La quiebra de Silicon Valley Bank y sus efectos en la economía mexicana

La regulación mexicana a través del IPAB asegura cierto respaldo ante una crisis bancaria generalizada

El jueves 9 de marzo pasado, por la tarde, las llamadas de emergencia entre reguladores bancarios regionales y nacionales (FDIC) comenzaron a fluir de manera acelerada y frecuente. El fin era la toma de decisiones ante los retiros masivos de ahorradores del Silicon Valley Bank (SVB), los cuales sobrepasaban sus reservas. El viernes siguiente el gobierno de EE. UU. decidió cerrar la operación de SVB ante lo que comúnmente se llama una corrida bancaria motivada por la perdida de confianza en el banco y el temor de la gente o empresas de perder sus depósitos. Finalmente, el gobierno de Biden declaró que se respaldarían hasta 250 mil dólares en depósitos por regulación normal, y después esta decisión se amplió a todos los depósitos ante la presión y temor de que la corrida se generalizara a más bancos, como ya estaba sucediendo, y de que esto generara una crisis de mayor envergadura en todo el sistema bancario estadounidense.

SVB es un banco que inició muchos años atrás para servir a California y otros estados, pero con el paso del tiempo sus clientes se localizaron principalmente en las empresas de alta tecnología que apenas arrancaban su desarrollo consolidación. Llegó a operar con más de la mitad del todal de startups de EE. UU., siendo el banco número 15 en orden de importancia nacional dado el valor de sus depósitos. Como todo banco comercial, su fin principal era recibir depósitos, apartar una parte de éstos como reserva -de 10-20% según la regulación y prácticas propias de la administración- y el resto prestarlo a una tasa mayor a la que paga a sus depositantes, y de ahí tomar una parte para pagar sus gastos, sueldos y utilidades a sus accionistas. Cabe mencionar que la regulación estricta impuesta después de la crisis financiera de 2008, como la de los bancos regionales, fue relajada a petición del presidente Trump y grupos de presión.

A partir de la crisis del Covid-19 y ante la baja de la tasa de interés líder en EE. UU., se generó un problema para este y otros bancos. Por un lado, estas startups recibían recursos extraordinarios por parte de inversionistas y préstamos, los cuales depositaban en SVB para ir utilizándolos de manera pausada y recurrente según sus necesidades de recursos o de expansión. Y, por el otro, para el banco era difícil colocar los préstamos a tasas altas ante la gran oferta de recursos baratos. Por ello decidió invertir parte de los recursos entre bonos a corto plazo y a mediano y largo plazo que garantizaran un mayor ingreso con el cual pagar a sus depositantes y todos sus demás gastos, de acuerdo con el libro de texto, asegurándose que el periodo de maduración -pago final- de todos sus bonos comprados fuera igual al de sus obligaciones.

Cuando arrancó la subida progresiva de tasas de interés líder del mercado por parte de la Fed para controlar la inflación, este movimiento comenzó a afectar negativamente el precio de todos los activos financieros, y, en particular, a los bonos que había comprado SBV.

Como las startups que eran clientes de SBV comenzaron a terminarse su efectivo y a encontrar más difícil acceder a recursos “baratos” por parte de inversionistas, decidieron retirar sus recursos de SVB. La administración vio rebasada sus reservas por estos retiros y decidió vender un parte de sus bonos a largo plazo (aun con perdida $1.8 billones de dólares), lo cual no fue suficiente para la demanda de $2.25 billones de dólares. Por ello, la entidad decidió incrementar su capital pero la petición fue rechazada por sus inversionistas. Después de esta noticia, en pocas horas se perdió la confianza y se generalizó la demanda de retiros provocando la insolvencia del banco ( y otros ) el pasado jueves 9 de marzo. 

Los efectos inmediatos fueron sobre sus depositantes y accionistas –más de la mitad de empresas de alta tecnología en EE. UU.—, con grandes depósitos, algunos con mas de 50 billones de dólares que no podían utilizar sus recursos y el consecuente efecto en el precio de sus acciones, además de fondos de inversión, de capital de riesgo y capital privado. Los efectos secundarios fueron sobre el precio de las acciones de bancos regionales y después de bancos nacionales.

En el caso de México, como parte normal de la sobrerreacción, los bancos mexicanos en total perdieron más de 16 mil millones de pesos en valor de mercado. El tipo de cambio libre entre peso y dólar mostró una depreciación que se mantiene. Seguramente algunas empresas e individuos, por relación comercial o empresarial, mantenían relación con SBV y se verán afectados en el corto plazo.

Cabe mencionar que la regulación mexicana a través del IPAB –después de 1994— asegura cierto respaldo ante una crisis bancaria generalizada, la cual nunca puede darse por descontada, sobre todo ante la incertidumbre de policías gubernamentales, inseguridad y eventos internacionales.

Los depósitos están respaldados hasta por 400,000. Udis o 2.9 millones de pesos, casi 99% de las cuentas de ahorro. Por un lado  la capitalización -recursos para hacer frente a retiros y pagos- hoy en día es del 19% en promedio para los bancos mexicanos, mayor al 10.5% requerido. La  morosidad -retraso en pagos de créditos- promedio es del 2.1% y, dada la competencia bancaria, la tasa promedio de los créditos ha subido en menor proporción que el ritmo de subida de la tasa líder del banco de México. Pero la regulación y supervisión son actividades que nunca deben relajarse, y más en estos tiempos, pues un cambio de expectativas, confianza o planes siempre se verá afectado por eventos políticos o económicos de gran relevancia, lo cual puede cambiar la actitud del público.

El autor es profesor de Finanzas de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Hablemos de Bolsa.

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