INEGI publicó hace unos días las cifras de las cuentas nacionales correspondientes al segundo trimestre del 2021. Varios de los datos conllevan buenas noticias, como el de las exportaciones, cuyo nivel está cerca del alcanzado hace dos años. Esto, sin duda, ha estado condicionado por la trayectoria rápidamente ascendente de la economía de Estados Unidos, cuyo PIB real creció 12.2% en el segundo trimestre de este año, en comparación con el PIB del mismo periodo del 2020. (Desde luego, esta última cifra está distorsionada al alza, dada la abrupta caída ocasionada por la pandemia el año pasado).
Volviendo a México, resulta que otros indicadores, distintos que el de las exportaciones, muestran una situación preocupante. El PIB, por ejemplo, dista todavía del que se tenía allá por la segunda mitad del 2018. Esto último se torna más relevante si se recuerda que la población ha continuado creciendo.
Dicho lo anterior, me permito insistir en un aspecto que he tocado reiteradamente en estas páginas. Me refiero a la trayectoria persistentemente débil de la inversión.
Para el caso, una ojeada a las estadísticas del INEGI permite algunas comparaciones interesantes:
1.- Al segundo trimestre del 2021, la inversión total se situó casi 21% por debajo del máximo registrado hace unos cinco años.
2.- Un examen somero del movimiento reciente de los dos componentes de la inversión total es quizá más significativo que lo apuntado antes:
a) La inversión privada (que representa alrededor de 87% de la total), es ahora un 16% menor que la efectuada allá por el principio de 2018.
b) La inversión pública ha venido declinando durante muchos años, de manera tal que el flamante dato de 2021 es algo así como un tercio del observado en su "pico", una década atrás. (Aquel nivel extraordinario fue el resultado de una política fiscal anticíclica, que pretendió responder a los efectos de la Gran Recesión Mundial de 2008-2009).
3.- Más todavía, la inversión total, como porcentaje del PIB, ha sido relativamente baja en México durante décadas. Sin una formación robusta de capital físico y humano, no puede haber un crecimiento rápido y sostenido del PIB real, ni una mejoría consecuente en el nivel del bienestar material de la población. (No desconozco, por supuesto, el papel clave del progreso tecnológico).
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Lo sucedido a lo largo de los años más cercanos al actual parece la prolongación de una deficiencia estructural. Para ayudar a entender su naturaleza, resulta muy útil la lectura de un par de libros de Sebastián Edwards: The Decline of Latin American Economies (2007), y Left Behind: Latin America and the False Promise of Populism (2010).
Non sequitur
Muchos analistas han coincidido en señalar las apreturas obvias del presupuesto federal de egresos para 2022. La cuestión, dicen, consiste en que varios renglones de gasto --entre los que destacan las inversiones en unos cuantos proyectos preferentes, y los diferentes subsidios sociales-- agotan el margen de maniobra del fisco. De ello concluyen que se necesita una reforma tributaria que aumente los ingresos de la hacienda pública. Se trata de un claro non sequitur, esto es, de una conclusión que no se sigue lógicamente de los considerandos previos.
En mi opinión, lo que se sigue de las consideraciones aludidas, primero que nada, es la necesidad de una revisión exhaustiva de la estructura de las erogaciones, que está lejos de ser eficiente. Y, después, vale la pena revisar la composición de las percepciones totales, no sólo de las que se originan en impuestos.
El autor es profesor de Economía en EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.