Lula: ¿Tendrá suerte otra vez?

Artículo publicado originalmente en la sección de Glosas Marginales del periódico Reforma.

Lula llegó a la presidencia de Brasil en enero 2003, y la dejó en diciembre 2010. Siendo un político de "izquierda populista", su triunfo fue precedido por el temor de que su eventual gobierno se caracterizaría por el desorden fiscal, la inflación y la intervención gubernamental en la economía. La incertidumbre se reflejó en la depreciación del real y en el aumento del costo del financiamiento externo. Para sorpresa de propios y extraños, su gestión presidencial produjo, entre otras cosas, el control de la inflación, fincado en parte en un fisco austero. La inversión extranjera alcanzó niveles récord para entonces. Sus programas sociales claves, llamados Bolsa Família y Fome Zero, estuvieron dirigidos, sobre todo, a erradicar el hambre.

El ascenso al poder de Lula coincidió con el inicio de un extraordinario boom de los precios mundiales de las materias primas. La gráfica presenta un índice elaborado y publicado por el Fondo Monetario Internacional, y abarca el periodo comprendido entre 2003 y 2022. Cuando Lula se instaló en el Palácio da Alvorada, el índice en cuestión era 65; poco más de cinco años después, se situó en 200. En consecuencia, el valor de las exportaciones brasileñas se multiplicó por tres en un quinquenio. El indicador referido se desplomó como efecto negativo de la Gran Recesión Mundial de 2008-2009, pero (casi) regresó a su pico inmediato anterior hacia la mitad de 2011, cuando Dilma Rousseff ya ocupaba la presidencia. De ahí en adelante, y hasta 2016, la tendencia general fue a la baja.

Así pues, la circunstancia mundial favoreció le evolución de la economía brasileña prácticamente durante los dos periodos de Lula. Su sucesora - -una ex guerrillera menos popular y menos pragmática, que fue "suspendida" del puesto por irregularidades presupuestales- - no fue tan afortunada. Eso se reflejó en los resultados económicos.

Diversos acontecimientos críticos, que el lector conoce seguramente de sobra, han dado lugar a una "explosión" reciente de los precios internacionales de las materias primas, equivalente a un alza de 157% en unos dos años. El incremento parece haber llegado a un "techo", pero la incertidumbre prevaleciente hace aventurado cualquier pronóstico. Por lo pronto, parece que Lula tomará de nuevo las riendas del gobierno en condiciones favorables... cuando menos en este aspecto.

Porque lo cierto es que, en muchas otras facetas, la economía brasileña presenta retos formidables. Aquí van algunos ejemplos de ello: 1.- la inflación se ha situado recientemente en un poco más de 7%, después de haber sobrepasado el 12% apenas en abril de este año; 2.- la tasa de interés objetivo del banco central es 13.75%, seis puntos porcentuales por arriba de la vigente el año pasado; 3.- las reservas internacionales suman 330 mil millones de dólares, el mismo nivel que tenían hace más de diez años; 4.- según las proyecciones del FMI, el PIB brasileño crecerá 2.8% en 2022, pero sólo 1.0% en 2023; 5.- la pobreza extrema parece haberse reducido a pesar de la pandemia, pero sigue siendo muy alta; 6.- los datos sobre la distribución del ingreso son frágiles y limitados, pero indican que la desigualdad, aunque disminuida, es una de las más altas en el mundo; 7.- según el Índice de Percepción de la Corrupción (Transparency International, 2021) Brasil ocupa el lugar 96 (México, el 124) entre 180 países; 8.- etc.

En fin. Un dicho irónico y viejo afirma que "Brasil es el país del futuro... y seguirá siéndolo". Quién sabe si Lula podrá refutarlo en los hechos, operando en un marco político marcado por la extrema polarización.

El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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