Revisiones, replicaciones, provocaciones

Artículo publicado en la sección Glosas Mariginales de Reforma

Las encuestas recientes sobre las expectativas económicas para 2020 han mostrado muy pocos cambios con respecto a las previas. Me parece que lo más destacado de ellas consiste en la idea de que la siguiente baja de la tasa de interés objetivo de Banxico será de un cuarto de punto porcentual, en lugar del medio punto estimado antes. Los otros números clave esperados apenas si han variado: algo más de inflación; estabilidad del tipo de cambio; y, una caída quizá un poco más aguda del PIB real. Como ya han transcurrido dos tercios del año, no es (muy) aventurado suponer que las cifras en cuestión estarán cerca de la realidad, a fin de cuentas. Sin embargo, a mi juicio, no es improbable que el peso se debilite en noviembre, dependiendo del grado de incertidumbre que genere el desenlace de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

El futuro más largo es, por supuesto, más nebuloso. A mi juicio, lo ensombrece un factor primordial: la caída estrepitosa de la inversión, la cual, hasta ahora, no da señal firme de revitalización. Por ejemplo, un indicador reciente: las importaciones de bienes de capital fueron 31% más bajas en junio de este año, que en el mismo mes de 2018. Más relevante todavía, y más actualizado: hace menos de una semana, el INEGI dio a conocer el Índice de Confianza Empresarial referente a agosto. O, mejor dicho, los índices correspondientes a tres sectores: manufacturas, construcción y comercio. Los tres cayeron en forma significativa (-11%; -8%; y -9%, respectivamente) en relación con agosto 2019. La implicación es obvia: sin duda, el crecimiento potencial de la economía se ha reducido. Este presagio ominoso es de sentido común.

La japonización del Fed

El Banco de Japón tiene unos 20 años de mantener su tasa de interés cerca de cero. Además, ha utilizado masivamente instrumentos heterodoxos como el Relajamiento Cuantitativo (QE, en inglés) -- que no es otra cosa que la compra de valores financieros por parte del banco central, pagando con creación de dinero--. Entiendo que la intención de tales políticas ha sido evitar una deflación (una caída sostenida y generalizada del nivel de los precios), y estimular el crecimiento económico. No han arrojado buenas cuentas.

En lo que toca a la trayectoria de los precios, el resultado ha sido que, en doce años de las dos décadas aludidas, el nivel general de precios ha disminuido. La tasa promedio anual de inflación fue 0.1%. En cuanto al crecimiento, entre 2000 y 2019, la tasa media de variación del PIB real no llegó siquiera a 1%. Claro, esta última cifra está influida a la baja por la Gran Recesión Mundial de 2009. Para 2020, la OECD prevé una caída del 6 por ciento.

A juzgar por los pronunciamientos más recientes de su Junta de Gobierno, el Fed, que ha emulado desde 2008 la fallida estrategia japonesa, pretende ahora profundizarla, manteniendo una tasa de interés cercana a cero, en un horizonte indefinido. Como si ello no causara graves distorsiones adicionales al funcionamiento de los mercados financieros, por ejemplo, inflando el precio de las acciones.

Más sobre el polémico IBU

La cita que sigue es parte de un artículo que le debo a mi amigo Federico Rubli. (En su descargo, aclaro que la traducción es mía). "Aunque es importante conocer la ruta para salir de la pobreza, es igualmente importante conocer cuál camino no seguir. Debemos oponernos a un ingreso básico universal --un uso lamentable de recursos públicos que sería mejor dirigir a aumentar el ingreso de los trabajadores de salarios bajos, hasta un nivel que los habilite para sostenerse a sí mismos, lo que es esencial para la autoestima. Un IBU alejaría (o mantendría) a las personas y a sus hijos lejos del trabajo, que es para muchos el único camino disponible hacia la plenitud personal y hacia una involucración satisfaciente en el mundo". (E.S. Phelps, Premio Nobel 2006, Poverty as Injustice,  Project Syndicate, 28/08/20).

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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