La semana pasada participé en un par de pláticas (comidas) extensas entre amigos, con el pretexto de discutir la situación y perspectivas de la economía mexicana.
Como era de esperarse, en lo puntual surgieron diferencias de opinión muy marcadas. Pero también emergió algo que se podría llamar una (siempre) arriesgada "visión" consensual del futuro, al menos en cuanto a sus rasgos más generales.
A riesgo de incurrir en una simplificación, los rasgos aludidos fueron los siguientes: 1) el crecimiento del PIB en el '21 fue modesto, muy probablemente alrededor del 5%; 2) dada la débil trayectoria reciente de ciertos indicadores clave, y la persistencia de riesgos significativos, el crecimiento del PIB en el '22 se ubicará entre 2.0 y 2.5%; 3) la inflación tenderá a disminuir, pero continuará siendo elevada, finalizando el año quizá en 4.5%; 4) precisamente por ello, Banxico aumentará su tasa de interés objetivo varias veces, llevándola a 7%; 5) a pesar de los pesares anteriores, el tipo de cambio del peso se depreciará en forma moderada, sin alcanzar los $22 por dólar. En otras palabras, llegamos... a la "previsión" estándar.
Por supuesto, todas y cada una de las cifras mencionadas fue objeto de cuestionamientos. Por ejemplo, hubo en el grupo quienes se inclinaron por pensar que este año el crecimiento del PIB estará abajo del 2%. Al respecto, argumentaron persuasivamente, entre otras cosas, que la inversión permanece aletargada - -y que no se avizoran mejores tiempos para su trayectoria- -.
Los disensos se acentuaron, como de costumbre, en lo referente al futuro del valor externo del peso. Hace unos treinta años un connotado analista concluyó que cuando el tipo de cambio es flotante, sus movimientos de corto plazo son fundamentalmente aleatorios, azarosos, dependientes de las noticias, lo que equivale a decir que son sorpresivos. Su idea sigue siendo atendible.
En el pasado muy reciente, el tipo de cambio del peso vs. el dólar ha sido bastante estable. Para tratar de aclarar lo ocurrido se ha echado mano de varios factores "explicativos": 1) la ausencia de un desequilibrio fiscal alarmante; 2) el atractivo relativo de las tasas de interés internas; 3) la posición tranquilizante de las cuentas externas; 4) etc. Si se examina lo sucedido mucho más atrás en el tiempo, la imagen es distinta. (Gráfica 1).
Al respecto, es importante notar que las variaciones del peso vs. el dólar, a lo largo de los diez años más recientes, son muy similares a las observadas por un conjunto de las monedas de los principales países en desarrollo. La Gráfica 2 presenta la senda seguida por un índice preparado por el Fed, que incluye al renminbi chino, al peso mexicano y a 17 monedas más.
Una comparación de las dos ilustraciones permite algunos comentarios acaso relevantes: 1) en ambas, la tendencia general ha sido a la depreciación; 2) en las dos son perceptibles un par de "picos": uno al principio de 2017 (la elección de D. Trump); otro en el primer trimestre de 2020 (la aparición del Covid-19); y, 3) en una y otra se aprecia un movimiento lateral en los meses más cercanos al actual.
En suma, pues, las conversaciones referidas me dejaron tres reflexiones reiteradas: 1) al "rebote" económico postpandemia le faltó vigor para calificar como "recuperación"; 2) la perspectiva del '22 es poco prometedora; y, 3) la estabilidad externa del peso no es del todo distintiva.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.