Néstor Kirchner (NK) ganó las elecciones presidenciales en Argentina en 2003, ofreciendo a la gente un programa de corte populista, dentro de la tradición peronista. Su propuesta fue bien recibida por una población económicamente lastimada por el fracaso estrepitoso de un modelo basado (falsamente) en la paridad fija entre el peso argentino y el dólar.
El gobierno de NK se benefició al principio de un entorno internacional favorable, en la forma de precios al alza de las exportaciones argentinas de materias primas. En 2007, su esposa, Cristina Fernández (CK), le sucedió en la presidencia. CK gobernó el país hasta 2015. La política económica de su régimen, a menudo radical, causó graves distorsiones de todo tipo, en particular en el sector exportador, y aceleró un proceso inflacionario.
Como es (muy) frecuente, el gobierno de CK atribuyó las dificultades crecientes a la acción negativa de ciertos grupos internos y, por supuesto, al demonizado FMI. En ese ambiente turbulento, Mauricio Macri, un político peculiar (exitoso empresario de la construcción y presidente excepcional del Boca Juniors) ganó la presidencia, con una orientación de centro-derecha. Macri no logró estabilizar la economía, simplemente porque no corrigió suficiente el desequilibrio fiscal; elevó la meta para la inflación; vulneró la independencia del banco central; y, como consecuencia de todo, no atrajo a la inversión productiva. Así pues, en 2019, el kirchnerismo de centro-izquierda regresó al poder, en la persona de Alberto Fernández (AF).
A AF le ha tocado batallar con los desastrosos efectos del Covid-19. En total, su gestión no ha sido positiva. Al contrario. Por ejemplo, en junio de este año la inflación llegó a 64%, (véase gráfica). Vale reconocer que se trata de un problema endémico en Argentina y, por ahora, de un fenómeno de carácter global... toda proporción guardada. Para este año, se pronostica un aumento de la pobreza extrema, a pesar de un incremento de alrededor de 3% en el PIB real.
El relato anterior viene a cuento porque, en la prensa diaria mexicana, algunos articulistas han celebrado la llegada al poder de Gabriel Boric y de Gustavo Petro, como parte de una "ola" de izquierda política en América Latina. A ella se sumará, dicen, Lula en Brasil. Entre los integrantes previos de lo que llaman una "marea rosa" -prometedora, según los aludidos- los comentaristas han incluido a Alberto Fernández. Tal inclusión es sorprendente. Con franqueza, espero (sin mucha convicción) que Boric y similares tengan un desempeño distinto que el muy lamentable que ha caracterizado a AF. ¿Por qué?
Básicamente:
1.- Porque AF ha seguido usando la técnica kirchnerista que grava las exportaciones y desincentiva la inversión privada.
2.-Porque el banco central (en sus propias palabras) "asistió excepcionalmente al Tesoro para enfrentar las necesidades (de financiamiento) para hacer frente a la pandemia". En español, eso significa que echó mano de la creación de dinero; o, como dice un crítico, realizó "un festival de emisión monetaria", lo que explica en buena medida el ascenso espectacular de la inflación.
3.-Porque ha avanzado muy poco hacia la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, lo cual se ha reflejado en la abrupta depreciación del tipo de cambio. La caída ha sido del orden de 26% en lo que va del año en la cotización oficial, pero del doble en lo que se conoce curiosamente como blue, que no es otra que un mercado negro de divisas. La baja no ha sido mayor porque el banco central ha utilizado sus reservas para contenerla, y porque aplica restricciones al acceso de dólares.
4.-Y, finalmente, porque, en suma, en aras de objetivos siempre loables como erradicar la pobreza y aminorar la desigualdad, ha ignorado los preceptos básicos de la Economía. Ese es el pecado recurrente del populismo. Por desgracia, el castigo lo sufre la población.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.