La realidad que emerge de la contingencia por el COVID-19 pone de manifiesto la necesidad de repensar el sistema educativo. La discusión entre la modalidad presencial o virtual es un tema central dada la migración masiva y obligada de la enseñanza al formato digital.
En un primer lugar, es importante aclarar que la enseñanza en modalidad presencial involucra muchos modelos diferentes, que van de la tradicional cátedra a las actividades de aprendizaje activo, laboratorios, proyectos y retos vinculados con empresas. También la modalidad virtual implica clases en diferentes medios de comunicación (ej. radio, televisión, internet), cada uno con distintos grados de interacción, y que llegan a tecnologías de punta en laboratorios virtuales.
Aclarado lo anterior, este es un momento de gran reflexión y crítica entre los académicos con relación a dónde, cómo, qué y porqué se enseñan los más diversos contenidos.
Si consideramos inicialmente el espacio en que se realiza el proceso de enseñanza, observamos que el mismo está en cuestionamiento por los propios públicos a los cuales servimos. En los Estados Unidos, 6 en cada 10 familias están considerando educar a sus hijos en casa. Asimismo, los estudiantes afirman que sienten que lo que aprenden fuera del aula es más importante para sus futuras carreras que lo que aprenden dentro.
En este contexto, ¿qué pasará si el estudiante o el docente ya no quieren dejar la seguridad y confort de sus residencias?, ¿la virtualidad implica que podremos competir internacionalmente por los mejores profesores y profesoras? También nos podemos plantear muchos cuestionamientos en el rol que pasan a tener los campus universitarios. ¿Podremos crear “micro” campus geográficamente dispersos, y así estar más cerca de diferentes comunidades en lugar de tratar de traerlas a un gran campus central? Si ampliamos los espacios en que se da el aprendizaje, ¿los campus se pueden transformar en “hubs” para diferentes actividades, no sólo para aprender? Y por supuesto, si se da una nueva flexibilización del espacio de aprendizaje, ¿cómo podemos aprovechar esta diversidad en el diseño pedagógico?
Al mover el salón de clase a las recámaras, mesas del comedor, o sillón del estudio, nos hemos encontrado con nuevos actores. De un día al otro, padres, madres, hermanos, y mascotas entraron a nuestras sesiones, en algunas ocasiones de manera activa. Esta interferencia puede ser bastante positiva. Casi el 90% de la generación Z considera tener una relación muy cercana con sus padres, y los describe como la mayor influencia en la definición de los valores personales. Esto nos lleva a cuestionar, ¿cual será su rol en el proceso educativo universitario? Un rol que actualmente, en la mayoría de las instituciones, se queda restringido al pago de colegiatura. ¿Qué pasa si el estudiante fuera corresponsable de buscar personas de quien aprender? Y finalmente, esto nos permite una vez más cuestionar nuestro rol como docentes, que se debería transformar de meros transmisores de información a verdaderos mentores de vida.
El título de esta contribución intuye, erróneamente, que las modalidades son excluyentes: presencial o virtual. En realidad, es difícil imaginar que volveremos a la presencialidad sin un grado importante de virtualidad. La flexibilidad y accesibilidad del mundo digital seguirá siendo aprovechado por las universidades. Sin embargo, es fundamental considerar que el acceso a internet, por mencionar un ejemplo, no es universal. En 17 países, menos del 50% de la población tiene acceso a internet. ¿Cómo esto puede discriminar e inhibir el acceso a educación de los menos favorecidos? Y lo mismo para los que tienen acceso a los recursos, el tiempo frente a pantalla ha ultrapasado todos los límites razonables. ¿En qué medida esto puede afectar la salud física y mental de nuestros jóvenes? De hecho, uno de cada cuatro jóvenes reporta un incremento en insomnio por preocupaciones, infelicidad o depresión.
Las universidades nos hemos visto forzadas a incrementar la oferta de iniciativas que cuiden de la calidad de vida de nuestros estudiantes y docentes, lo que sin duda es muy positivo. Sin embargo, podemos ir más allá y cuestionarnos si queremos seguir preparando a nuestros jóvenes para un trabajo, o si fortalecemos el desarrollo de competencias transversales que los preparen para la vida.
La triste realidad es que un quinto de los jóvenes en el mundo no trabaja ni estudia; y este indicador no se ha reducido significativamente en ninguna región del mundo desde el 2005. Es urgente repensar cuál es nuestro rol y responsabilidad como universidades en la construcción de un futuro pleno para cada uno de los jóvenes que servimos.
Todo tiempo de crisis es un tiempo de oportunidad. Ante los retos – algunos de ellos mencionados en esta contribución – cierro con un llamado: “y si no eres tú, ¿quién? Y si no es ahora, ¿cuándo?”. A innovar se ha dicho.
Artículo originalmente publicado en El Universal.