Aparte del neoliberalismo, uno de los blancos favoritos de muchos comentaristas es la banca mexicana. La lista de defectos que le atribuyen es muy larga. Con frecuencia, las críticas en cuestión no encuentran apoyo en cifras duras. Con el propósito –quizá inútil— de aclarar algunas confusiones, en lo que sigue aburro al lector con un conjunto de números oficiales (Banxico).
En octubre de este año, la cartera vigente total de la banca comercial al sector privado de la economía era un poco más de 4,396 miles de millones de pesos. De esa suma, el 57.2% correspondió a Empresas y Personas Físicas con Actividad Empresarial; 22.7% a Consumo; 18.3% a Vivienda; y, 1.9% a Instituciones Financieras no Bancarias. Así pues, no es correcto decir que la banca concentra sus operaciones de crédito en el financiamiento a los consumidores.
Dentro del crédito al consumo, el dirigido a tarjetas de crédito representa el 37.6%. Ello equivale a 8.5% del total del crédito vigente referido antes. Este último dato difiere considerablemente del que se usa en ciertas publicaciones, según las cuales, es más del doble. Además, sólo una muy pequeña parte del total de cuentahabientes de tarjeta paga tasas de interés superiores al 50% anual (incluyendo intereses moratorios). El grueso de los clientes paga tasas promedio del orden de 25%.
En cuanto a la rentabilidad de la banca mexicana, es popular la noción de que se trata de una de las mayores a nivel mundial. Al respecto, conviene distinguir entre los países de acuerdo con su nivel de ingreso por habitante. En general, en términos del rendimiento sobre activos, la banca es más rentable en los países de ingreso medio que en las economías de ingreso alto. No hay nada extraño en esto: sencillamente es el reflejo de la escasez de capital y del mayor riesgo. La rentabilidad de la banca mexicana (ROA de 1.7%) es similar a la observada en economías comparables.
Finalmente, es relevante la historia del financiamiento de la banca comercial al sector privado, como fracción del PIB. Veamos las décadas más recientes: 1.-el cociente en cuestión descendió durante la época de la banca estatizada; 2.-aumentó abruptamente después, hasta alcanzar un máximo de 31% hacia 1994; 3.-se desplomó inevitablemente a raíz de la crisis económica siguiente, llegando apenas a 8%; y, 4.-de entonces ha crecido en forma sostenida, situándose ahora alrededor del 19%. Ese porcentaje es bastante bajo en una comparación internacional. ¿Qué se puede hacer al respecto? En mi opinión, al menos dos cosas clave: fortalecer el Estado de Derecho, y disminuir el uso de recursos financieros por parte del sector público. Vale aclarar que el financiamiento total al sector privado es mucho más alto que lo mencionado, ubicándose el año pasado cerca de 43% del PIB.
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Vuelvo al neoliberalismo. Sobre sus resultados, es importante recordar ciertos datos (Banco Mundial): De 1990 a 2017, el valor de la producción mundial de bienes y servicios (en dólares constantes) se multiplicó por 4.5 veces. La expansión se extendió a todas las regiones, aunque fue especialmente notable en el sureste asiático y en China; y relativamente modesta en América Latina y al sur del Sahara.
La población viviendo en condiciones de pobreza extrema pasó de 42% en 1981 a 10% en 2015. La tasa de mortalidad infantil bajó de 93 por cada 1,000 nacidos vivos en 1990, a 39 en 2017. El Indice de Desarrollo Humano de los países menos desarrollados aumentó un 50%, entre 1990 y 2017. Y así por el estilo, en referencia una variedad de indicadores.
Aquí en México, hay quien afirma que los regímenes neoliberales causaron que la pobreza y la desigualdad se cuadruplicaran (!) en los treinta y cinco anos más recientes. No hubo tal. Según el Banco Mundial (BM), el porcentaje de la población en pobreza extrema (1.90 dólares por día, ajustados por el poder de compra) ha descendido en forma notable. No ignoro que diversos números de Coneval admiten otras interpretaciones. La ventaja de las cifras del BM es su cornparabilidad internacional.
En lo que toca a la desigualdad en México, un indicador estándar (Gini, BM) alcanzó su pico en el 2000 y bajó unos siete puntos en los tres lustros siguientes. Los datos del INEGI indican que la relación entre el 20% más alto de ingreso y el 20% más bajo prácticamente no ha cambiado desde los ochenta La desigualdad sigue siendo pronunciada, pero no ha crecido. El asunto es objeto de un debate interminable.
Publicado originalmente en Reforma.