Banxico publicó la semana pasada las cifras de la balanza de pagos correspondientes a 2024. Incluso en forma resumida, se trata de un conjunto formidable de números y conceptos cuya interpretación requiere cierta especialización. Como quiera, entre toda la información meticulosa presentada por el Banco Central, es útil destacar un par de renglones que han recibido mucha atención por parte del público en general.
En lo que toca a la trayectoria de la Inversión Extranjera Directa (IED), resulta que entre 2023 y 2024 su cuantía apenas aumentó en unos 400 millones de dólares. Y ello, como consecuencia del crecimiento de las "reinversiones", porque las llamadas "nuevas inversiones" fueron menores en algo así como 2,000 millones. En lenguaje sencillo, eso quiere decir que la afamada "relocalización internacional de empresas", que tanta publicidad recibió a lo largo de los años más recientes, simplemente no ocurrió. (Véase Gráfica 1). ¿Por qué? Algunos comentaristas atribuyen lo sucedido, al menos en parte, a la incertidumbre y volatilidad de los mercados financieros mundiales. A ello añaden las dudas asociadas a las políticas económicas del gobierno de D. Trump. Finalmente, casi con tersura, agregan la existencia de factores internos desfavorables.
Sin embargo, otros analistas, con más crudeza, señalan como elementos adversos a la inversión el listado conocido: la debilidad del Estado de Derecho, la inseguridad personal y patrimonial, la inestabilidad de "las reglas del juego", el deterioro institucional, etc. En suma, la conformación de un "ambiente" poco propicio para los negocios, para decirlo con mesura.
Fuera como haya sido en el pasado reciente, no hay en el horizonte elementos que permitan vislumbrar un futuro más prometedor.
Es curioso notar, de paso, que para ciertos opinadores México sigue siendo "un destino atractivo para la inversión", a pesar de las sombras actuales y previsibles. Probablemente estén pensando, con optimismo, en una eventual mejoría en las políticas públicas, tanto externas como nacionales, o, quizás, en un empeoramiento de las relaciones económicas entre Estados Unidos y China.
Uno de los objetivos de la administración federal pasada -adoptado por la actual- ha sido alcanzar la denominada "autosuficiencia energética". Tal propósito es debatible en cuanto a su conveniencia económica, aunque podría justificarse apelando a alguna noción de "seguridad nacional". En todo caso, no se ha conseguido en lo que toca a los productos petroleros. (Véase Gráfica 2). Vale notar que el cambio abrupto en cuanto a la participación del sector privado en la producción, realizado en el sexenio anterior, actuó en contra de la finalidad oficial. Entiendo (con esperanza cautelosa) que hay en curso un viraje al respecto.
La percepción de que las exportaciones son "buenas" y que las importaciones son "malas" conduce, sin remedio, a juzgar como preocupante un déficit en la balanza comercial externa. Durante 2024, las importaciones de bienes y servicios excedieron a las exportaciones correspondientes y el saldo negativo resultante fue superior (en 375 millones de dólares) al observado un año antes. Sin embargo, su tamaño absoluto y relativo es muy pequeño, de manera que no es de veras motivo de inquietud, ni siquiera para quienes consideran su mera existencia como una señal de que hay algo que corregir.
Las importaciones aumentan la cantidad de bienes y servicios disponibles para el consumo y la inversión de los residentes de un país. Las exportaciones son la manera en que se pagan por ellas, tarde o temprano.
El gobierno consiguió un "acuerdo voluntario" para topar el precio de la gasolina en $24 pesos el litro. Otra política pública incongruente.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.