La confianza indecisa

Artículo publicado en la columna Glosas Marginales del periódico Reforma

En 1995, Francis Fukuyama publicó un voluminoso libro que intituló, simplemente, Confianza. En lo que toca a la vida económica en general, su tesis central es muy persuasiva: un sistema cada vez más complejo no puede funcionar con eficiencia si no se basa en la confianza entre sus participantes. Se trata de una virtud social, que consiste en la expectativa de un comportamiento honesto, predecible, basado en normas de conducta compartidas por los miembros de la comunidad. Su relevancia es fácil de apreciar por cualquier persona que use, como millones lo hacemos, los servicios (asombrosos) de Amazon: pagamos por adelantado, y confiamos en recibir el artículo que compramos al precio y con la calidad prometidos por el vendedor. Más de fondo: en lo que toca al desarrollo económico, es crucial confiar en la vigencia de las reglas de juego acordadas.

Pasemos a algo específico. Los índices de confianza de los consumidores, que son parte de las estadísticas que consultan los analistas económicos, pretenden medir las expectativas de la gente respecto a su situación económica. La intención es conocer su opinión sobre su propio futuro, en términos de gasto, de empleo, etc.; en suma, de tener una idea de cómo percibe (optimista, pesimista) el porvenir.

Los índices referidos se construyen sobre la base de encuestas, que se presume que son estadísticamente representativas. En Estados Unidos, los más conocidos son elaborados y publicados por The Conference Board y por la Universidad de Michigan. En México, el INEGI y Banxico producen conjuntamente un Índice Nacional de Confianza del Consumidor, que se publica en forma mensual.

¿Para qué sirven los resultados de esos ejercicios cuantitativos? Básicamente, se supone que la confianza es un factor muy influyente en las decisiones del consumidor, sobre todo en lo concerniente a las compras de bienes de consumo duradero (refrigeradores, estufas, muebles, etc.) El sentido común detrás de esta noción es sólido: si uno espera que la economía "vaya bien" en el futuro previsible, y que su empleo esté razonablemente seguro, estará dispuesto a asumir el compromiso de crédito que implica de ordinario la adquisición de, digamos, un automóvil. Así pues, es lógico que quienes se ocupan de estudiar (y de "prever") la situación de la economía, vean con algún interés la trayectoria de los llamados "índices de confianza".

Una ojeada a lo registrado en esos indicadores volátiles, a lo largo de los años más recientes, puede ser útil. En la gráfica se presentan dos de los mencionados, cubriendo el periodo 2014-2021.

Sus aspectos sobresalientes son de cierta relevancia:

1.-En México, el índice cayó abruptamente al final de 2016, al parecer como respuesta a la incertidumbre generada por la elección de D. Trump, cuya retórica antimexicana prestó base al pesimismo.

2.-Como era de esperarse, el pánico producido por la pandemia del Covid-19 (y su politización) se tradujo en un desplome de la confianza, tanto en Estados Unidos como en México.

3.-La vacunación masiva, la consecuente reapertura de las empresas, y el fin del aislamiento de la población, se han reflejado en un "rebote" notable de la confianza, más pronunciado en México (!) que en Estados Unidos.

4.-De hecho, en la economía estadounidense el índice se ha estabilizado y se situó, en julio 2021, en apenas el mismo nivel que tenía en enero 2014.

En total, las cifras avalan quizá un optimismo (muy) cauteloso sobre el futuro próximo, en particular considerando la magnitud sorprendente de "la tercera ola" del virus. En julio, cierta debilidad de las ventas de bienes al menudeo en Estados Unidos coincide con esta percepción. Ya veremos.

El autor es profesor de Economía en EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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