No por conocido, el mal es menor, pero el bien oculto refresca.
De niño pensaba que México era comida, o que era gente como Yo; las escuelas de ladrillo y de la vida muy pronto me mostraron hasta diez Méxicos distintos. De entre ellos, algunos me contentan y otros me entristecen.
Me llena de orgullo, por ejemplo, el México de Pineda Covalín y del Chicharito, el de Sor Juana, Frida, Rulfo y Octavio Paz; el de la Malinche y Pancho Villa, el de José Alfredo y Chespirito.
El de los titulares, el del narco, me avergüenzan hasta colgar la cabeza. El de los malos políticos y gobernantes; el de los mercados corruptos y los monopolios, el de los baches y los cortes de luz.
Hoy por hoy, hay dos Méxicos que cuentan: El primero es -quizás, o al menos en muchos aspectos- el peor México que hayamos visto. Uno que podría ver mermada su democracia, que tanto esfuerzo, décadas y vidas costó. Uno que abandona a los pobres en su desarrollo: la educación, la salud, el deporte, el sustento y el alimento.
Este México derrama al desagüe recursos en enormes cantidades en gastos y proyectos en su mayoría inertes o en giros imprudentes en la estrategia; es uno que ha dejado a empresarios pequeños y grandes en casi completa incertidumbre en cuanto a las condiciones que se requieren como mínimo para invertir a largo plazo; uno cuyo sistema de salud no es capaz siquiera de otorgar las protecciones básicas a su población, causando enfermedad y muerte innecesaria entre los más desproveídos; uno cuya educación no cubre para los niños y jóvenes, los estándares necesarios para la competitividad regional, no digamos la mundial.
Este México ha entregado en manos del crimen -virtualmente al menos- las riendas de la operación diaria de la economía, sus calles, sus negocios, su armonía en los tiempos de trabajo y de diversión y esparcimiento en familia, así como el transporte de personas y de bienes producidos con trabajo arduo y esperanza en una prosperidad que se ha vuelto muy lejana.
El otro México que cuenta, es un opuesto a éste: Es, también quizás, el mejor México que hemos visto. Uno que es vecino del mercado más grande del mundo y que goza de un tratado de libre comercio con él (tratado que ha generado ganancias desde su creación en los 90´s, casi tres veces el PIB de un año). Uno que tiene la mano de obra trabajadora a los mejores precios en todo el mundo y con buenos niveles de calidad, suficientes para hacer aún muchos trabajos de maquila ofreciendo además, filas aún muy grandes de oferta laboral potencial tanto joven y entrenada, de carácter noble y dispuesto a trabajar, con valores cimentados por siglos de calor en el seno familiar. Este México es beneficiario de la guerra comercial y la desconfianza entre EEUU, su principal aliado, y China, su principal contrincante, dejando por única ocasión y la convergencia de muchas condiciones inusuales, un río acaudalado de dólares pasando junto a nosotros, mojándonos ya hasta el chamorro.
Este México tiene buenos gestores técnicos en el banco central y las oficinas de Hacienda, llevando el control del déficit y la deuda con relativa mesura, ganándonos buenas calificaciones en lo tocante al riesgo país.
Estos dos Méxicos contrastan, pero ambos son reales. Estamos en el peor de sus momentos y también en el mejor. Podemos creer, haciendo fuerza, pero es fácil también ser incrédulos. Recién despertando cada día, se ve mucha luz, pero al poco tiempo se pone también obscuro. En 1859, Ch. Dickens publicó A Tale of Two Cities, una novela sobre héroes alrededor de la Revolución Francesa y su primera estrofa pareciera capturar nuestro(s) México(s) de hoy:
"It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way".
El autor es profesor y director del Think Tank Financiero de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.