La trinidad imposible

Lo que es inviable, de acuerdo con la teoría, es mantener un tipo de cambio fijo, tener apertura a los flujos de capitales y tener una política monetaria independiente

Un tuit de la Dra. Siller esta semana me llamo la atención: La trinidad imposible. Y lo que es imposible, de acuerdo con la teoría, es mantener un tipo de cambio fijo, tener apertura a los flujos de capitales y tener una política monetaria independiente. A escoger dos de tres.

A estas conclusiones llegaron concurrentemente, convergiendo en un solo modelo, Robert Mundell y Marcus Fleming en 1962. A Mundell, de origen canadiense y quien desafortunadamente acaba de fallecer a principios de abril del 2021, se le conoce como el padre el Euro. Marcus Fleming falleció en 1976.

De hecho, ya vivimos -sufrimos- los efectos de este modelo en 1994 cuando a raíz de que se le concedió al Banco de México la atinadísima decisión de ser autónomo, se tenían que eliminar las bandas de flotación.

Desde su fundación en 1925, el Banco de México no era autónomo. Una de las funciones de cualquier banco central es la política monetaria, misma que se implementa, entre otras actividades, con la impresión del papel moneda. Desde luego que esto es una tentación enorme para el gobierno en turno: quedar como magos al repartir dinero hoy sin importar sus efectos porque de eso ya se tendrá que preocuparse el que sigue. Así sucedió básicamente desde su fundación cuando era, de facto, la caja chica del gobierno federal.

Al principio de su existencia llevaba a cabo operaciones con el público, quienes pedían prestado dinero y no lo pagaban particularmente algunos militares. Esto, más el hecho de que la banca comercial sentía, no sin razón, una competencia desleal por el propio banco central, llevo a cancelar dichos tratos con el público para centrarse en sus tres principales funciones: la conducción de la política monetaria, fungir como el banco de bancos y también supervisar al sistema bancario.

La decisión de la autonomía no solo era adecuada, sino necesaria para la estabilidad económica del país tanto de largo como de corto plazo. Sin embargo, la implementación fue la que dio al traste al tipo de cambio llegando al tristemente recordado Efecto Tequila.

El mundo venía de una etapa de hiperinflación en los años ochenta. Entonces que se creó en México el concepto de la canasta básica para tratar de paliar los efectos tan perniciosos que tiene la inflación porque se ensaña particularmente con las personas mas necesitadas.

Para atenuar el denominado efecto de “pass-through” (traspaso) de los efectos del tipo de cambio a la inflación, se establecieron las bandas de flotación. México venía desde principios de la década de los sesenta y hasta 1973, con un régimen de tipo de cambio fijo: $12.50 Pesos viejos que ahora serían Ps$ 0.0125. La política monetaria, a pesar de las presiones de los gobiernos en turnos, fue férreamente conducida por Don Rodrigo Gómez, con una fabulosa mancuerna con quien quizá, sin agraviar, habría sido el mejor secretario de hacienda: Antonio Ortiz Mena.

Precisamente para sustentar la independencia del banco central, se abrieron las bandas de flotación. Buena idea, mala implementación. ¿Se acuerda del corto? Probablemente tenga que hacer esfuerzo para recordarlo. Seguramente habiendo aprendido la lección con las bandas de flotación, el corto se fue desfasando en favor de la tasa objetivo en un período largo de tiempo. Fue así, que cuando finalmente se descarto, no mereció mas que notas en las páginas interiores de algunos diarios financieros.

Tenemos tipo de cambio flotante, libre flujo de capitales (invierten básicamente en valores gubernamentales) y ha sido muy atinada la conducción de la política monetaria. Ya sufrimos lo que no se debe hacer como para volver.

El autor es profesor de Finanzas de EGADE Business School.

Publicado originalmente en El Financiero.

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