Del latín “pati” (sufrir) viene la palabra paciencia; su participio patiens es raíz del castellano “paciente” (en los hospitales) o “el que sufre”. El diccionario la define como la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, hacer cosas pesadas o minuciosas, la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho”. Virtudes similares son el temple, entereza, estoicismo, perseverancia, resignación, serenidad, longanimidad, calma.
Libros de sabiduría antigua dicen que “la tribulación produce paciencia, ésta conduce a librar la prueba, ser cabal y con ello, viene la esperanza” y que la paciencia suele venir junto con el amor, la paz, la fuerza, la bondad, la mansedumbre y la fe. También dicen que “solo el que espera, alcanza”, que “el perezoso es impaciente” y que “el conocimiento lleva al dominio propio y éste a la paciencia”.
En suma: una virtud que hay que construir pues no viene sola, que produce y se acompaña de otros atributos que son buenos; no tenerla conducirá al malogro, el defecto y fracaso. Pero entonces, bajo esta sentencia surgen estas preguntas: ¿Necesitamos la paciencia? ¿Qué cosas se alcanzan solo con ella? ¿Pueden lograrse algunas cosas sin ella?
Un rasgo con el que se ha caracterizado a la generación joven -los menores de 40 años- es la impaciencia, que tanto en causa como en efecto se relaciona a tres factores: la gratificación instantánea a la que han estado expuestos desde la llegada del celular y las redes; el cambio climático que les ha obligado a apurar el dote de experiencias y la globalización laboral, que les ha dado un campo de juego y competencia ilimitado.
Mucho de la explicación y su evidencia se centra en la diferencia que existe entre las generaciones y aquí algunas cifras: los llamados “boomers” nacieron entre 1946 y 1964, representan el 21% de la población total de Estados Unidos, tenían un ingreso de 78,500 dólares anuales al 2020 y un 67% de la riqueza en EE. UU. (junto con los pocos que quedan de la generación de las guerras).
Las mismas cifras se reportan en orden, para las otras generaciones: GenX (1965-1980), 20%, 113,400 y 27%; Millennials (1981 1996), 22%, 85,000 y 3.5%; GenZ (1997-2012), 21%, 38,500 y solo tienen un 2% de la riqueza total en EE. UU., ya ajustando por momentos similares en las edades de cada grupo. Además, solo un 30% de los jóvenes tiene casa (vs 75% de los viejos), exhiben mayores quebrantos en tarjetas de crédito y gastan menos.
Esta condición (la impaciencia), es la causa en gran medida de este pobre desempeño de los jóvenes sobre la porción reducida de la riqueza que de otra forma les correspondería. Aquí tres poderosas razones:
Para concluir, respecto a cuánto ahorrar, cómo sacar lo mejor de los mercados y cómo cuadrar su brújula moral con los retornos, las cosas van bastante mal para los jóvenes. Realidades duras son éstas: ganarán menos, acumularán menos riqueza y obtendrán menores retornos que los que obtuvieron las generaciones viejas, no demandarán coches ni casas propios, pues no les alcanza. Pero entonces, ¿no hay nada que trabaje a su favor? Sí, claro que lo hay, pero requieren desarrollar paciencia. Más sobre esto en la segunda parte de este ensayo.
El autor es profesor de Economía y Finanzas de EGADE Business School
Artículo publicado originalmente en Reforma.