Como sucede en todas las industrias, la educación está viviendo una transformación profunda y exponencial, espoleada por los cambios generacionales, nuevas profesiones y requerimientos de talento y el impacto de la tecnología como vehículo de aprendizaje.
En este contexto, hay quienes aseguran que el sistema está “roto”. Por un lado, tenemos jóvenes que al egresar no encuentran un trabajo afín a su formación y, por el otro, empresas que no encuentran a candidatos con la competencia adecuada. En México, varios estudios auguran un déficit abultado de profesionistas, con alarmantes carencias de hasta 70% de las posiciones.
La llamada “Cuarta Revolución Industrial” nos obliga a reimaginar la educación. Con ciclos de vida cada vez más cortos y la susceptibilidad de un cambio tecnológico exponencial, desaprender y volver a aprender nuevas habilidades será crucial para la empleabilidad, y las instituciones educativas deben ofrecer una solución. Crear una cultura del aprendizaje continuo (lifelong learning) es el gran reto para evitar la obsolescencia del talento y el rezago en competitividad.
La solución no puede suceder al margen del sector privado. Empresas y universidades han de colaborar en el diseño de carreras profesionales (u otros formatos) para enfrentar la disrupción tecnológica, un nuevo mundo dominado por la búsqueda del propósito, nuevas maneras de aprender y un perfil de talento diferente. Los líderes de nuestras organizaciones deben comprender que la batalla competitiva ya se da en torno a la atracción, desarrollo y retención de talento, y, por tanto, requieren de una mentalidad de educadores que les permita pensar constantemente en los nuevos conocimientos y competencias que necesitan sus empleados y comprometerse con brindar oportunidades de desarrollo a los empleados desplazados por la tecnología, con programas de re-capacitación enfocados en el crecimiento profesional hacia posiciones de mayor valor agregado.
La tecnología es fundamental para servir a estas nuevas necesidades. La inteligencia artificial (IA) y el big data permiten personalizar la educación, acelerando el aprendizaje del alumno, con un enfoque a la medida de sus capacidades, ritmo de aprendizaje, y contenido de su preferencia para motivarlos y comprometerlos con su propia formación. Los profesores pueden usarla para entender mejor cómo aprenden sus alumnos y adaptar sus metodologías. La IA ya se está incorporando en los programas educativos: asistentes digitales y chatbots, maestros virtuales, realidad virtual colaborativa y machine learning apoyan la creación de entornos de aprendizaje más eficientes y efectivos.
Que esta tecnificación no lleve a equívocos: la tecnología no relega el papel del maestro ni las habilidades no digitales, al contrario. A medida que más trabajos manuales, tareas rutinarias y procesos repetitivos se automatizan, cobran más relevancia las power skills (nada de blandas) esencialmente humanas como la creatividad, el pensamiento crítico y analítico, la inteligencia emocional, la curiosidad intelectual, la eficiencia personal y la empatía, entre otras; y aquí el rol del profesor es determinante, al convertirse en un facilitador, mentor y guía del desarrollo educativo de sus alumnos.
Es difícil predecir los trabajos del futuro y las habilidades que van a requerir. Por ello, la habilidad más crítica será la propia habilidad de aprender y adaptarse. Esta habilidad no se puede desarrollar en un curso intensivo de unas semanas, de ahí la mayor relevancia de formaciones sólidas de grado y posgrado, complementadas por otras formaciones y un ecosistema que detone las oportunidades de la revolución 4.0.
Los modelos educativos han de atreverse a romper fronteras, privilegiar la horizontalidad y la colaboración multidisciplinar e interinstitucional. Nadie tiene todas las respuestas, debemos generar sinergias entre la comunidad educativa y empresarial a nivel global. Recientemente, el Banco Mundial publicó un caso de estudio sobre el modelo transformador Tec21, en el que resalta su apuesta por una formación basada en retos, profesores inspiradores, una flexibilidad sin precedentes para el alumno y una experiencia memorable.
Es momento de adoptar una hoja de ruta para el desarrollo del talento colectivo e individual. México necesita invertir en su sistema educativo con un enfoque en la cultura del aprendizaje continuo (otros países ya tienen un plan). La era digital puede traer muchos beneficios, debemos capturarlos y multiplicarlos.