No recuerdo con exactitud el día en que me propuse tener mi primer negocio, pero el fuego del espíritu empresarial se encendió en mí a finales del año 1976. Desde entonces me di a la tarea de concentrar todas mis capacidades para lo que sería el debut, a varios meses de distancia, de Crazy Team, un servicio de luz y sonido para fiestas juveniles. Experimentaba una excitación novedosa… Era el tiempo de las fogatas campestres.
Durante 1977, el espíritu empresarial seguía encendido, pero ya no de manera impetuosa, sino más enfocado en dar luz para resolver cada uno de los obstáculos que se presentaban: el cansancio de hacer con propia mano parte del equipo buscando economías, la tensión de ver que los avances se tornaban lentos, la incertidumbre sobre el acoplamiento armónico de todos los componentes adquiridos por separado, la desesperación de constatar que el dinero se agotaba a la par que las fuentes de financiamiento… Era el tiempo de las velas de cera.
El 20 de agosto de 1977 hice todo lo posible por cuidar hasta el último detalle: no era una fiesta más, se trataba de materializar un proyecto por el que había arriesgado mucho y evaluar si mi idea podía seguir adelante. Todo estaba listo: las luces audiorrítmicas, secuenciales y estroboscópicas, el cañón y la esfera de mil espejos, los semáforos multicolores y la máquina de hielo seco, el equipo de sonido ecualizado y los bafles balanceados; al tiempo que rompieron el silencio las primeras notas de Accidental Lover, el éxito del momento de Love and Kisses, y la gente invadió la pista… Era el tiempo de los grandes reflectores.
Después de agosto de 1977, conforme transcurrían los meses, se distinguían con mayor claridad las deficiencias de los planes y se comenzaban a experimentar sus efectos: los ingresos eran menores a lo previsto, los gastos superaban lo presupuestado, se perdían algunos clientes, se manifestaban las limitaciones de la capacidad humana. La decepción se instalaba y se acumulaba el agotamiento, eran tiempos difíciles. De aquella fogata campestre del espíritu empresarial solo quedaba el recuerdo, y su lugar fue ocupado por linternas que se encendían solo por breves momentos cuando la oscuridad era total.
Las fogatas sirven de morada al espíritu empresarial: los leños representan los recursos disponibles, su acomodo el riesgo propio de la actividad y las llamas, las ideas que lo mantienen vivo. Sin embargo, con el paso del tiempo las fogatas se transforman en velas, en reflectores y, finalmente, en linternas incapaces de albergar el fuego del espíritu empresarial. ¿Qué se requiere para encender de nuevo una buena fogata campestre?
1. Recuerda el camino desde tu fogata campestre hasta tus grandes reflectores. ¿Cuándo se encendió en tu corazón el fuego del espíritu empresarial? ¿Qué hiciste y qué tuviste que sacrificar para volver realidad tu proyecto? ¿Cuánto arriesgaste para lograr tu objetivo? ¿Quiénes estuvieron siempre a tu lado? ¿Cómo fue el día de los grandes reflectores?
2. Reflexiona sobre tu fogata. ¿En qué estado se encuentra ahora? ¿Tiene llamas, brasas o solo cenizas? ¿Para qué quieres una fogata campestre, por qué tienes un negocio? ¿Cuántos leños tienes, con qué recursos cuentas? ¿Cómo los puedes acomodar, qué riesgos estás dispuesto a correr? ¿Cómo puedes avivar las llamas, qué ideas tienes para seguir adelante?
3. Revive el fuego del espíritu empresarial.
El autor es profesor de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.
Artículo publicado originalmente en Alto Nivel.