La OCDE publicó la semana pasada un reporte sobre la economía mexicana (OECD Economic Surveys: Mexico 2022). Dice pocas cosas realmente nuevas. Sin embargo, señala con cortesía algunos aspectos críticos significativos. Aquí van sus observaciones más destacables, con unos cuantos apuntes al respecto.
- La recuperación está en marcha, pero con relativa lentitud y con inflación. Una combinación muy desafortunada. Más todavía en un entorno mundial caracterizado por una complejidad creciente: un cambio necesario (menos laxo) en la política monetaria, y un escenario geopolítico con manifestaciones bélicas.
- El gasto público es relativamente bajo y hay campo para un aumento de impuestos. La comparación superficial con otros países de la OCDE no es relevante. Entre ellos, Brasil gasta más que México y Corea del Sur gasta menos. ¿Cuál es la lección que se deriva de ello? Ninguna clara.
- Un problema grave: la inversión no crece y la productividad es baja. Comenté lo segundo la semana pasada. En cuanto a lo primero, la reiterativa gráfica que sigue es muy elocuente. La consecuencia inevitable es la debilidad del crecimiento.
- Diversos indicadores muestran facetas claves de la desigualdad. Uno de tantos es de particular importancia: el rezago en la educación primaria y secundaria, que equivale a una deficiente formación de capital humano. Esto impacta en forma negativa no sólo sobre el crecimiento potencial, sino también sobre la distribución del ingreso, de por sí desigual.
- Hay espacio para aumentar la oferta de energía generada por fuentes renovables. Sin duda, pero su aprovechamiento está entorpecido por políticas públicas poco propicias, por no decir adversas.
- Finalmente, el PIB real crecerá apenas 2.3% en 2022, y sólo 2.6% en 2023. Estos números no difieren mucho de los estimados por los analistas privados, y están muy por debajo de las expectativas oficiales. Significan el regreso, en el mejor de los casos, a la mediocridad dominante a lo largo de algo así como las tres décadas más recientes.
El noreste de México padece una grave sequía. En consecuencia, las presas que surten de agua a Monterrey tienen niveles anormalmente bajos. Aunque agravado en esta temporada, el problema no es nuevo, como se sabe. Frente a ello, el Gobierno de Nuevo León ha llevado proyectos diversos a la discusión pública. Qué bueno. Sin embargo, es obvio que ninguno de ellos se traduciría en una solución de corto plazo.
Así pues, la población parece estar convencida de que pronto se tendrán que realizar cortes sistemáticos en el abasto. Según ciertas noticias en la prensa diaria, como respuesta razonable, ha aumentado abruptamente la venta de tinacos. Que yo conozca, todavía no hay evidencia "dura" de un alza de sus precios.
Como quiera, un preocupado político ha pedido formalmente a la Profeco "la vigilancia, la supervisión" (sic) de todo lo referente a productos destinados al almacenamiento de agua (tinacos, tambos, cisternas, etcétera). En otras palabras, supongo, le ha pedido que controle su eventual encarecimiento. Se trata de una sugerencia estándar, gastada por los años y por el uso que, en lugar de remediar el problema, lo agravaría. ¿Por qué?
Porque la cuestión de fondo se origina en un desastre natural, fenómeno sobre el cual la Profeco no tiene poder alguno. Esa es la realidad. Topar el precio de los tinacos (el eufemismo es "vigilar"), lo único que lograría sería desestimular su producción, exactamente lo contrario de lo que se necesitaría. El resultado de la buena intención del político aludido sería la escasez - -y seguramente un aumento de precios disimulado- -. Esto es Economics 101. Oferta y demanda elementales.
Un par de días más tarde se planteó lo obvio: un alza en la tarifa del servicio de agua. Pero, para hacerla "políticamente correcta", se propuso que fuera similar a la discutible DAC en la electricidad.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo originalmente publicado en Reforma.