A más de tres meses de la intervención de Rusia en Ucrania, el conflicto entre ambas naciones escala y evoluciona a grado tal de que ya es considerado una guerra. Y no solo me refiero al tema bélico; el conflicto también es económico. En esta segunda parte haré un balance de los acontecimientos durante el primer semestre del año; identificaré quiénes son los ganadores y perdedores de las principales “batallas económicas”; y cerraré el escrito con un par de reflexiones sobre los retos que se avecinan en la geopolítica a nivel mundial.
¿Qué eventos económicos han surgido a partir de la guerra[1]? El conflicto entre Rusia y Ucrania interrumpió el comercio internacional y profundizó la ya rota cadena de suministro[2]; provocó un alza estrepitosa en el precio de los commodities; y produjo una mayor volatilidad en los mercados financieros que llevó a presiones sobre las tasas de interés. Ha sido una combinación de acontecimientos bastante delicados, considerando la precaria y desigual recuperación económica.
Las consecuencias se han sentido desde Europa, pasando por Asia y África, hasta alcanzar el continente americano. Europa depende de manera crítica del gas natural proveniente de Rusia, lo que representa mayores costos de producción para las empresas y escasez de energía para los hogares. Adicionalmente, se requiere un mayor financiamiento para los programas que asisten a los más de 3 millones de refugiados que llegan desde Ucrania. En Medio Oriente y África se encuentran los principales países importadores de trigo proveniente de Rusia y Ucrania, pero también son países receptores de turistas de la zona del Cáucaso. Escasez de alimentos, inflación y condiciones financieras más rígidas han provocado un escenario económico complejo en esta región. Latinoamérica, por su parte, enfrenta una inflación promedio anual del 8%, lo que representa una disyuntiva para los Bancos Centrales: subir las tasas de interés en medio de una precaria o nula recuperación económica. El “saldo” para Asia es poco menos claro; si bien los consumidores de China, Japón y Corea sufren por altos precios en los granos, también surgen alternativas como la producción local o un efecto de sustitución en el consumo.
No todos los países o actores económicos han sido víctimas o perdedores; desde países exportadores de commodities, hasta firmas de abogados mercantiles o empresas productoras de armamento, hay – irónicamente- quienes ganan[3] en una guerra como ésta.
Mercado de granos. Según la FAO, desde el año pasado los precios mundiales de los alimentos (incluyendo carne, cereales, leche, azúcar y aceites) aumentaron en un 23%. No obstante, el efecto de este evento es muy heterogéneo entre culturas[4] y países. Por ejemplo, el costo de la canasta de alimentos representa cerca del 17% del gasto en los hogares de economías desarrolladas, pero hasta 40% para las familias africanas. Países con menor desarrollo económico tienen una dieta basada principalmente en granos en comparación con países industrializados que diversifican su alimentación entre la proteína animal, frutas y/o verduras. Los hábitos de consumo son clave; lugares como Egipto o Medio Oriente, donde predomina la cultura musulmana, existe una gran dependencia al consumo de trigo. En contraste, los consumidores en China, Japón, Tailandia y Corea del Sur tienen la facilidad de intercambiar un trigo caro por el asequible arroz.
No solo hay heterogeneidad en el patrón de consumo, lo hay también en la capacidad de producción. Naciones con ventaja comparativa en la producción de granos, como lo es E.U., pueden optar por utilizar el grano como fuente de energía alterna (etanol) en tanto que otros, como China, tienen la capacidad de acumular y comercializar reservas de trigo y maíz. También está el caso de la India, país que según la agencia Bloomberg, ha sido capaz de incrementar los cargamentos de trigo y aumentar su capacidad exportadora hasta por 7 millones de toneladas. Mención aparte merece Australia quien no solo ha visto incrementada la cuota de exportación de trigo a $36 la tonelada, sino que se ha convertido en uno de los países líderes en exportación de cebada[5]. Increíblemente, países que solían compensar la escasez en la producción mundial de granos, se han visto afectados por un mal clima. Éste es el caso de Canadá y Brasil.
Las commodities. Ucrania exporta casi la mitad del neón a nivel mundial, un gas inerte que se utiliza en la producción de microchips. Por si fuera poco, también es uno de los líderes en producción de aluminio, hierro, níquel[6] y paladio, elementos químicos clave en la producción de automóviles. El banco Morgan Stanley estimó que 67% del aumento en el precio del níquel representó cerca de $1,000 usd de incremento en los costos de producción de los vehículos eléctricos. Aerolíneas, empresas de transporte, productoras de fertilizantes y hasta supermercados han registrado un aumento en sus costos de producción ante el alto precio del gas natural y del petróleo.
Quienes parecen estar obteniendo ventajas de esta situación son los Emiratos Árabes y Arabia Saudita. Ambos tienen la capacidad y el poder de decisión de aumentar (o no) la producción de petróleo a nivel mundial. De momento, parece no haber incentivos de incrementar significativamente la oferta del “oro negro”. Otros ganadores, quizás menos visibles, son las empresas mineras y las empresas petroleras americanas dedicadas a la fractura hidráulica o “fracking”[7]. Recordemos que, hacia finales de marzo, la Unión Europea se propuso disminuir su dependencia del gas ruso con el suministro anual de 15 mil millones de metros cúbicos (bmc) de gas natural licuado proveniente de E.U., de aquí a 2030.
Industria armamentista. Pero quizás el más claro ganador en una guerra es la industria bélica. Los productores de armas tienen la ventaja que su comprador, el gobierno, le otorga contratos de garantía; no solo paga sino paga bien o a precios por encima de la inflación. Según The Economist, la ayuda de Alemania a Ucrania en términos de armamento significó un aumento del gasto público en defensa equivalente a $111 mil millones de dólares en 2022, triplicando el presupuesto contemplado para ese año. De hecho, la revista inglesa estima que el gasto en defensa para los países miembros de la OTAN (salvo EU) podría incrementarse entre un 40% y 50%. No es de sorprender que la guerra en Ucrania, como en otras tantas, termina funcionando como un mecanismo impulsor -aunque cuestionable - de gasto público.
¿Qué futuro nos espera? El articulista Daniel W. Drezner apuntó que las sanciones económicas dirigidas raramente vienen sin costo alguno. Para Drezner, éstas no funcionan de forma aislada y es poco probable que produzcan resultados por sí mismas. Coincido en que no son la solución. El caso más reciente se remonta a las sanciones que impuso la Administración Trump a China. Estas medidas fallaron en lograr que el país asiático dejara el modelo de gobierno centralista por uno mucho más “amigable” con el libre mercado. El resultado: un acuerdo de compra de productos agrícolas estadounidenses por parte de China que a la fecha no se ha cumplido.
No hay respuestas claras en tiempos de guerra. Lo que sí creo es que conflictos como el de Ucrania y Rusia son un parteaguas para la geopolítica mundial. Adam S. Posen, autor del artículo “¿El fin de la Globalización?”[8] lo ilustra muy bien al anticipar que la economía mundial se dividirá en bloques; uno orientado a China y otro a E.U.; prevé que los gobiernos organicen sus sistemas financieros en tormo a su principal protector militar. Probablemente eso lleve a unificar más a la Unión Europea pero también a que el mundo se divida todavía más.
Guerras como ésta siempre terminan con la aparición de aliados y adversarios; nuevos actores se suman y se exacerba el conflicto; y el “interminable” conflicto conlleva irremediablemente a más perdedores que ganadores. Quizás es muy aventurado decir que la globalización está en peligro, pero sí vislumbro un mundo diferente al que hoy conocemos.
[1] Desde la última columna, los más recientes acontecimientos ocurridos en materia económica han sido los siguientes: Ucrania exigió que las grandes petroleras como BP y Shell dejen de comercializar petróleo ruso; se ha consolidado la tendencia alcista en los precios (principalmente en el sector de alimentos y commodities) y mayores tasas de interés; se ha caído el valor de los instrumentos de deuda de Rusia, al tiempo que el presidente Vladimir Putin decretó que el pago por el gas ruso sea exclusivamente con la moneda local (rublo).
[2] Según el FMI, el costo de enviar un contenedor en las rutas comerciales transoceánicas se multiplicó por siete en los 18 meses posteriores a marzo de 2020, mientras que el costo de enviar productos básicos a granel se disparó aún más.
[3] El alza de los precios en el mercado internacional de granos ha beneficiado a países exportadores localizados en Medio Oriente y África.
[4] El trigo representa el 7% de la dieta de los hogares asiáticos en comparación con el 40% que representa el arroz.
[5] Antes del estallido de la guerra, entre Rusia y Ucrania exportaban el 30% de la cebada comercializada a nivel mundial.
[6] En el mercado londinense, el precio subió a $100,000 la tonelada a inicios de marzo.
[7] Es un proceso por medio del cual se extrae petróleo y gas natural atrapados en los poros de formaciones denominadas lutitas, las cuales suelen encontrarse a profundidades de entre mil y cinco mil metros.
[8] Posen, Adam S. (2022). The end of Globalization. What Russia’s War in Ukraine Means for the World Economy. Foreign Affairs. Recuperado de: https://www.foreignaffairs.com/articles/world/2022-03-17/end-globalization