La inversión renuente

Artículo publicado en la sección Glosas Marginales del periódico Reforma

El dato más reciente sobre la trayectoria de la inversión en México provocó varios comentarios optimistas. Con razón: el crecimiento reciente ha sido bastante alto. Por ejemplo, 9.1% de marzo 2022 al mismo mes de este año. Sin embargo, inmediatamente después, los analistas aludidos matizaron su comentario, añadiendo que el nivel "actual" de la variable en cuestión todavía está por debajo del alcanzado mucho antes de la pandemia. En ese sentido, no es exagerado apuntar que existe un rezago muy grave en la formación de capital físico. La Gráfica 1 ilustra lo dicho. [De la también inquietante insuficiencia de formación de capital humano (en educación y en salud) ya se ha hablado mucho... sin impacto en la realidad]. (Gráfica 1)

La inversión no es el único factor causal del crecimiento económico, pero no hay duda de que es uno de los principales. Vale agregar una obviedad: el crecimiento, a su vez, abre oportunidades para la inversión, de manera tal que el proceso se autoalimenta, por así decirlo.

¿Por qué el rezago descrito? Pandemia aparte, el listado de los impedimentos que enfrenta la inversión en México es muy conocido, y se ha repetido insistentemente (¡qué pena!), sin que "las cosas" hayan mejorado. Aquí van, otra vez, algunos de ellos, sin orden en cuanto a su significación: la falta de infraestructura; la inseguridad física y patrimonial; la incertidumbre política y regulatoria; la debilidad institucional; la fragilidad del Estado de Derecho; etc. Todo esto último se resume en una frase que apela al sentido común: si el inversionista no tiene una relativa confianza en recibir el producto de los recursos que arriesga, su actividad será inferior a la potencial.

Hay quienes creen que la inversión pública podría subsanar la reticencia de la inversión privada. Los hechos no avalan tal idea. Tiempos hubo en que la inversión pública representaba un 20% de la total; recientemente, su participación ha llegado apenas al 13%. Abundando en el tema, vale recordar que, hace poco más de una década, la inversión pública significaba cerca del 5% del PIB; al presente, no llega al 3%. Y su productividad, tanto económica como social, admite dudas bien fincadas.

En cuanto a la inversión extranjera directa (IED), hay buenas razones para pensar que puede constituir un elemento de extraordinario dinamismo. A pesar del entusiasmo que ha generado la existencia de una circunstancia geopolítica mundial favorable (i.e., el conflicto comercial Estados Unidos-China), lo cierto es que las cifras oficiales no revelan hasta ahora cambio alguno sustantivo. La Gráfica 2 quizá sirva para describir lo sucedido a lo largo de la década más reciente. (Gráfica 2)

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La baja inversión total es una característica común de los países de América Latina y constituye, sin duda, una limitación clave de su desarrollo económico y, por ende, del aumento del bienestar de su población. El tamaño relativo de la inversión en dicha región es de los más bajos a nivel mundial. No es casual.

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De paso: la evidencia empírica apoya la noción de que la inflación, si es alta, de- salienta la inversión y, por tanto, el crecimiento.
 

El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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