El lenguaje y la realidad
En el léxico político de Estados Unidos, el término liberal ha sido adoptado por demócratas y progresistas, pero ha sido alterado. Originalmente, se aplicaba una doctrina que exalta el valor de la libertad individual y la consecuente limitación del poder del Estado. Ahora se identifica con una postura que quiere la primacía de lo colectivo la extensión de la injerencia gubernamental en casi todos los aspectos de la vida social. En mi opinión de lego, esta última posición comparte muchos rasgos con la social democracia europea.
De paso, vale aclarar que el liberalismo clásico dista mucho de la caricatura "fundamentalista" que han popularizado sus opositores. Adam Smith, por ejemplo, recomendó varias funciones para gobierno, entre las que incluyó la administración eficaz de la justicia. (Una tarea trágicamente fallida en nuestro medio). Es pertinente señalar que Smith fue un durísimo crítico del proteccionismo comercial (a la Trump), porque sabía que beneficia a ciertos grupos de interés, a costa de los consumidores. Casi 250 años después, sus juicios al respecto siguen teniendo validez.
Reconozco que lo anterior simplifica, quizás en exceso, una compleja gama de nociones y de posturas. Como quiera, está claro que, en la realidad, las políticas económicas y sociales, digamos, de Barack Obama, fueron muy distintas a las de Ronald Reagan. Las ideas (y su falta) tienen consecuencias prácticas. Fuere como haya sido, está claro que, hoy por hoy, a ambos lados del Bravo, los valiosos postulados del genuino liberalismo, su cultura y su ética no tienen vigencia práctica. Allá, predomina en el gobierno u n conjunto rudimentario de contradicciones que incluye, por un lado, el mencionado proteccionismo y, por el otro, la intención de reducir el tamaño del (ineficiente) sector público. Una cosa aumenta el poder del gobierno; la otra quiere disminuirlo.
Aquí en México, la contradicción consiste, por una parte, en defender el comercio libre frente los aranceles trumpianos y, por la otra, en refrendar la participación de empresas estatales en la producción de bienes (de "bien- estar") que nada tienen de "público". Esto. sin olvidar la resurgencia de la pretendida utilidad de embarcarse en un ejercicio de planeación nacional. Más mercado en lo externo, más Estado en lo interno. Cuando una ideología se solidifica en un credo, no hay argumento que lo penetre.
Está muy bien que, en México, los liberales de veras insistan en la necesidad de la vigencia del Estado de Derecho en la existencia de instituciones sólidas y eficientes como requisitos para lograr un crecimiento alto, sostenido e integrador. Estará mejor si intensifican sus trabajos en la investigación difusión de las ideas correctas, en la mejora de la educación económica tanto del público en general como de la élite en la conformación de un clima de opinión favorable al sistema de mercado. Por ejemplo, enfatizando un hecho probado: la historia mundial muestra, sin duda, que dicha fórmula es la mejor respuesta conocida la pregunta de cómo erradicar la pobreza. Nadie ha dicho que sea perfecta. "La realidad suele resultar deficiente, por buena que sea" (Delmore Schwartz).
Conclusión: "This too shall pass" pero no sin esfuerzos adicionales.
Adenda: Acreditando el pesimismo en México
El dato más reciente sobre la trayectoria de la actividad industrial en México no deja mucho espacio al optimismo (Véase gráfica). Esto se asocia. por supuesto, con tres indicadores relacionados: la reducción del empleo formal, tanto en el sector manufacturero como en el de la construcción: la caída (-6.2 puntos) del índice de confianza empresarial la contracción del consumo privado (-1.1% en abril, preliminar).
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.