Durante el pasado mes de abril, la inflación bajó en forma muy importante, llegando a sólo 2.2% anual. El dato sorprendió un poco, y generó sugerencias de un mayor aflojamiento de la política monetaria. De hecho, Banxico bajó su tasa de interés de referencia a 5.5% el 14 de mayo. Aun así, algunos de sus críticos juzgaron que el Banco ha sido demasiado cauteloso. Por ello, quizá sea útil revisar ciertos factores relevantes en la trayectoria reciente de la inflación.
En la Gráfica 1, la línea azul ilustra el curso de la inflación general, de 2015 a 2020. Su descenso notorio en marzo y abril fue causado mayormente, y, a fin de cuentas, por la baja extraordinaria del precio internacional del petróleo y sus derivados. La línea roja se refiere a la llamada inflación subyacente, que excluye del cálculo los precios de los productos agropecuarios y de los energéticos, precisamente porque son volátiles y porque están influidos por decisiones "administrativas". Así, la inflación subyacente varía menos que la inflación general. Para propósitos de la política monetaria, vale notar que dicho indicador tiene tres años ubicándose arriba de 3.5%. Esta persistencia es preocupante, porque el subyacente es un buen índice de la tendencia de la inflación, no de sus cambios circunstanciales.
La Gráfica 2 detalla la evolución de la inflación de los precios de los energéticos (línea negra) y de los agropecuarios (línea verde). Para empezar, es patente que ambos fluctúan mucho en el corto plazo, y es por ello -como dije-- que no son parte de la inflación subyacente.
Si la atención se enfoca en el pasado próximo, está claro que el calamitoso virus y sus secuelas han ocasionado el desplome del precio de los energéticos, y el ascenso abrupto del correspondiente a los agropecuarios. En el primer caso, la dirección ha cambiado en días pasados: en algún momento de abril, el precio mundial del petróleo crudo (WTI) llegó a 17 dólares por barril (dpb), pero a la mitad de mayo se situó en 32 dpb. En lo que toca a los alimentos, la situación es distinta.
En todas partes del mundo, el cierre de la actividad productiva y el confinamiento de la población han provocado una contracción de la demanda de bienes de consumo duradero y de ciertos servicios. Pero en el caso de los alimentos ha ocurrido lo contrario, entre otras razones, por las compras de pánico.
Al mismo tiempo, han sucedido interrupciones en los mecanismos de abastecimiento de insumos para la producción agropecuaria (fertilizantes, pesticidas); y, cambios necesarios, pero no instantáneos, en los canales de distribución de alimentos (por ejemplo, de restaurantes y hoteles, a supermercados y hogares).
Así pues, se han generado presiones alcistas de precios y de costos. En Estados Unidos, por ejemplo, la inflación se situó en sólo 0.3% en abril. Sin embargo, al desglosar sus elementos, se nota que los precios de los alimentos subieron 3.5%, mientras que los de la energía bajaron casi 18%. Un índice parecido al subyacente mexicano aumentó 1.4%.
El asunto es muy importante. Algunos analistas (serios) han advertido la posibilidad de una crisis de alimentos, sobre todo en los países en desarrollo. Esto sería una de las causas más obvias del empobrecimiento potencial de la población.
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En vista de lo anterior-- y volviendo al tema inicial-me parece que la actitud de Banxico ha sido, y es, la prudente. Su comunicado de prensa del pasado día 14, en lo que toca a la
inflación, concluye que "el balance de riesgos... se mantiene incierto". ¿Por qué? Entre otras cosas, por la azarosa depreciación del peso, y por las rupturas eventuales de las cadenas de producción y distribución de bienes. Me aventuro a decir que lo más probable es que el Banco continuará bajando su tasa de interés; pero añado que es improbable que lo haga irreflexivamente.
Publicado originalmente en Reforma.