La década prodigiosa

¿Realmente desearíamos que se “repitiera”?

Un tweet de Elon Musk fue deseó regresar a los “roaring twenties” -los fabulosos veintes-, al inicio de esta década que tenemos por delante. Dado que no hubo año cero, sino un momento cero -el nacimiento de Jesucristo- entonces el año uno, pues es el año uno y las décadas terminan en años con cero. A cien años de esa época ¿realmente desearíamos que se “repitiera”?

Después de la primera guerra mundial, Estados Unidos se convierte en uno de los principales centros financieros del mundo. Inglaterra había exportado la revolución industrial que trajo grandes avances, aunque también acentuó la desigualdad, y era el centro financiero por excelencia (lo es todavía en muchos aspectos) pero Wall Street arrebata el liderazgo.

Aún Alemania, aunque básicamente solo en Berlín, a pesar de haber tenido que firmar el Tratado de Versalles en 1919, (curiosamente cinco años exactos del asesinato del Archiduque Ferdinand que marco el inicio de la primera guerra mundial), disfrutó de esa época. El resto del país no. Recordemos que lo prácticamente draconiano de ese tratado hace que Hitler se consolide en el poder.

La euforia llevo a excesos tanto en lo social como en lo económico. Tal es el caso de la burbuja de los precios de las acciones que finalmente desembocó en el martes negro, el 29 de octubre de 1929. Esa euforia llevó a la gente a cometer actos que podríamos calificar de locura -claro, a toro pasado-, puesto que compraban lo que les pusieran enfrente. Aún si los certificados accionarios eran simples papeles de “empresas” que no existían o de proyectos que no se podrían calificar de otra cosa como de estupideces. Malkiel, en su altamente recomendable libro: A Random Walk Down Wall Street, ejemplifica esa manía con una compañía que ofrecía sus acciones para poder producir balas cuadradas. También, todo el mundo era un “experto” en el tema accionario y daba recomendaciones que otra gente les creía. El CFA cita un dicho para los traders en situaciones como esa: “No confundas un mercado alcista con pensar que le sabes a comprar acciones”.

No había ningún ente regulador y los certificados accionarios, con que estuvieran bonitos, se vendían consolidando ese circulo vicioso de desenfreno. No fue sino hasta 1932 que, precisamente por lo catastrófico de la caída, nace la Securities and Exchange Commission (SEC) equivalente a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores en México. Todavía se tarda la Securities Market Law dos años mas en salir, en 1934. Es clara la necesidad tanto de regulación como de entes regulatorios fuertes.

Al final de los veinte, en Estados Unidos la economía real empieza a decaer y los precios de las acciones no reflejan esa nueva realidad, sino hasta que truena la burbuja. Se dice que las causas, entre otras, fueron bajos salarios, endeudamiento irracional y hasta el debilitamiento del sector agropecuario. En los treinta se agravó la recesión con el fenómeno del “Dust Bowl” que, por no aplicar técnicas adecuadas, hicieron que la sequía causara desastres en el medio oeste americano.

La fiesta de los veinte se ve que estuvo muy buena pero la resaca de los treinta fue catastrófica. ¿Qué reflexionaríamos? Se tienen que acompañar, en un circulo virtuoso, la economía real y la economía financiera: forman una simbiosis. Se necesitan gobiernos fuertes, con capacidad y comprometidos con este país -no traicionándolo al imponer ideologías de países que no tienen otra cosa que exportar-. Que nosotros aplicáramos el “nadie se queda atrás”: si todos tuviéramos trabajo, esas ideologías no tendrían tierra fértil en donde sembrarse. Tendríamos una “fiesta” racional y duradera.

Publicado originalmente en El Financiero.

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