Si el alcalde de una ciudad de América Latina nos preguntara qué hacer para que la suya sea una ciudad innovadora, ¿qué le responderíamos?. Él ha oído que las empresas e individuos que innovan son muy exitosos, los productos innovadores son los que más venden, regiones innovadoras como Silicon Valley son conocidas en todo el mundo. La pregunta correcta no es por qué no innovar, sino en qué se debe innovar.
La ciudad como un sistema colectivo, requiere medios para lograr un impacto social significativo, así como crear los espacios adecuados para democratizar la innovación y diseñar las conexiones necesarias para generar ecosistemas regionales suficientemente articulados, para que se puedan transferir ideas de los individuos a productos y estos a sistemas de capitales con alcance regional.
El desarrollo de la mayoría de los productos, servicios, modelos de negocio y ciudades del siglo pasado fueron impulsados por inventos y tecnologías innovadoras, así como capitales económicos significativos. Estos tuvieron una influencia determinante en la vida cotidiana de la ciudadanía y en el crecimiento de las naciones. Hoy todos ellos son reevaluados, y se les mide por el impacto social que ejercen, el daño ambiental que genera su manufactura, el origen de las materias primas y la energía que consumen en su producción, de la misma forma que por el beneficio económico que generan a unos pocos.
Se trata de convertir la innovación tradicional en la innovación de un sistema de capitales.
Veamos algunos ejemplos de la evolución de este concepto:
La innovación ha sufrido grandes transformaciones. Ha pasado de los modelos clásicos de innovación radical a incremental, hasta converger en dos conceptos aparentemente divergentes: la innovación disruptiva y el diseño de sistemas innovadores.
El concepto de innovación disruptiva fue creado por C. Christensen en los años 80 para describir la disrupción en la industria ejercida por grandes productos. ¿Qué tienen en común Uber, Amazon, las impresoras 3D, iTunes o RyanAir? Que más que ser productos o servicios novedosos, han roto con los paradigmas convencionales de hacer negocio y han logrado un impacto notable en los sistemas sociales.
Las grandes economías están empleando sus recursos científicos, tecnológicos y naturales –en muchos casos explotando también los de aquellas economías en desarrollo –para innovar y llegar a generar sistemas que impacten a más personas, de una forma más eficiente. El diseño de un sistema obliga a romper principios clásicos de la innovación, como los del siglo pasado.
Por ejemplo, Apple iTunes rompió los estándares de la industria de la industria; Amazon rompió con las prácticas convencionales de las editoriales y de las librerías típicas; Uber rompió con las prácticas de negocio tradicionales de los servicios de transporte de personas, RyanAir lo hizo con las estructuras convencionales de la industria del aerotransporte; y las impresoras 3D revolucionarán el diseño y la manufactura de manera impactante en los próximos años, otorgando al usuario final la capacidad de construir modelos tridimensionales.
Cada uno de estos casos ha tenido un efecto económico y social mucho más amplio que la sola innovación de un producto o servicio. Se han transformado en sistemas globales de innovación de gran valor, haciendo que millones de personas se beneficien con ellos al hacerlos accesibles a más usuarios, los han vuelto más democráticos. Son casos de innovación disruptiva. No es que hayan inventado algo muy nuevo o importante, sino que usaron las tecnologías adecuadas y el momento oportuno para insertarlas y convertirlas en notables sistemas sociales. Por ello, el impacto de la innovación debe medirse por la influencia que tiene en la sociedad, y por su evolución desde una iniciativa novedosa hacia un enfoque democrático y abierto.
De esta manera, la innovación con un enfoque sistémico se integra mediante el diseño de mecanismos que rompen paradigmas y la inserción de estos en sistemas de capital más sofisticados. Cuando se transfiere la invención de un producto novedoso hacia un sistema de capitales podemos hablar de innovación con un enfoque sistémico, que consiste en diseñar una disrupción notable y planear alrededor de ella un sistema de gran impacto.
Como lo ha expresado el chef Gastón Acurio, personaje notable de la industria gastronómica peruana: “La diferencia de nuestro éxito es que nosotros no abrimos un restaurante, sino que generamos un movimiento… En un movimiento uno es parte de una actividad que genera un mayor insumo económico” en este caso, para todo un país.
Esta es la visión de innovación que debe alcanzar el político o el gobierno en turno que desea impulsar una ciudad. Hay que usar la innovación para generar riqueza sustentable, que mejore la calidad de vida de sus habitantes, para que en el futuro ésta se torne atractiva para el capital foráneo, socios tecnológicos y organizaciones; y pueda reducir la injusticia social, la contaminación ambiental, el gasto de agua, y en general los niveles de pobreza extrema. Es diseñar un futuro agradable, viable y de grandes expectativas.
Este es el gran salto que debemos impulsar en la educación de quienes construirán el futuro del planeta. Se deben formar líderes que sepan diseñar sistemas y administrarlos. Los nuevos innovadores serán los que hagan converger la innovación tecnológica, social, cultural y ecológica. Deberán romper con las convenciones de la administración pública y las estrategias de desarrollo industrial. En la innovación del siglo XXI confluyen la creatividad, la tecnología, la organización, el emprendimiento y la gobernanza para formar sistemas de capitales de gran impacto en la forma de vida de la mayoría de los habitantes de una ciudad y del medio ambiente que los rodea.