Hoy la innovación representa el camino más aceptado hacia el desarrollo y la competitividad de las organizaciones, las instituciones y los países. Incluso desde hace ya varios años, la tradicional dupla Investigación y Desarrollo (I+D), que en algunos casos ha sido el indicador del grado de compromiso en el desarrollo a futuro de organizaciones y países, se le ha añadido una i de Innovación: I+D+i.
Decidir ser innovador es tener una actitud de compromiso y optimismo hacia una mejor realidad gracias a la creación de nuevas formas de valor en nuestra vida cotidiana. Por tanto, creemos que es importante clasificar el tipo de valor que las innovaciones traen consigo a quienes las adoptan.
Cuando nos referimos a la innovación, existen dos las taxonomías generalmente aceptadas. La primera clasifica la innovación por procesos, en producto o servicio y, más recientemente, en modelo de negocio. Se trata de una clasificación que aborda la innovación desde la perspectiva de la cadena de valor, desde la fabricación de productos/servicios hasta nuevos usos y formas de aprovecharla. La segunda taxonomía tiene que ver con el grado en que dicha innovación impacta al sector o mercado en la adopción de la misma.
En primer lugar, la innovación incremental es aquella que mejora algún proceso o producto con un impacto modesto en su sector/mercado. Tenemos como ejemplo las mejoras sucesivas que han sufrido los televisores desde la aparición de la versión a tubos al vacío. En segundo lugar, hablamos de la innovación disruptiva, que se puede dar, ya sea en proceso, producto o modelo de negocio y que cambia las reglas del mercado por su gran impacto. Un caso muy reciente de esta innovación en el modelo de negocio fue la aparición del sistema Uber que, gracias a los avances tecnológicos asociados, cambió nuestra forma de tomar un taxi y golpeó bruscamente la tradicional industria del taxi.
Sin embargo, existe otra perspectiva de la innovación que tiene que ver con el tipo de valor que el cliente es capaz de percibir y por el cual está dispuesto a pagar. Se trata de cuatro dimensiones o tipos de valor que la innovación aporta al cliente. Por su naturaleza, las dos primeras dimensiones se agrupan como concretas y las dos últimas como abstractas.
Estas dimensiones de valor no son excluyentes. A medida que estas cuatro dimensiones aparecen juntas en la oferta de una empresa, ésta logrará ser más atractiva para los clientes. Tal es el caso de Ikea, que simultáneamente ofrece precios bajos, muebles que uno mismo puede armar, una visita experiencial a la tienda y una orientación sustentable.
El autor es profesor de planta de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.
Publicado originalmente en Dinero en Imagen.