Productividad, la clave ausente

Artículo publicado originalmente en la sección de Glosas Marginales del periódico Reforma.

Los pronósticos más comunes "dicen" que el PIB real de México crecerá en 2023 algo así como 1%. Los analistas de veras opinan que ello será consecuencia, entre otras cosas, de la desaceleración de la economía de Estados Unidos. Recientemente, el FMI apuntó: "Se espera que (el ritmo de) la actividad económica disminuya de 2.1% en 2022 a 1.2% en 2023, dado un crecimiento global y estadounidense más débil, y condiciones financieras globales más apretadas". (La traducción y las negritas son mías).

Lo cierto es que la tasa de crecimiento del PIB de México, en términos reales, ha sido muy lenta desde hace mucho tiempo. En el pasado reciente, ha sido afectada por eventos como la pandemia, pero también por errores de política económica.

El crecimiento económico, según la teoría estándar, es consecuencia de un aumento en la dotación y calidad de los factores de la producción (básicamente, trabajo y capital), y/o de un incremento de la eficiencia con la que se combinan. Esto último depende de la tecnología empleada y de las características del entorno institucional.

En México, la fuerza de trabajo crece en forma moderada: un poco menos de 1.9% por año. Desafortunadamente, su educación está lejos de ser la apropiada, a juzgar por los resultados de las pruebas internacionales más acreditadas (PISA, 2018). En los tres renglones examinados, los estudiantes mexicanos se sitúan en el lugar 35-36 entre 37 países de la OECD. La educación, por supuesto, sobre todo la primaria y la secundaria, hace a los trabajadores más productivos.

En cuanto a la formación de capital físico, ya he comentado repetidamente en estas páginas su debilidad, tanto en la forma de inversión privada como pública. Su tamaño relativo (con respecto al PIB) es muy pequeño y ha venido cayendo.

En lo que toca al entorno institucional, basta con decir que "las reglas del juego" son inciertas e inestables, lo que se traduce en un "clima de negocios" poco propicio al crecimiento, por no decir, de plano, que es adverso.

Finalmente, en lo referente a la tecnología, es muy importante recordar que, en México, el gasto en investigación y desarrollo no llega a 0.5% del PIB, lo que lo sitúa entre los últimos lugares en el mundo en este aspecto.

Para medir la relevancia de la tecnología en el crecimiento económico, los economistas han construido un indicador que se denomina Productividad Total de los Factores (PTF). El INEGI lo calcula para México. Sin entrar en detalles técnicos complejos, un aumento de la PTF se traduce en mayor crecimiento, simplemente porque significa que se obtiene más producto con los mismos insumos.

¿Qué ha pasado con la PTF en México? Según las estadísticas del INEGI, entre 1991 y 2020, la variación promedio anual de la PTF fue -0.45%. ¿Qué significa eso? Que el magro crecimiento registrado en el PIB real ha sido consecuencia sólo del aumento de los factores de la producción. No hay razón alguna para suponer que "las cosas" hayan cambiado en el pasado reciente.

En total, en realidad no hay nada nuevo en lo escrito párrafos arriba. La evidencia empírica es convincente: para lograr que la economía de un país crezca a largo plazo, en forma significativa y sostenida, y que se traduzca en un alza del bienestar de su población, es necesario aumentar la productividad. ¿Cómo?

La respuesta es obvia: mejorando de veras la educación; promoviendo la inversión productiva; gastando inteligentemente en investigación y desarrollo; y, por supuesto, creando y fortaleciendo las instituciones "correctas" (derechos de propiedad bien definidos y vigentes; mercados competitivos; regulaciones sensatas; etc.)

La fórmula se conoce, pero han faltado la visión y la voluntad política para aplicarla.

El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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