Durante la COP26, diplomáticos y representantes de todo el mundo alcanzaron un acuerdo ambiental que busca intensificar las acciones del combate al cambio climático. Para muchos, este acuerdo llega con importantes omisiones y claroscuros, y deja un sabor a insuficiente. Para muchos, los líderes mundiales siguen “pateando el bote,” como se dice coloquialmente, para desconocer la urgencia de las acciones que el cambio climático representa. Afirman que existe un problema, pero sin asumirlo como propio, ya que, casi siempre, el problema de todos no necesariamente es tema de alguien en particular.
Por un lado, los países se comprometen a acelerar sus acciones en el combate al uso carbón y reducir los subsidios a los combustibles fósiles. Y este punto es fino, ya que India, como buen portero que para la bola antes de entrar a la meta, cambia la narrativa de la eliminación del uso de carbono por un lenguaje más dispensado que solo busca reducirlo. De igual forma, sigue sin quedar claro como se instrumentarán los apoyos económicos que se habían prometido a los países en desarrollo para alcanzar su parte del acuerdo. Desde hace unos años, éstos se estimaban en unos cien mil millones de dólares anuales y otro año más siguen siendo solo promesas, pero ahora se estiman en al menos tres veces más. Tampoco se acaba de definir la forma de alcanzar los compromisos de reducción de emisiones para cada país. Es decir, ponerle fecha y monto al objetivo: ¿cuánto vamos a reducir? y ¿qué tan rápido? Parece un tema menor, pero es en realidad lo único que debiéramos debatir en estos momentos, y no pensar si el acuerdo deba irse al año 2050 o hasta 2100.
Otro avance limitado se observa en el Artículo 6 del Acuerdo de París, referente a la creación de mercados de carbono. Después de seis años de arduas negociaciones, se progresa en la dirección correcta al establecer las bases para que los países puedan reducir sus emisiones y, de esta forma, participen en el mercado de carbono en caso de obtener resultados significativos en sus esfuerzos. Se pide a los países que generen un inventario de emisiones para 2024 y se establecen criterios de compensación sobre emisiones, claves también para el avance de dichos mercados de carbono.
A toro pasado, no está de más decir que ni siquiera los países ricos han honrado sus compromisos. Los países en vías de desarrollo afrontarán primero los embates del cambio climático, pero, en todo caso, no se ve claro que algún país pueda quedar exento. México, por su parte, acudió a la Cumbre sin mucho que ofrecer. Llegó y se fue sin nuevos compromisos de reducción de emisiones y con compromisos adquiridos, pero suspendidos por un tribunal. Las medidas de los países para reducir las emisiones y mantener las temperaturas lo más bajas posible no han cumplido las expectativas y, de esta forma, México gana nuevamente un poco de tiempo a nivel diplomático, pero no necesariamente a nivel ambiental.
México es un país con enormes retos ambientales y ya empezamos a notar cómo algunos fenómenos ambientales comienzan a perturbar distintas zonas del país. Aunque no se vislumbran apoyos económicos, es en el mejor interés del país obtenerlos. Lo que quizá nos habla de que la supuesta victoria diplomática, a resulta de la falta de acuerdo a nivel global, no nos beneficia en última instancia.
Finalmente, el entendimiento entre China y Estados Unidos para limitar el calentamiento global en 1.5 grados Celsius no varía sus metas previas, pero separa este objetivo de sus tensiones diplomáticas y, quizá también, comerciales. Como comentó John Kerry, enviado especial de la presidencia norteamericana a la COP26: “A Estados Unidos y China no les faltan desacuerdos, pero respecto al clima, la cooperación es la única vía para lograr resultados”. Por otro lado, el tipo de liderazgo que propone el contingente norteamericano no le permitiría a México apartarse de los acuerdos y acciones que vendrán en el futuro próximo. Porque, si bien este año volvimos a quedarnos cortos, no olvidemos que el próximo año tenemos otra nueva otra oportunidad de negociar en Sharm El-Sheikh (Egipto), sede de la COP27.
Carlos Alberto Vargas es profesor de planta de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Expansión.