Hace unos días, Javier Guzmán Calafell (JGC) presentó en la Facultad de Economía (UANL) un libro muy bueno, de su autoría. Su título contiene una parte del mensaje: La otra cara de la moneda - La debacle económica de los noventa en México. Lo leí la semana pasada. Es un análisis histórico de una de las crisis económica y financiera más graves que ha sufrido el país. A nivel mundial, se le conoció como "The Tequila Crisis".
El grueso de la obra se ocupa del papel del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el diagnóstico, el desarrollo y la solución del desastre. El relato es particularmente incisivo y revelador porque, como dice JGC en las primeras líneas de su texto, él tuvo "la oportunidad de ser testigo y protagonista" de mucho de lo que describe. El franco retrato resultante no favorece mucho a la institución. Por varias razones.
Para empezar, está claro que el FMI no previó la ocurrencia de la crisis. En aras de la equidad, hay que agregar que esa penosa distinción la merecieron también tanto las autoridades financieras estadounidenses como (¡ay!) las mexicanas. Dicha falla garrafal fue responsable, sin duda, de la profundidad de la calamidad subsecuente.
Después de algunos titubeos iniciales, el FMI ensambló un enorme paquete de apoyo. Su aplicación se complicó debido a ciertos conflictos internos, consecuencia, a su vez, de fracturas en la cooperación internacional y de deficiencias de la gobernanza del Fondo. Específicamente, la ayuda planteada enfrentó la terca oposición de varios representantes muy influyentes de países europeos. A fin de cuentas, los recursos fluyeron, pero fueron provistos casi en su totalidad por Estados Unidos y el FMI.
En términos comparativos con otras crisis mexicanas, JGC muestra que la de 1994-1995 se superó con relativa rapidez, gracias al apoyo referido; a las rigurosas medidas de estabilización; y, al efecto de las reformas estructurales. Paradójicamente, uno de los costos principales del episodio fue el lamentable descrédito de dichas reformas.
Fuere como haya sido, puede decirse que la catástrofe enseñó al gobierno mexicano la importancia clave, en lo macroeconómico, de la disciplina fiscal; la prudencia monetaria; la flexibilidad cambiaria; y, la estabilidad bancaria, entre otras lecciones. Más vale no olvidarlas. Faltan otras, en el plano microeconómico, para elevar la productividad y el crecimiento.
Según JGC, a nivel internacional quedan sin resolver problemas como la ausencia de un significativo "prestamista de última instancia"; la insuficiencia de las cuotas pagadas por los miembros al FMI; la desproporcionada distribución entre ellos de los votos en la toma de decisiones; etc.
Casi sobra agregar que lo apuntado no le hace justicia a la cuidadosa obra de JGC. Su lectura es muy recomendable.
Según los Criterios Generales de Política Económica (CGPE) 2023, publicados hace un año, los Requerimientos Financieros del Sector Público Federal (vulgo, déficit), serían 4.1% del PIB este año, y 2.7% en 2024. De ahí en adelante, la fracción se estabilizaría en 2.7%.
Sin embargo, los CGPE publicados recientemente ubican el déficit correspondiente a 2024 en 5.4% del PIB, esto es, el doble del estimado hace apenas doce meses. Así pues, la política fiscal será inesperada y cuestionablemente expansiva. El aumento del gasto se atribuye a la "inversión social" (la pensión de adultos mayores) y a la "terminación de los proyectos prioritarios" (el Tren Maya, principalmente). Frente a ello, se supone que los ingresos presupuestarios no crecerán en forma significativa.
Para 2025, el documento supone que el déficit será sólo 2.6%. La contracción parece improbable, dada la rigidez de ciertas erogaciones, y la pérdida previsible de vigor de la actividad económica - -que se reflejaría en la recaudación impositiva- -.
De nueva cuenta, para el resto del periodo hasta el 2028 se postula, sin explicación, un déficit de 2.7%.
Lo anterior no presagia, creo, la inminencia de una crisis fiscal, pero ha revivido la idea de la necesidad de una reforma tributaria. A mi juicio - -lo reitero sin esperanza- - esto último sería inapropiado.
"Quien desordena su casa, sólo heredará el viento..." (Proverbios, 11, 29).
El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.