La inflación es el fenómeno más complejo de la economía. Hay cientos de miles de precios en el sistema de cada país, más las expresiones que aglomeran sus cambios. Afecta además a todo, desde el valor, los costos, el trabajo, y la demanda y la oferta de todo lo que se usa para vivir, crecer, sanar y morir.
La expresión más completa de la inflación, según Steve O'Connell, de Harvard y Swarthmore, incluye los siguientes elementos: La inflación que viene de fuera, más la que viene por la depreciación de nuestra moneda. A eso, se añade la inflación que viene de adentro, que se divide en la inflación inercial -la de periodos anteriores- y la inflación esperada (la más difícil de domar), a lo que debe añadírsele la inflación que viene por la presión laboral sobre los salarios y la que viene por los márgenes de las empresas privadas, menos el efecto favorable que aporta la productividad laboral; siete factores en total.
En la actualidad, lo que más preocupa es que la productividad no está ayudando tanto y que los corporativos han empujado sus márgenes de ganancia demasiado. Todo lo demás si pudiera encontrar buen puerto eventualmente (como la presión del clima y de las cadenas de suministro), aunque si se filtra a las expectativas, se puede volver una espiral huraña.
Investigación reciente de larga data muestra que la inflación tarda mucho en ser controlada, que sigue ciclos largos de duerme y despierta y que experiencias agrias como las de los banqueros Arthur Burns en EU en los 70's y de Carlos Tello Macías en México en los 80's no son atípicas. La evidencia muestra, en suma, que a periodos de victoria le siguen -por más que los mercados celebren precozmente- arrebatos de reflación más difíciles de someter.
Preguntando a los viejos a mi alrededor -aquéllos que nacieron en los años 30's, de los que aún por fortuna me quedan- he podido recabar historias que ilustran el paso de la inflación por los bienes de consumo común: Un haz de leña con seis palos de mezquite, en Saltillo, Coahuila, en 1938 se vendían a dos haces por 5 centavos (esto es, 42 décimos de centavo por cada palo). A 40 pesos el haz el día de hoy, se produce una inflación de casi 18% anual o 1.3 millones de veces más caro que entonces. Como referencia, la inflación de la canasta mexicana creció ese mismo tiempo a una tasa del 14% anual (y 4.3% en EU) y el tipo de cambio del peso se ha devaluado anualmente a casi 9% desde entonces, lo cual es el resultado de restar esos dos números (14 menos 4.3).
Claramente en este caso, la escasez relativa de la madera ha llevado a los precios a reflejar un aumento más allá que la canasta común. En EU, pasando a otro caso, un galón de leche costaba 0.83 de dólar en 1950 contra 3.5 USD que vale hoy, refleja una inflación de 2% anual, mientras que la inflación general en ese país fue de 3.5%; de nuevo, parece notarse que tanto la tecnología como la oferta relativa a la demanda, han resultado en que la leche sea más barata de adquirir.
Un coche sedán en ese país, a 2,210 USD en 1950 y hoy 48,000 USD refleja una inflación de 4.24% anual, mientras que el ingreso promedio ha crecido casi en 4% en ese tiempo (es decir que un coche promedio valía 2/3 de ingreso anual hace 74 años y hoy vale 4/5 de ingreso anual, esto es, menos asequible ahora).
Al ver estos precios y estas inflaciones, pudiera parecer que estamos peor y esto puede ser cierto en algunos bienes (como coches, aunque su tecnología y comodidad no son comparables) pero mejor en la mayoría, especialmente si lo expresamos como horas de trabajo necesarias para adquirirlos antes y ahora. Unos lentes de contacto costaban 95 horas en 1970 y 3 horas el día de hoy. Una estufa costaba 345 horas en 1910 y 18 horas hoy. Una llamada telefónica de la Ciudad de México a Los Ángeles costaba 91 horas de trabajo en 1910 y hoy es gratis; algo parecido ha ocurrido con el poder de un chip de computadora y con los boletos de avión. Muchas piezas están en juego para nuestro bienestar, pero la inflación es un mal que hay que parar, pero hoy por hoy eso no se ha logrado y no será tan fácil.
El autor es profesor de Economía y Finanzas de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.