Está comprobado que las empresas que tienen mujeres al mando o las organizaciones con mujeres en los equipos de liderazgo tienen un mejor funcionamiento y desempeño que las empresas que no las tienen. Tienen mayores ganancias y son más innovadoras que las empresas que solo tienen a hombres en su círculo ejecutivo. Así mismo, las mujeres tienden a apoyar el bienestar de sus trabajadores al ser, por lo general, más empáticas que sus contrapartes masculinos, lo que genera una mayor satisfacción laboral entre el personal. Entonces, ¿por qué seguimos creyendo que los hombres son mejores y más capaces líderes? ¿Por qué no damos a las mujeres la oportunidad de demostrarnos su capacidad y de ser parte de los equipos directivos?
Desde temprana edad, en nuestras propias casas, escuelas y entorno, aprendemos que los hombres son los líderes, que ellos son los responsables de la manutención y nosotras las responsables de los niños y del hogar. Aprendemos a seguirlos y a apoyarlos en su desarrollo profesional, dejando atrás el nuestro o como en segundo plano. Aprendemos a ser esa gran mujer que hay detrás de cada gran hombre. Aprendemos a obedecerlos porque ellos tienen el poder económico y aunque no lo tengan, por el simple hecho de ser hombres. Estos aprendizajes, en vez de cuestionarlos, los tomamos como ciertos y se vuelven parte de nuestro sistema de creencias personales, de nuestra verdad, de la manera como funciona nuestro mundo.
Desde temprana edad, debemos aprender que hombres y mujeres son igualmente capaces, que tenemos diferentes cualidades pero también aportamos a la mesa en la que se toman la decisiones una diversidad de pensamiento que potencia el desarrollo de ambos, hombres y mujeres.
Por tanto, es importante educar a nuestros niños y niñas desde temprana edad en la igualdad y equidad de género, para que vivencien una división de tareas equitativa, tanto en las responsabilidades profesionales y personales, como en las referentes a los hijos e hijas y al hogar. Tenemos que cambiar nuestro sistema de creencias en torno al liderazgo y a las actividades que debemos desempeñar por el simple hecho de ser hombres o mujeres. Debemos de hacerlo desde la infancia, para que las niñas crezcan seguras y se sepan capaces de ser grandes líderes y los niños lo vean como parte natural de la vida y no como una amenaza hacia ellos.
En Estados Unidos, Canadá y Europa vemos un gran avance en este terreno, sin embargo, en México y América Latina aún estamos lejos de alcanzar este balance, por lo que la educación en liderazgo femenino, se vuelve un camino fundamental para lograr la equidad de género en el ámbito laboral y personal. Es sumamente importante que las niñas aprendan a ser líderes, que en su sistema de creencias, se vean así mismas como directoras de empresas, investigadoras, científicas, figuras públicas, etc… y, para lograrlo, necesitamos enseñarles desde temprana edad que lo pueden ser. Debemos incluir el liderazgo femenino como una competencia transversal a desarrollar desde casa y seguir haciéndolo en el momento en el que las niñas entran a la escuela para normalizarlo y hacerlo parte de su naturaleza, de su esencia, de su identidad.
Así mismo, es de suma importancia educar a niñas y niños en sesgos de género de segunda generación, ya que representan una barrera invisible para alcanzar puestos de más alto nivel en el ámbito público y privado. Ibarra, Ely y Kolb (2013) señalan que estos sesgos son difíciles de identificar, además de que interrumpen o hacen más lento el proceso de las mujeres para convertirse en líderes, ya que forman parte de la cultura de muchos países y organizaciones. Por lo que es apremiante saber que existen y aprender a identificarlos para que no obstaculicen el proceso de ascensión de las mujeres a puestos de liderazgo.
Nos preguntamos, ¿cuáles son las competencias que debemos desarrollar para empoderar a las niñas, para volverlas líderes, para cambiar el sistema de creencias de nuestra cultura y de nuestra sociedad? Heath, Flynn y Davis Holt (2014) señalan que las mujeres tienden a no hablar lo suficiente en las reuniones, a no alzar suficientemente su voz y no se saben hacer escuchar. Así mismo, señalan que las mujeres tienen miedo a expresar su punto de vista y fracasan al expresarlo ya que tienden a ser más criticadas o juzgadas por sus colegas, lo que pone en duda su credibilidad. Igualmente, suelen ser interrumpidas y cuestionadas y son percibidas de forma distinta a los hombres. Por ejemplo, un mismo comportamiento expresado por un hombre se percibe como asertivo y por una mujer como agresivo.
En conclusión, las principales competencias que debemos trabajar para desarrollar nuestro liderazgo, son en el ámbito del crecimiento personal para fortalecer nuestra autoestima y creernos y sabernos capaces de lograr metas. Es necesario trabajar en:
Las invito a cuestionar sus creencias en torno al liderazgo femenino, a identificar los sesgos de segunda generación en sus familias y organizaciones, a conocerse más a sí mismas y a identificar sus áreas de oportunidad para desarrollarlas y alcanzar su máximo potencial para finalmente influir positivamente en la educación de las niñas y niños mexicanos.
La autora es Líder del Proyecto EGADE Business School en Querétaro.
Artículo publicado en MuxEd.