Este pasado 2 de diciembre se conmemora -es un decir- el vigésimo aniversario de la quiebra de ENRON, la cual, en su momento, fue la mayor de la historia en Estados Unidos. Este evento marco un parteaguas en muchos aspectos del ambiente de control y la rendición de cuentas.
Fundada a mediados de los 80′s en Houston, TX por Kenneth Lay llegó a tener ingresos -supuestos- por más de USD 100 Billones (notación americana) y figuró como la empresa más innovadora por seis años en Forbes. Pero todo era un gran fraude. De no haber sido un fraude hecho y derecho, en teoría realmente si hubieran sido novedosos.
Una de las compañías -de a de veras- que compró fue Portland General Electric y el fondo de pensiones de esa (tradicional) compañía se invirtió en acciones de ENRON. Al momento de la quiebra de ENRON, se llevó entre las patas a los futuros y actuales pensionados. A su vez, vendía gas y coberturas para gas. En general, estaban en el mercado de la energía en varias de sus formas. Además, incursionaron en el novísimo mercado -para la época- de la fibra óptica. También le entró al negocio del agua, con deuda masiva y sin poder pagarla. Era la época de la desregulación y buscaron aprovechar la oportunidad, lo cual estaba bien, de haberlo hecho no de manera fraudulenta.
Incursionó en mercados extranjeros como Inglaterra, Filipinas, Australia, Alemania, Francia, India, Brasil, Noruega y China entre otros.
El precio de su acción llegó a valer USD 90.00 en su apogeo por allá de agosto del 2000. Cerro en USD 0.60 al 31 de diciembre de 2001.
Entre los esquemas fraudulentos que manejaba, estaban operaciones intercompañías de compañías de propósito específico creadas exprofeso: las famosas “raptors” que era como las identificaban, pero en realidad no era nada más sofisticado que el juego de “donde quedó la bolita” en alguna de las tres copas.
Otra de las prácticas era la de registrar futuros ingresos como si realmente se hubieran presentado. Después se descubrió que los activos que decía tener o estaban sobre valorizados o de plano no existían.
En su informe anual del 2,000, presentaba el historial de ingresos: de USD 13,289 millones en 1996 creció exponencialmente a USD 100,789 millones para el año 2,000: ¡un crecimiento anual compuesto de casi 66%! El apalancamiento que mostraba era de un 82%. Si bien a toro pasado esas, entre otras, hubieran sido banderas rojas, a la gente (inversionistas incluidos), 500 años después y no solo a los pueblos ancestrales de México, se van por los espejitos.
Los auditaba una de las BIG 5, las cinco grandes, firmas de auditores de las cuáles ya solo quedan 4: ya se dijo todo. Esa firma era Arthur Andersen fundada en 1918. Gozaban de total credibilidad, hasta que pasó lo que pasó.
¿Gobierno Corporativo? Check. Quince consejeros más el propio Lay, así como Jeffrey K. Skilling, el presidente y director general de ENRON quien, con Andrew Fastow, el director de Finanzas, fueron los cerebros de la planeación financiera. La película The smartest guys in the room narra esta historia, mostrando el ambiente toxico y sin escrúpulos que caracterizaba a muchos empleados.
El 2002 vio una quiebra aun mayor: WorldCom, también de manera fraudulenta y solo superada en tamaño hasta la quiebra de Lehaman Brothers, no fraudulenta sino “simplemente” fue el dejarse llevar por la ambición.
Esas quiebras hicieron que dos congresistas, Paul Sarbanes y Michael G. Oxley auspiciaran la promulgación de una ley en 2002 que cambió, para bien, la rendición de cuentas del mundo financiero.
El autor es profesor de Finanzas de EGADE Business School.
Publicado originalmente en El Financiero.