veremos si, con las consecuencias del Brexit, esto se logra en el largo plazo.
El presidente Joe Biden se vio optimista y aunque un poco tímido en sus propuestas. Declaró que es posible que los EE. UU. en esta ocasión reaccionen positivamente para cumplir con las metas. Por otro lado, criticó a Rusia y China por no asistir a las asambleas plenarias del evento.
Junto con ellos dos, otros mandatarios coincidieron en que el Covid-19 causó grandes desequilibrios económicos y un retraso significativo en las prioridades de inversión en planes y proyectos para la transición climática.
Bill Gates, en uno de sus discursos en la COP26, dijo que vio avances con respecto a lo pactado en París; sin embargo, agregó que no ha sido ni suficiente ni uniforme, o sea, que unos países han hecho parcialmente su tarea: los países con más compromisos (EE. UU., entre ellos) anuncian que para 2050-60 llegarán a la meta de neutralidad de carbono, pero no se ve que se vaya a lograr sin implementar planes de choque mundialmente comunes, concretos y efectivos. Por otro lado, pareció que los países en desarrollo, que son también grandes productores de GEI, solo vinieron a pedir dinero para lograr sus metas.
Innovar fuerte y efectivamente hacia el uso de energías limpias, en la generación, en la distribución, en el enfriamiento y calefacción de edificios. También en la revolución industrial verde, lo cual hará que las cadenas de producción, y las extendidas, se responsabilicen en general de la descarbonificación de toda la economía. En esto estuvieron de acuerdo los grandes corporativos petroleros y los cientos de nuevas empresas que se han creado para ofrecer energías limpias alternativas de forma más eficiente y a costos muy competitivos.
Este tema lo reforzó Bill Gates, al darle relevancia al involucramiento fuerte y decisivo del sector privado, que en conjunto con el gobierno y las ONG, está apoyando la transición, especialmente en los sectores minero, transporte, financiero (energías verdes) y uno que ha adquirido cada vez más relevancia: la agricultura y la ganadería, por su gran impacto en los GEI. Un caso interesante ha sido la creación del programa internacional Breakthrough Energy Catalyst (BEC), en donde un puñado de corporaciones impulsan la creación de nuevas tecnologías y practicas orientadas a reducir el Green Premium (lo que se paga adicionalmente por ser limpio) de los grandes sectores contaminadores (producción de energía, acero, cemento, plásticos), programa que se está impulsando con éxito.
Otro tema al que se dio relativa importancia fue el de la movilidad de fondos económicos hacia el apoyo a la “adaptabilidad” de los países que menos han hecho por su poca preparación (readiness) contra los desastres naturales, porque son los más afectados por las grandes catástrofes –cada día más frecuentes—, endeudándose y haciéndose más pobres. Varias organizaciones de países africanos, asiáticos y latinoamericanos pusieron esto de manifiesto al reclamar la necesidad de redefinir los financiamientos para mejorar la adaptabilidad y la lucha en contra de la pobreza extrema. Está claro que, sin un financiamiento adecuado y bien monitoreado por las potencias económicas, esta problemática continuará sin resolverse.
Con respecto a la agricultura y ganadería, dos actividades altamente contaminadoras del medioambiente, se presentó el programa de Agricultural Innovation Mission for Climate, diseñado para ayudar a los países a adaptar sus tierras, procesos, y sembradíos para contrarrestar los mayores y más frecuentes desastres como las sequías, los incendios y las inundaciones. Sin embargo, si no se le da al estado de derecho la debida relevancia y se establecen medidas claras de transparencia del uso de los fondos, estos programas desaparecen en el largo plazo, como reclamaban los países donantes.
Por último, mientras que los aficionados a la administración pública, reguladores, cabilderos y activistas se dedicaban a deliberar acerca de las políticas necesarias para lograr las metas, un buen número de tecnólogos analizaban las tecnologías más apropiadas y económicamente factibles para reducir el impacto de las energías fósiles. Se trata de reducir el Green Premium, y alcanzar de forma más acelerada las metas globales del cambio climático.
Entre otras, se mencionaron tecnologías para:
En la exposición, decenas de empresas mostraron sus propuestas para comercializar tecnologías novedosas y fue enorme la oferta de posibilidades efectivas y económicamente viables. Aunque el mercado estimado es de cientos de billones de dólares, todavía falta mucho para sensibilizar a industrias, gobiernos y al ciudadano para lograr las metas de París. Esto se debe a la ineficacia de los planes de negocio que se utilizan para valorar estas nuevas tecnologías, y a la miopía de los gobiernos para poder desacoplar el crecimiento económico del impacto ambiental y social que puede crear un crecimiento no controlado.
La sustentabilidad cuesta, es compleja y requiere que intereses colectivos se alineen. Y si no hay un retorno a la inversión, todavía es muy difícil convencer a la iniciativa privada y a los gobiernos de invertir en estrategias sustentables en el largo plazo.
Sin embargo, si no se siguen todas las directrices, por todos los países, evitando la tragedia de los comunes –“lo bueno para unos pocos, es malo para todos”—, con una visión holística de ganar-ganar para todos, el calentamiento global es eminente, y sufrirá todo el planeta las consecuencias.
Después de escuchar y leer múltiples opiniones, noticias, comentarios de la COP26, me atrevo a concluir algo que no escuche explícitamente, pero creo es necesario añadir y enfatizar. Ningún proyecto, tecnología o programa funcionará si no hay una consciencia colectiva que trabaje en forma armónica y holística, con un solo gran propósito, el dejar un planeta que pueda autogestionar efectivamente sus grandes pero limitados recursos, incluso los humanos.
La humanidad puede desaparecer bajo innumerables amenazas, naturales o artificialmente creadas, pero el planeta permanece y tarde o temprano se volverá a recuperar o renacer, eso no lo sabemos ni lo podemos controlar. Pero está en nuestras manos el mantenerlo lo más sano que se pueda, para el bienestar de futuras generaciones.
El autor es profesor emérito de Sustentabilidad e Innovación Tecnológica en EGADE Business School y director de la iniciativa Sustainable Wealth Creation Through Innovation and Technology (SWIT).