Lecciones de escenarios para el COVID-19 en México

Debemos aprender de esta emergencia sanitaria y prepararnos para futuros eventos epidemiológicos y climatológicos de esta magnitud

Lecciones del COVID-19 para México

Vivimos hoy en una época paradójica que podemos calificar de “eventos previsibles inesperados”. El COVID-19 es una manifestación de tales eventos. Podría haber sido (y fue) previsto, pero el momento de su aparición y su expansión no se esperaban. Los científicos nos advierten sobre los impactos de las epidemias y del cambio climático, pero cuando suceden nos sorprenden. Sin duda, estamos mal preparados para eventos que sabemos que son cada vez más probables.

Lo que hemos aprendido aplicando escenarios a la planeación estratégica nos puede ayudar a dar respuesta como individuos, empresas y sociedad a la pandemia del COVID-19. De esta experiencia también podemos aprender cómo crear un mejor futuro, más justo y sostenible.  En el estudio México Enfrentando el Futuro (Mexico Institute del Woodrow Wilson Center, 2019) reportamos una serie de ejercicios de escenarios que llevamos a cabo con empresas, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), agencias públicas y alumnos de EGADE Business School. En un artículo anterior resumimos cuatro categorías de estrategias que nos pueden preparar como empresas o como sociedad para enfrentar un futuro incierto. El enfoque de los anteriores artículos fue en cambios sistémicos y estructurales, como los asociados a la emergencia de nuevas tecnologías bajo la llamada 4ª Revolución Industrial. En este artículo, examino cómo estas cuatro categorías de estrategias también nos dan lineamientos para enfrentar y aprender de la crisis del COVID-19.

Por el momento, podemos esperar que México no sufrirá los impactos más severos del COVID-19 como los ha sufrido Italia, que por alguna dispensación se escapará de sus consecuencias más graves. Es reconfortante pensar que “eso les sucede a otros.” Pero existen realidades insistentes: 1) cuando ya sabemos que tenemos un problema serio, es demasiado tarde para enfrentarlo; 2) “si no este, es el siguiente.”

Enfrentamos, paradójicamente, eventos “previsibles inesperados.” Podemos estar seguros de que habrá pandemias, sismos y eventos climatológicos severos y inesperados en el futuro. Según la Organización Mundial de Salud, solo en el siglo XXI han habido 4 epidemias previas al COVID-19 —SARS en 2003, H1N1 en 2009, MERS en 2012 (primera aparición) y ébola de 2014 en adelante. Estas pandemias han destruido numerosos mitos: que tenemos las capacidades de evitarlos, que solo es problema de algunas comunidades aisladas en “otros” países, y que sus impactos pueden ser limitados. Lo mismo se puede decir de los eventos climatológicos.

Tendremos que adaptarnos con compasión hacia otros seres humanos, sobre todo los más marginados. El filósofo John Rawls describió una sociedad justa como una sociedad en la cual escogeríamos vivir si, cegados por un “velo de ignorancia,” no supiéramos qué posición ocuparíamos en dicha sociedad. Una sociedad demuestra su fortaleza al lograr una justicia rawlsiana, no cuando todo va bien, sino cuando todo va mal. ¿Nos protegeremos solo a nosotros mismos o tomaremos en cuenta las necesidades de los más marginados?

Cuatro estrategias frente a evento inesperados como el COVID-19

El COVID-19 ya es un hecho y los epidemiólogos nos dicen que nos alcanzará como un tsunami inevitable. Con acciones personales e individuales podemos mitigar sus impactos, pero ya no los podemos evitar. ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Qué podemos aprender? Podemos:

  1. Monitorear tendencias emergentes. Nadie espera que un piloto vuele sin radar. Sin embargo, las instituciones públicas y privadas frecuentemente hacen su planeación estratégica con un espejo retrovisor, sin pensamiento sistemático sobre el futuro, y evitando pensar en lo desagradable. Su objetivo no puede ser predecir el futuro, pero sí puede ser preguntarse: “¿qué sucede si…?”; y renovar continuamente las instituciones y sus propósitos.

    El 19 de marzo el New York Times reportó numerosos esfuerzos realizados entre 2009 y 2019 para aprender de las implicaciones de las pandemias, comenzando por el H1N1 y el ébola. El ejercicio, llamado Crimson Contagion, llevado a cabo entre enero y agosto de 2019, anticipó 7.7 millones de casos hospitalizados en los EE. UU. y 586,000 muertes causadas por una influenza respiratoria sin vacuna. La causa fue: falta de respiradores y confusión en la respuesta del gobierno. El reporte borrador de Crimson Contagion (parece que no hubo reporte final) se presentó en octubre de 2019. Sin embargo, meses después se eliminó la oficina del Consejo Nacional de Seguridad encargada de monitorear pandemias. Cuando apareció el COVID-19 a finales de 2019, los Estados Unidos y otros países no reconocieron sus implicaciones (descritas a detalle en Crimson Contagion) y se perdió una oportunidad de oro para anticiparse y mitigar sus consecuencias.

    La lección aprendida es clara y ha sido ignorada: hay que establecer mecanismos institucionales con responsabilidad de anticipar el futuro, y hacerles caso, aun cuando no nos gusta lo que nos dicen.
     
  2. Construir sistemas físicos, sociales e institucionales resilientes. Hay que prepararse para las consecuencias a corto plazo de los eventos catastróficos. Según el Oxford English Dictionary, la voz inglesa “resiliency” describe la capacidad de ser flexible y adaptarse a lo inesperado. Según la Real Academia, esta palabra no existe en el español; debería existir.

    La primera consideración es proteger la capacidad de respuesta del sistema de salud contra una saturación de la demanda que puede hacerlo colapsar. El principal propósito de “aplanar la curva” no es ni reducir el número de casos ni acortar la duración de la pandemia, sino proteger el sistema de salud (en realidad, el éxito de aplanar la curva puede significar alargar la duración de la primera fase de la pandemia). Este artículo explica la urgencia de proteger el sistema de salud (en inglés).

    La mayoría de los expertos le dan prioridad a proteger el sistema de salud. Una enorme reducción en la actividad económica requerida para proteger el sistema de salud llevará a un debilitamiento de la economía. Ahora ya vemos el impacto económico en la caída de las bolsas mundiales, pero cuando salgan los datos veremos el impacto en el desempleo.

    Después de la crisis financiera del 2008, la Reserva Federal de Estados Unidos estableció un programa de pruebas de estrés de bancos. ¿Deberían las empresas por sí mismas conducir pruebas de estrés contra eventos previsibles inesperados? Un reciente artículo en Harvard Business Review sugiere que es posible que la recesión resultante del COVID-19 tenga una recuperación en forma “V”, con una caída abrupta y profunda, pero una salida rápida. Sin embargo, también son posibles las recesiones alargadas en formas “U” o sin salida, en forma “L.” ¿Las pruebas de estrés permitirían a los actores económicos evaluar su capacidad de capear el temporal?  

    No se trata solo del sistema sanitario y económico. Las redes de protección social son inadecuadas para enfrentar eventos de esta magnitud. Se trata del 60% del empleo en México, que está en la economía informal, no solo de proteger a las élites. Un colega comentó: ¿qué va a hacer el boleador de zapatos? Las preguntas son más amplias: ¿qué sistemas existen en una sociedad altamente desigual para apoyar a quienes viven al día? ¿Cómo se han preparado las empresas para proteger no solo a sus accionistas, sino también a sus empleados?  ¿Qué sucede con las nuevas formas del trabajo como la gig economy, encarnada por los choferes de Uber. (Esta es una economía que puede ser una forma flexible y creativa de empleo que cubra nichos importantes en la economía del futuro, no solo para choferes, sino también para programadores, diseñadores y otros participantes en una economía moderna. Pero para ser viable, esta forma de trabajo requiere una red de protección social).

    La resiliencia psicológica también es importante e incluye desarrollar redes de apoyo mutuo. Escribo estas líneas desde Boston, donde llevamos semanas de distanciamiento social. Un comentarista ha dicho, en mi opinión con razón, que requerimos distanciamiento físico, pero acercamiento social. En periodos de crisis todos requerimos apoyo social y psicológico, aun cuando estemos físicamente aislados.

    La lección aprendida es que es esencial contar con reservas médicas, económicas, físicas y sociales que lleven a una sociedad resiliente. Como en una sala de emergencias, la repuesta inmediata tiene que ser “salvar al paciente.” A más largo plazo podemos establecer pruebas de estrés frente a lo que sabemos que va a ocurrir en un futuro previsible inesperado.  
     
  3. Hacer inversiones “robustas” al largo plazo; comprometiéndonos con un mejor futuro. No controlamos el futuro. Sin embargo, sí podemos hacer inversiones sociales y económicas a largo plazo que nos lleven a un mejor futuro. Quienes se dedican a formular escenarios las llaman “inversiones robustas” o “estrategias sin arrepentimiento” (“no regrets strategies”), o sea, aquellas estrategias que funcionarán independientemente del futuro que se materialice.

    Los momentos de crisis pueden ser oportunidades de soñar con el futuro que queremos y comprometernos con lograrlo. Algunos dicen que la crisis actual pasará en semanas o (más probablemente) en 12-18 meses. Sabemos que habrá salida. ¿Qué tipo de sociedad queremos construir después de la crisis? ¿A qué futuro nos comprometemos hoy?

    En Paradise Built in Hell Rebecca Solnit describe cómo se han recuperado las sociedades después de eventos catastróficos para crear una mejor sociedad. Solnit argumenta que en la gran mayoría de los casos las sociedades se consolidan, salen al frente “los mejores ángeles de nuestra naturaleza.”  Describe de esta manera el caso de sismo de 1985 en la Ciudad de Mexico:

    “….Durante el sismo de 1985 en la Ciudad de México, los ciudadanos se descubrieron el uno al otro, su propia fortaleza y la superfluidad de lo que había parecido un omnipotente y omnipresente gobierno, y no olvidaron lo que descubrieron. Se reformó al país. El verdadero desastre comenzó mucho antes del sismo a lo igual que la utopía de compromiso social y fortaleza comunitaria permaneció mucho después… La utopía en sí rara vez es más que un ideal o un patrón efímero sobre el cual formamos las verdaderas posibilidades que enfrentamos. Los mexicanos la saborearon y tomaron pasos para incorporarla como parte de su vida cotidiana”.

    Más adelante cita a Judith García, una sobreviviente que perdió a su esposo y a dos hijos:

    “Quiero decir que la gente que murió no murió por el sismo; eso es mentira. La gente murió por inadecuada construcción y por el fraude y la incapacidad criminal de un gobierno incompetente….”

    Con el sismo, apareció en la Ciudad de México un verdadero espíritu de comunidad y nació una potente sociedad civil enfocada en el apoyo mutuo con una nueva visión de un mejor futuro. ¿Podemos recuperar este sentido de comunidad enfocado en un mejor futuro?  

    Pocos dudan que la presente crisis transformará sociedades y economías. Es probable que reduzca la dependencia de cadenas de valor globales frágiles. Compras, trabajo y aprendizaje a distancia serán más prevalentes al grado que los hábitos adquiridos enfrentando el aislamiento forzoso de la crisis permanezcan. Mucho de esto será positivo. Como argumento en un artículo anterior, los avances tecnológicos crean oportunidades de liberar a los seres humanos de trabajo peligrosos, degradantes y rutinarios, y puede conectar a comunidades con capacidades y mercados más amplios. Sin embargo, estas mismas capacidades tecnológicas pueden llevar a un mundo más fracturado, menos privado y dominado por unas pocas megaempresas. El desafío será cómo manejar la respuesta a desplazamientos estructurales y tecnológicos de manera que los seres humanos queden en el centro. Todos deberán participar.

    El Consejo Coordinador Empresarial (CCE) ha propuesto un Decálogo de responsabilidades empresariales hacia la sociedad. Este puede ser un punto de partida para una respuesta del sector privado, pero la respuesta deberá ser transectorial. Serán necesarias inversiones en las capacidades, economías y sectores del futuro.  El sistema educativo deberá educar a los alumnos no solo con capacidades duras como ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, sino también con capacidades suaves como empatía, compromiso cívico, trabajo en equipo, creatividad y espíritu emprendedor. El COVID-19 no quita estas prioridades; las hace si cabe más importantes. Habrá que reconocer que las nuevas formas de trabajo como la gig economy complicarán la distinción entre el empleo formal e informal y que los trabajadores del futuro requerirán una inversión social y empresarial en las economías y los sectores del futuro.

    La lección aprendida es que podemos encontrar en la crisis del coronavirus un retorno a los principios fundamentales de una sociedad más justa y digna que pone al ser humano y el medio ambiente al centro. Puede ser un trampolín a un mejor futuro para todos.
     
  4. Apostar por las oportunidades que crean un futuro mejor. Los avances tecnológicos amenazan con reemplazar a los seres humanos en procesos productivos, o pueden crear oportunidades de negocios que potencien a los seres humanos con nuevas capacidades. Estas mismas tecnologías pueden abrir las puertas de las comunidades marginadas a una participación digna en la economía. Podemos lograr lo que la autora francesa Letitia Vitaud escribe en Du Labeur a l’ouvrage, una transición facilitada por la tecnología, “del trabajo a la obra”. Se refiere a una nueva forma de trabajo más humanista que se basa en la creatividad del ser humano, pero utiliza la tecnología como un mecanismo para fortalecer y apalancar la iniciativa y la creatividad humana. Esta nueva economía transciende la deshumanización del trabajo de producción masiva. El COVID-19 subraya la necesidad de invertir en estos negocios del futuro.

    El grueso de la inversión en nuevos negocios corresponde a las empresas y los emprendedores de sector privado e inversionistas de impacto que están dispuestos a tomar mayores riesgos e invertir a más largo plazo con el fin de lograr un beneficio social. Tomarán riesgos buscando oportunidades de inversión; no serán exitosos en todos casos y tendrán que pivotar hacia otras inversiones. Sin embargo, las oportunidades existirán y pueden presentar alternativas a la sobredependencia en mercados hiperglobalizados. Trato este tema en un artículo anterior.

    Lección aprendida: Podemos crear los negocios del futuro que logren que la tecnología se convierta en algo que potencie al ser humano y no lo reemplace.

En 1947 Albert Camus publicó su novela La Peste, una novela situada en Orán (Argelia) durante una plaga que diezmó a la ciudad. El héroe de La Peste fue el Dr. Bernard Rieux, quien identificó la plaga y, como el doctor chino Li Wenliang, que fue el primero en identificar el coronavirus, fue ignorado porque no les convenía a las autoridades tomarlo en serio. Ambos doctores se dedicaron a curar pacientes no por un compromiso ideológico (en contraste con Paneloux, quien veía la plaga como un castigo de Dios), sino porque su trabajo como médico era curar a la gente. El Dr. Wenliang perdió su vida haciéndolo. No todos somos médicos, pero todos podemos aprender de ellos y hacer nuestro propio trabajo para mejorar la sociedad en que vivimos.

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