¿Egoísmo o solidaridad? El desafío ético de la pandemia

La pandemia nos recuerda que somos los primeros y principales educadores de nuestros hijos

La pandemia nos enfrenta a aspectos perturbadores de nuestra sociedad: escenas  de violencia en hospitales sin parangón en el mundo; violencia criminal incontenible; feminicidios que se han vuelto casi cotidianos; narcos que reparten despensas a los necesitados, usurpando funciones en su torpe intento de legitimarse.

Es absurdo exigir un gobierno infalible formado por personas falibles ante una situación desconocida y descomunal, sin embargo sí han quedado expuestas graves deficiencias. Desde las dificultades para coordinar una respuesta coherente y efectiva a nivel federal, estatal y municipal, pasando por una estrategia de comunicación “directa” basada en “personalidades” y no en la calidad de la información, hasta despidos masivos y ahorros modestos que no han derivado ni en una operación más eficiente ni han logrado cubrir las pérdidas de Pemex; y, sobre todo, la falta de un liderazgo colectivo capaz de sumar y entusiasmar a todos los actores y sectores sociales para la urgente tarea de reconstrucción.

Como ciudadanía también hemos quedado a deber. Amplios sectores de la población desacatan indicaciones legítimas y prudentes en un acto de rebeldía y de desobediencia generalizada. Muchos se niegan a “creer” que exista el coronavirus y difunden falsedades en las redes sociales. Algunos grupos han intentado chantajear al gobierno poniendo en riesgo la salud de todos.

Detrás de estas conductas se esconde un profundo egoísmo: “Si no me afecta directamente, no me importa”. Gobierno y ciudadanía nos hemos quedado cortos en seguridad, salud, educación y empleo.

Seguridad porque el repunte de asesinatos no es responsabilidad exclusiva del gobierno. La tolerancia (e incluso simpatía) por el crimen organizado le permite seguir envenenando a nuestros jóvenes e instituciones. Quien consume drogas, comercia mercancía robada, o lava dinero es cómplice del crimen organizado, aunque muchas veces sea víctima a la vez.

El gobierno tampoco causa la violencia familiar, que deja cicatrices imborrables en las personas y constituye la principal incidencia delictiva a nivel nacional. Ni es el gobierno el único responsable de la epidemia de obesidad (incluida la obesidad infantil), de la diabetes, el tabaquismo y el alcoholismo que padecemos millones de mexicanos, y que nos hace población de alto riesgo.

Esta administración y muchas anteriores son responsables del rezago educativo. Pero al igual que con la violencia familiar, el problema viene de casa. La pandemia nos recuerda que somos los primeros y principales educadores de nuestros hijos. No hay sistema educativo que supla la enseñanza del orden en el horario, la limpieza y la disposición para el trabajo si no se enseña en casa.

¡Nos sale carísima nuestra ignorancia! Nos impide concebir una amenaza invisible, que no ataca de manera violenta ni súbita; y cuyo contagio tiene un crecimiento exponencial. Desconocemos también, o no queremos practicar, medidas básicas de higiene como el lavado de manos, y, algo que no se menciona mucho, no sabemos usar el dinero: pocos mexicanos ahorramos, muchos gastamos todo o más de lo que ingresamos y vivimos permanentemente endeudados con dinero caro.

Por el lado del empleo, esta administración ha sido ineficaz para aumentar el ingreso o generar nuevos puestos de trabajo para trabajadores de cualquier índole. Por su parte, el capital privado en México, como en todo el mundo, ha preferido depositar el excedente en vehículos financieros mezquinos ultraseguros, casi siempre en dólares americanos de bajo o nulo rendimiento; en vez de buscar oportunidades de inversión o de generar nuevas empresas en México.

La vía del egoísmo, la desconfianza, la descalificación mutua y el miedo, la actitud de “yo voy primero y sálvese quien pueda”, hará que nos vaya mal a todos.

Acciones concretas como dejar de fumar, y seguir una dieta sana; no consumir drogas recreativas; no vender o comprar robado; evitar lavar dinero a través del factoraje o falsos negocios; y usar bien el dinero, pueden contribuir a mejorar la situación.  

Respecto al empleo, es momento de despedirnos de la ilusión y la adicción al empleo informal, que es un callejón sin salida, sin ninguna previsión ni protección social, y a menudo ligado a la criminalidad. Además de invertir su capital, los empresarios pueden esforzarse por cuidar el empleo con esquemas creativos y solidarios de flexibilidad de salarios y horas laborales. También deben velar por la salud mental de sus colaboradores, el balance entre el trabajo y la familia será también una preocupación central a partir de ahora: reducir traslados y tensiones innecesarias, respetar el tiempo de descanso, abrir canales de comunicación y atención de padecimientos psicológicos.

Esta es la vía de la solidaridad. Cada quien decidirá qué vía toma, esa decisión, tampoco depende del gobierno.

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