Hace unos días se cumplieron diez años de la estrepitosa quiebra de Lehman Brothers. En aquella época, se debatió el tema hasta el cansancio: ¿Por qué pasó? ¿Por qué dejó el Fed que ocurriera? ¿Acaso no pensó en la señal negativa, catastrófica, que daría a los mercados? ¿Por qué, si rescató a Bear Stearns, permitió la caída de esa institución en particular? Y así, ad infinitum.
Cualesquiera que hayan sido las razones del Fed para no actuar, el episodio se transformó en la marca funesta por excelencia de la Gran Recesión Mundial de 2008-2009.
Como era de esperarse, su aniversario ha dado lugar a la publicación de innumerables comentarios. Muchos de ellos no han sido otra cosa que una repetición de lugares comunes.
Se dice, por ejemplo, que lo sucedido fue resultado: 1) de la avaricia de los banqueros; 2) de la ignorancia e imprudencia de los deudores; 3) de la connivencia desreguladora entre Wall Street y Washington; y, en fin, 4) ahora sí, de las contradicciones inherentes al sistema capitalista.
Las "explicaciones" anteriores nunca aclaran, digamos, cómo fue que la avaricia --sin duda, una característica humana permanente-- surgió de repente durante los años previos a la crisis. Tampoco informan cómo los deudores, al parecer antes juiciosos y financieramente alfabetizados, de súbito perdieron sensatez y conocimientos. En cuanto a las fallas del sistema, basta con apuntar que la existencia de ellas, y de sus alegadas consecuencias fatales, han sido tema de la literatura económica tremendista (marxista) desde hace 170 años.
Dejando de lado el sonido y la furia (perdón, Faulkner), yo me quedo con las interpretaciones de los verdaderos expertos en la materia. Simplificando un poco el argumento, vale señalar que todas las crisis financieras son precedidas por un auge crediticio. (El lector recordará, sin duda, el caso mexicano de 1994).
La expansión del crédito, a su vez, es permitida --y frecuentemente fomentada-- por una política monetaria excesivamente laxa. Si a ello se le agrega la garantía implícita, o explícita, por parte de las autoridades financieras, de "rescatar" a los mercados y a las instituciones en caso de problemas; y, la intervención del gobierno para promover cierto tipo de actividades riesgosas, se crea el caldo de cultivo perfecto para la eventual ocurrencia de un desastre.
En el caso concreto de la crisis de 2008-2009, está claro que todos los elementos mencionados estuvieron actuando: 1) entre 2002 y 2004 el Fed bajó la tasa de interés de 6.5% a sólo 1% y la mantuvo más allá del tiempo justificable para impulsar la economía, que venía de una ligera recesión en 2001; 2) esto condujo a un crecimiento acelerado y cada vez más frágil del crédito, sobre todo el destinado a la vivienda; 3) la expansión de los préstamos considerados sub prime fue alentado por la operación masiva de Fannie Mae y Freddie Mac, dos agencias gubernamentales, para todo fin práctico; 4) la intervención rescatadora del Fed en ocasión de las crisis de las llamadas empresas dotcom, y de Long Term Capital Management, dio lugar a la noción de un Greenspan Put, es decir, de la idea de que el banco central no permitiría un desplome de los mercados; 5) el sucesor de Greenspan, Ben Bernanke, validó dicha expectativa, sugiriendo su propio Put; y, 6) la flojedad de la política monetaria se tradujo en un crecimiento artificial del sistema financiero y del sector inmobiliario. Al presentarse la crisis, estos dos segmentos hipertrofiados de la economía tenían que contraerse. De ahí vino, en buena medida, la recesión.
Lo descrito en el párrafo anterior es apenas una versión apretada de una secuela descrita hace muchos años por los proponentes de la Escuela Austriaca de Economía Es también, con variantes y calificaciones, la visión de la crisis según prominentes economistas contemporáneos como Raghuram Rajan, William White, Allan Meltzer, John Taylor y Robert Shiller, entre otros. Los dos primeros la anticiparon con claridad.
Así pues, vale un énfasis: en 2008 no hubo un fracaso del capitalismo; hubo, eso sí, otra vez, un fracaso de la politica económica.
*Por Everardo Elizondo, Profesor de Economía.
Publicado originalmente en Reforma – El Norte.