Este es el titulo de la novela clásica de Charles Dickens en donde narra la vida en Londres y en París poco antes de la revolución francesa. La primera, Londres, representaría la paz y tranquilidad propicias para el desarrollo que vendría después: la revolución industrial. Si bien un capitalismo sin un estado fuerte genera abusos, este sistema ha permitido la reducción de la pobreza a una fracción de lo que era antes. Otras alternativas acaban siendo fábricas de pobreza.
La segunda ciudad era París. Después de aguantar a reyes déspotas que pensaban que el pueblo los adoraba, -en su mente, claro está- y de la respuesta frívolamente insensible ante el hambre: “que les den pasteles” mostraban una desconexión seguramente anclada en el autoengaño fomentado por su respectivo séquito de vividores de la corte, ocasionó que el pueblo les costara la cabeza.
La situación actual de altísima inflación causada por una desconexión entre la oferta y la demanda (circula un video de un “periodista” -según los estándares actuales- que pregunta si el alto nivel de popularidad es la causa de la inflación) contrasta la respuesta -de política monetaria- no en dos ciudades sino en dos países.
El primero había presentado hasta ahora, respuestas ortodoxas: sube la inflación y sube la tasa objetivo. Más allá de la respuesta coyuntural a una situación particular hay un entramado muy completo: un tipo de cambio fijado libremente por los mercados. Las tasas de interés, en concordancia con la paridad del poder adquisitivo, permite que las fuerzas del mercado se equilibren.
Hay libres flujos de efectivo desde y hacia México. No en todos los países es así aunque, en momentos particulares no sería bueno, en el largo plazo es lo más sano.
Otro elemento de este entramado son los mercados de derivados. El contar con la posibilidad de ponerse de acuerdo hoy para entregar en una fecha futura monedas o bien asegurar tasas de interés, no es algo extendido en las economías mundiales. De hecho, no lo es en Latinoamérica. Por lo mismo, cuando inversionistas extranjeros piensan en cubrirse en “Latinoamérica”, lo hacen con el peso mexicano. Desafortunadamente de tiempo en tiempo nos causan desajustes en nuestro mercado. Eso nos pasa por bien portados, pero es un lujo que lo valemos.
Dos elementos cruciales son, por una parte, la autonomía del Banco Central. El que no esté sujeto a los vaivenes acomodaticios del político en turno, no tiene precio. Pero esa autonomía, plasmada en la constitución, de nada sirve si en la percepción no se le cree a un Banco Central. Las expectativas juegan un papel tan o más importante, que los datos históricos. Este es un punto que no se tocaba antes por innecesario: los perfiles de los gobernadores sí eran ad-hoc. Francamente, el tema de 90% honestidad y 10% de capacidad, da una credibilidad del 0% aunque no se diga mucho. “Se sabe” como se dice en las redes sociales.
La otra “ciudad” sería Turquía. ¿Por donde empezar? Un Banco Central que de autónomo no tiene, -en la práctica- nada de nada. Una política monetaria a la usanza de López Portillo: “la economía se maneja desde Los Pinos” (y así nos fue). Una respuesta, no poco ortodoxa, sino basada en la ignorancia total del manejo de la economía: Sube la inflación y baja la tasa objetivo: el ajuste se da en el tipo de cambio … y el crecimiento económico. Como en el París de esa época, sería válido que no es un problema de tipo de cambio, sino de cambio de tipo. Cortesía del pueblo.
El autor es profesor de Finanzas en EGADE Business School.
Publicado originalmente en El Financiero.