Reflexiones sobre el todo social y algunos temas afines

Artículo publicado en la sección Glosas Marginales de Reforma

Está de moda, otra vez, la opinión de que en el núcleo de los   grandes males mundiales se encuentra un problema grave. Consiste en que el individuo cree saber qué es lo mejor para sí, pero se rehúsa a pensar en términos de "el todo social"; de lo que es conveniente para "la comunidad", para "el bien común", para "el bien público". Según lo dicho recientemente por un líder muy influyente, la masificación del mundo ha debilitado "la dimensión comunitaria de la vida". Si no cambiamos nuestra  forma de pensar, se nos advierte, seguiremos generando toda suerte de problemas sociales, e incurriremos en algo cercano a un crimen de lesa humanidad.

Las expresiones anteriores, y otras similares, entretejidas con destreza literaria en textos amplios, suenan casi poéticas. Sin embargo, para ser de utilidad práctica, necesitan definirse. Por ejemplo, ¿exactamente qué quiere decir "el todo social"? ¿Abarca sólo mi barrio, o se refiere a mi ciudad, a mi estado, a mi nación o, de plano, a todo el mundo?

¿En qué consiste "el bien común"? ¿Quién lo define? ¿Qué es "lo mejor para la comunidad"? ¿A juicio de quién?

Supongamos por un momento que, en un plan grandioso, de una u otra manera, se lograra un consenso sobre cuáles deberían ser las metas para la humanidad. ¿Quiénes organizarían el esfuerzo para conseguirlas? ¿Cómo lo harían?

No se necesita mucho trabajo intelectual para imaginar las dificultades que enfrentan, en la realidad, las pretensiones de trazar y de instrumentar una agenda global de políticas públicas. Basta con observar lo sucedido hasta ahora con la cuestión del cambio climático.

Los párrafos anteriores no tienen el propósito de descalificar las buenas intenciones, sino simplemente de destacar la absoluta necesidad de darles contenido. En lo personal, descreo de la noción de que existe algo así como una meta, un paradigma de validez universal al que todos debemos aspirar. Tampoco creo que haya una forma de alcanzarla. Nunca ha habido tal cosa en la historia del género humano. Cuando se ha intentado realizarla en un ámbito nacional, los medios han sido violentos, y los resultados desastrosos.

Finalmente, vale agregar una aclaración importante. Hablar de ética sólo tiene sentido en la libertad. En esa condición, un ente pensante y responsable puede, y debe, decidir qué es lo mejor para sí, para su familia y para el grupo (todo lo amplio que quiera) al que pertenece; en ese orden. Eso ya es bastante. Sin libertad, no hay vida buena que valga, dice con razón Fernando Savater. La atención al interés propio no excluye, por supuesto, la consideración de los intereses del otro (que quizá tenga razón).

En un famoso poema magistral, Los Justos, Borges incluye en primer lugar, entre las personas que están cambiando el mundo, a "un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire". (El énfasis es mío).

No ignoro que los temas mencionados son muy complejos, y que exceden con mucho el ámbito de la economía. Leí con cuidado un libro macizo de la autoría de Jean Tirole (Premio Nobel 2014), titulado La Economía del Bien Común. No encontré en sus lúcidas páginas una definición del concepto. Quizá debo leerlo de nuevo.

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Después de muchos (muchos) años de ocupar, con estricta regularidad, un espacio generoso en las páginas de El Norte y Reforma, he decidido tomar unas vacaciones largas. Estaré de regreso en enero 2021. D.V.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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