Según Francis Fukuyama (FF), un distinguido politólogo de la Universidad de Stanford, el desarrollo político de una sociedad depende de la evolución de sus instituciones. En contraste, un proceso de descomposición política ocurre cuando ciertas instituciones sociales clave se deterioran, es decir, involucionan. (The Origins of Political Order, 2011).
En palabras simples, una institución es un conjunto de normas aplicables a conductas específicas ("reglas del juego"), que se considera valioso porque es estable, recurrente y, por tanto, predecible. Las instituciones pueden ser formales (por ejemplo, escritas) o informales (como las costumbres convencionales).
En el sencillo plano deportivo, una institución "palpable" es el reglamento de un partido de fútbol. Si los jugadores y el árbitro no lo respetan, el juego se desordena: se trata de un caso claro de decaimiento institucional. Otro ejemplo fácil y de enorme importancia actual está a la mano. Un gobierno tiene el monopolio legítimo de la fuerza, y debe ejercerla para defender la integridad física y patrimonial de los habitantes de un territorio. Si no lo hace, estamos frente a un hecho evidente de descomposición institucional y, por tanto, de degradación política.
En el ámbito más elevado el paradigma es, desde luego, una Constitución política: una ley suprema, de observancia general, que limite el poder.
Las sociedades modernas se caracterizan por la rapidez con que cambian y por su creciente complejidad. En concordancia, FF identifica dos causas principales del decaimiento político: la rigidez institucional (su incapacidad de adaptación); y, lo que llama la tendencia al regreso a un régimen clientelista-patrimonialista.
Frente a ello, dice FF, es muy importante que algunas de las instituciones fundamentales de la sociedad se adapten razonablemente a la variación de las circunstancias. El problema al respecto, agrega el profesor, es que las sociedades propenden a ser conservadoras y, entonces, las instituciones existentes tienden a la obsolescencia.
En la historia, la forma más común de interacción política es una relación clientelar: un líder otorga favores a cambio del apoyo que recibe de un grupo de seguidores. Los beneficios en cuestión consisten en bienes financiados con recursos públicos, o en puestos administrativos o políticos influyentes. En las sociedades patrimoniales, señala FF, "la lealtad es más importante que el talento en la organización de la administración pública". En América Latina, el autor destaca como tal el caso de México en la época del PRI. Y advierte, ominosamente, que el patrimonialismo es un "fenómeno recurrente" a nivel mundial. ("El pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado", lamentaba sabiamente William Faulkner).
La cuestión, concluye FF, es que el funcionamiento de una sociedad compleja precisa de instituciones especializadas y autónomas. ¿Por qué? Porque las tareas a realizar se efectúan mejor si se asignan a entidades con capacidad técnica, cuyos operadores se seleccionan y promueven en función de sus conocimientos y habilidades, no de su filiación política.
Hay comentaristas que han señalado como logros del régimen actual el haber dado prioridad a los pobres y el haber aumentado el salario mínimo.
Veamos algunos números:
La productividad crece si aumenta la dotación de capital, tanto físico como humano. ¿Cómo? Mediante la inversión y la educación.
El autor es profesor de Economía de EGADE. Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.