A la memoria de Manuel Suárez Mier, buen amigo, polemista feroz.
Hace no mucho tiempo publiqué en este medio un artículo sobre algunos aspectos de las finanzas públicas de Estados Unidos. Las decisiones recientes del régimen de J. Biden ameritan comentarios adicionales.
En principio, conviene hacer una breve referencia histórica sobre la trayectoria de la Deuda Pública Federal, expresada como fracción del Producto Interno Bruto (D/PIB), a manera de una aproximación a la postura general del gobierno en materia fiscal.
- Curiosamente, entre 1993 y 2000, W. Clinton, un Demócrata, redujo en forma significativa la proporción D/PIB (de 48% a 38%). Digo curiosamente porque al Partido Demócrata se atribuye una inclinación a los déficits presupuestales.
- Su sucesor, el Republicano G. Bush prolongó el descenso del cociente D/PIB, a pesar del gasto militar de la guerra en Irak. Ello duró hasta la erupción de la Gran Recesión Mundial (2008), pero la reversión nunca sobrepasó 40 por ciento.
- Enfrentado a la secuela de la debacle financiera, B. Obama, Demócrata, recurrió a la medicina keynesiana común: aumentó abruptamente las erogaciones y los déficits y, entonces, la razón D/PIB. Y no sólo la elevó como medida anticíclica, sino que la acrecentó incluso después del final de la crisis. Así, al término de su periodo, la proporción alcanzó 76 por ciento.
- Bajo la presidencia de D. Trump, Republicano, la relación creció tres puntos porcentuales en un trienio. Y en eso llegó el Covid-19: la reacción gubernamental consistió en una explosión de su gasto, de manera tal que D/PIB superó 100% del PIB. La escueta descripción anterior "dice" al menos una cosa relevante: la filiación partidista no parece determinar la posición fiscal del gobierno; más bien, conjeturo que lo dominante es el pragmatismo circunstancial. Lo apuntado "se resume" quizá en la gráfica que se incluye en esta nota.
- 5.- Con tales antecedentes, ¿qué orientación de política económica ha presentado la administración de Biden? En lo fundamental, me atrevo a pensar que ha mostrado los mismos rasgos que la de Trump. Específicamente: a) grandes transferencias de recursos a las familias y a las empresas; b) enorme endeudamiento público; c) monetización desorbitada de los déficits por parte del Fed; d) incesante conflicto comercial con China; e) creciente injerencia del gobierno en todos los órdenes de la vida social; etc. En otras palabras, según han señalado un preocupante número de analistas, ha ocurrido una extensión del populismo.
¿Qué ha cambiado? Ciertamente, ha desaparecido, a nivel federal, la retórica agresiva dirigida a los migrantes, entre otros grupos de la población. Me temo, como quiera, que no ha variado lo sustantivo. En este ámbito, la VP Kamala Harris ha planteado lineamientos de una política destinada a reducir la migración de centroamericanos, supuestamente atacando sus causas. Pero sus ideas no forman otra cosa que un listado de lugares comunes; un catálogo de buenos deseos. ¿Quién va a negar la urgencia de erradicar la violencia en la región? ¿Quién va a discutir la noción de la necesidad de acelerar el crecimiento? Nadie, desde luego, pero persiste la pregunta clave: ¿cómo?
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El futuro inmediato de la economía estadounidense luce positivo. El PIB alcanzará este año el nivel que tenía antes de la pandemia. Sin embargo, seguirán presentes desequilibrios estructurales que tendrán que atenderse más temprano que tarde. Los desbalances demandarán un manejo fino de los instrumentos de política económica. Creo que la primera prueba será para el Fed, y consistirá en reducir sus masivas compras de valores, y en permitir que la tasa de interés retorne a algo que, cuando menos, pueda llamarse normal. No es tarea menor.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.