En relación con la comida, el consumidor promedio es propenso a tirar a la basura un tercio de la comida que pudo haber ingerido. A nivel mundial, la tercera parte de toda la comida que se produce se desperdicia y, a nivel de los consumidores, el 61% de las veces el desperdicio viene de casas, el 26% de restaurantes y el 13% de supermercados y tiendas donde se comercializan alimentos.
El desperdicio de alimentos en el mundo es tal que si éste fuera un país sería el tercer país más contaminante a nivel mundial, sólo debajo de China y Estados Unidos. En México, los 20.4 millones de toneladas métricas de alimentos que se desperdician representan cerca del 2.5% del PIB.
Pero: ¿Por qué el consumidor desperdicia comida? Los motivos son diversos, pero destacan una mala planeación, un exceso de compra, olvido y falta de organización en las compras para hacer una comida completa.
La solución a este problema no es trivial, ya que el consumidor toma diferentes decisiones para tener alimentos en casa, tales como ¿Con qué frecuencia comprar alimentos? ¿Cuál es el canal más conveniente para hacer compras? ¿Cuál es el factor decisivo de compra (por ejemplo: precio, calidad, variedad, frescura entro otros)? ¿Cuánta comida comprar cada vez?
Desde el punto de vista de la cadena de suministros, la mejor opción es la que minimiza los costos. Desde la perspectiva de sustentabilidad, la mejor es la que minimiza la emisión de CO2.
Sin embargo, aun y cuando los mercados son el canal que presenta el mejor balance entre costo y emisiones de CO2, las necesidades del consumidor van más allá de costos e impacto ambiental. ¿Cómo el consumidor se sentiría motivado a ir a este canal? En la actualidad, en México los mercados rodantes forman parte de la oferta comercial a la que las familias tienen acceso, sin embargo, tiene sus limitantes.
De entrada, la distancia que el consumidor tiene que trasladarse para llegar a ellos. Una de las ventajas de los mercados rodantes es que se acercan a las colonias, sin embargo, si bien alrededor del 65% de los clientes llega al mercado caminando o en transporte público, también es cierto que el resto llega en automóvil, lo cual requieren atención ya que, derivado del establecimiento del mercado rodante, no sólo cierran calles, sino que, por la falta de opciones adecuadas de estacionamiento, en días de mercado, se entorpece el tránsito vehicular alrededor.
También existe una necesidad de seguridad en los mercados rodantes: los mecanismos de seguridad para el consumidor son escasos, si no es que nulos.
Otro de los retos de este canal es que, en su mayoría, aceptan sólo pagos en efectivo, una limitante para los consumidores que prefieren medios electrónicos de pago. En términos de presentación del producto, para algunos consumidores, el hecho de ver el producto limpio y empacado es importante, por lo que prefieren otros canales, por encima de los mercados rodantes.
En contraparte, los consumidores que prefieren el mercado rodante, aprecian la amplia variedad de productos frescos, a precios bajos que este canal ofrece y una mayor flexibilidad en la cantidad de productos que pueden escoger que, a diferencia del supermercado o el clubes de precios, al estar empaquetados, tienen menor flexibilidad.
¿Por qué lo anterior es de interés? De entrada, vale la pena, como consumidor, pensar en torno a las alternativas que tenemos para poder satisfacer las necesidades de alimentos, al mismo tiempo que podemos ayudar a reducir las emisiones de CO2, desperdiciando menos comida y utilizando medios de transporte más amigables con el ambiente.
Pero el costo y la sustentabilidad no son suficientes cuando el consumidor demanda más opciones de medios de pago, cercanía y garantía de limpieza, además de buena presentación del producto y, sobre todo, opciones seguras para realizar sus compras con tranquilidad.
Específicamente, con este canal la tarea es realizar una adecuada planeación de la cantidad de mercados rodantes que deben ofrecerse por ciudad, que cuenten con alternativas suficientes y pertinentes de estacionamiento, que ofrezcan seguridad en la compra y que además ofrezcan alternativas de pago para consumidores que prefieren pagos electrónicos.
Sin duda, una gran tarea para gobiernos, municipalidades y mercaderes para acercar más el canal a las necesidades y preferencias del consumidor mexicano y, con ello, acercar una opción que facilite la reducción del desperdicio de comida.
La autora es profesora de la Escuela de Negocios, adscrita al Centro de Empresas Conscientes del Tecnológico de Monterrey.
Artículo publicado originalmente en El Financiero.