¿Qué haría Keynes con el déficit de Estados Unidos?

Lo que más le interesaría, seguramente, sería la arquitectura financiera internacional que sostiene ese déficit.
Economía
Rolando Fuentes
16 Julio, 2025

(Segundo de tres artículos de la serie "Repensar la economía global: de Ricardo y Keynes al proteccionismo actual")

Si John Maynard Keynes observara la política económica de Estados Unidos en 2024, probablemente no se escandalizaría por el déficit comercial. El economista británico tampoco perdería el sueño por las tarifas impuestas a China, ni por el aparente desorden fiscal. Lo que más le interesaría, seguramente, sería la arquitectura financiera internacional que sostiene ese déficit: un sistema global que gira alrededor del dólar, sostenido por una demanda aparentemente inagotable por bonos del Tesoro.

En La teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), Keynes argumentaba que los desequilibrios externos no son, en esencia, un problema comercial. Son manifestaciones de desequilibrios internos. Una economía que consume más de lo que produce —por bajo ahorro privado, gasto público elevado o ambas cosas— terminará importando más de lo que exporta. Eso, en sí mismo, no es alarmante, siempre y cuando haya una forma sostenible de financiar el desbalance. Estados Unidos ha dominado ese arte por décadas.

El déficit que no duele (todavía)

Durante casi medio siglo, Estados Unidos ha sostenido déficits comerciales crónicos. Lo notable no es que existan, sino que no han producido efectos macroeconómicos desestabilizadores. La razón: el dólar sigue siendo la moneda de reserva global, y los bonos del Tesoro, el activo seguro por excelencia.

Mientras el resto del mundo necesite dólares para comerciar, intervenir en mercados o acumular reservas, la demanda por activos estadounidenses seguirá siendo alta. Y con ella, la capacidad de financiar déficits sin castigo inmediato en tasas, inflación o tipo de cambio.

Desde una perspectiva keynesiana, este arreglo es funcional, aunque frágil. Es funcional porque permite que Estados Unidos siga siendo el comprador de última instancia del sistema global, estimulando la demanda mundial. Pero es frágil porque genera una asimetría estructural: mientras otros países deben ajustar sus cuentas externas, Estados Unidos puede sostener desequilibrios que serían insostenibles para cualquier otra economía.

Tarifas como placebo

Ante el crecimiento del déficit con China, la respuesta política ha sido imponer tarifas. La narrativa promete reequilibrar el comercio y proteger empleos. Pero desde la óptica keynesiana, las tarifas no resuelven los desequilibrios internos que originan el déficit comercial. Si el gasto agregado sigue superando la producción interna, el déficit persistirá. Lo que cambia es el país de origen de las importaciones.

Las tarifas pueden tener sentido táctico en contextos geopolíticos —como herramienta de presión o renegociación industrial—, pero como instrumento de política macroeconómica, son ineficientes y regresivas. Aumentan los precios al consumidor, erosionan el ingreso disponible y no fortalecen la competitividad estructural. Keynes, que desconfiaba de los aranceles como solución sistémica, habría visto en su aplicación una respuesta más política que económica.

La deuda como estructura

Estados Unidos no solo importa bienes. También exporta deuda. El déficit fiscal no se financia solo en el mercado interno: gran parte es absorbida por inversionistas extranjeros, bancos centrales y fondos de pensión globales que necesitan activos líquidos y seguros en dólares. Esto convierte al Tesoro estadounidense en la piedra angular del sistema financiero internacional.

Keynes defendía el gasto público como instrumento para activar la demanda, pero lo concebía como contracíclico, no como una característica estructural del modelo económico. Hoy, sin embargo, el déficit fiscal es permanente, no por decisión estratégica, sino por un sistema político incapaz de aumentar impuestos —especialmente sobre los más ricos— y por compromisos fiscales rígidos en defensa, salud y transferencias.

En este sentido, el déficit comercial es el reflejo externo de un déficit fiscal persistente y de un patrón de consumo interno que no se ajusta a la capacidad productiva nacional. Y lo paradójico es que este desequilibrio estructural sigue siendo financiado sin fricción. No porque el modelo sea sólido, sino porque el resto del mundo aún no tiene a dónde ir.

Los superávits también importan

Una parte olvidada del pensamiento keynesiano es su crítica a los países con superávit. En sus propuestas para Bretton Woods, insistía en que el ajuste no debía recaer exclusivamente en los países deficitarios. Quienes acumulan superávits —como China hoy— también deben estimular su demanda interna y asumir parte de la carga del reequilibrio.

Esto no ha ocurrido. Al contrario, buena parte del superávit chino ha sido reciclado precisamente en la compra de bonos del Tesoro, contribuyendo a una paradoja central: China financia el mismo déficit que Estados Unidos utiliza para comprar productos chinos.

¿Un keynesianismo distorsionado?

Algunos críticos dirán que esta lectura de Keynes justifica déficits fiscales y comerciales indefinidos. No es así. Keynes no imaginó un Estado endeudado estructuralmente para sostener patrones de consumo desigual, ni gobiernos que renuncian a recaudar impuestos progresivos. Su modelo se apoyaba en una inversión pública inteligente, instituciones funcionales y un sistema internacional cooperativo. Hoy, ninguna de esas condiciones está garantizada.

Tampoco conviene olvidar que la política monetaria ha sido una aliada silenciosa de este modelo. La Reserva Federal, al mantener tasas de interés bajas durante más de una década, ha hecho posible que la deuda pública crezca sin generar pánico. Pero esto no puede durar indefinidamente.

¿Sigue vigente el pensamiento keynesiano?

Sin duda. La lógica que vincula desequilibrios internos con flujos comerciales, la importancia de la política fiscal en tiempos de inestabilidad y la crítica al ajuste asimétrico siguen siendo profundamente relevantes.

Pero el keynesianismo necesita actualización. Ya no se trata solo de estimular la demanda, sino de replantear las bases fiscales, institucionales y geopolíticas que hacen posible ese estímulo. Y en un contexto donde la inteligencia artificial transforma la función de producción, los capitales se mueven sin restricciones y los déficits se financian por inercia más que por decisión estratégica, ese replanteamiento es urgente.

Artículo publicado originalmente en El Universal.

Autor

Rolando Fuentes
Economía

Profesor Investigador Economía y Finanzas