Preguntas clave para el tiempo de guerra

Artículo publicado originalmente en la columna Riesgo y Valor del periódico Reforma

La primera pregunta: ¿estamos entrando a una guerra que tiene tintes más amplios que sólo el Medio Oriente? —porque, debe reconocerse, una guerra en Medio Oriente es cosa ya de rutina, por desgracia—. No es posible contestar con certeza, y de la duración del conflicto ni hablar, pero la Academia de Ginebra contabiliza cerca de 120 conflictos armados no internacionales alrededor del mundo, un número triplemente mayor que en el 2000. El mundo se ha vuelto un pajar seco, uno que se incendia fácilmente. Muchas son las razones de esto y las últimas dos entregas en esta columna de Riesgo y Valor ofrecen algunas pistas, pero en corto: las distancias entre grupos de interés, grupos económicos, ideologías, partidistas se han ampliado mucho, sobre todo en el eje de la riqueza y los privilegios, lo cual ha llevado a las partes en pugna al conflicto armado en muchos lugares.

De estos 120, al menos un tercio podrían hacer causa común con alguno de los implicados de la guerra ocurriendo en Medio Oriente, por lo que las probabilidades de que escale (como la participación de hace dos días de los Estados Unidos) también han subido.

La segunda pregunta es muy cercana: ¿esta guerra tendrá también los efectos conocidos sobre las variables económicas que conflictos pasados? Lo más sensato es contestar que sí, es decir, una guerra trae, sólo en lo económico, mayor producción y crecimiento a los países participantes, suponiendo que no sufren la destrucción masiva de infraestructura. Traen aumentos del precio de bienes commodities (crudo en particular, lo cual muchas veces es preludio de recesión); por lo general, traen aumentos en los precios de acciones en la bolsa. Los bonos suelen sufrir por los aumentos de tasas (que llegan en respuesta al temor de la inflación resultante), el déficit fiscal se amplía y ciertos sectores pueden sufrir desempleo en favor de los que quedan en boga por el conflicto.

Por el papel antagónico que ha jugado Trump en la arena global, ¿el mundo como un todo se apartará poco a poco o incluso de tajo del dólar, de la bolsa americana, sus bonos, su comercio? No puede ocurrir de tajo en ninguno de los confines listados, pero sí habrá un distanciamiento en algunos de ellos, al menos bajo el liderazgo de Trump. El dólar está en el 58% de las reservas del mundo, pero viene bajando lentamente. La bolsa estadounidense ha crecido cerca del 14% anual en los últimos tres quinquenios y las utilidades de sus empresas un 9% anual. Es difícil abandonar, sólo por principios, un éxito tan difícil de imitar. El comercio sí sufrirá, pero lentamente también, no de tajo.

¿Qué están haciendo en su gran mayoría las instituciones con su portafolio, en respuesta a este nuevo escenario de guerra? La gran mayoría de las casas de bolsa y las oficinas de familia, según encuestas periódicas de UBS, mencionan que “se quedarán igual” para los próximos cinco años, aunque muchos también están aumentando su asignación a bolsa en países desarrollados, al equity privado, así como a metales preciosos. Hay una clara reducción también generalizada de plazo en la cuota de renta fija, un sentimiento todavía débil de salir de Estados Unidos y reubicar algo de la apuesta al “resto del mundo”, incluyendo los países emergentes (que suelen ganar con la depreciación del dólar, si ésta continuara, porque la guerra no acabará de fraguar).

Si volvemos al escenario de hace un mes, esto es, guerra comercial pero no conflicto global, ¿qué rol le queda a China en todo esto? Ellos estarán botando un torrente de bienes manufacturados a precios de ganga por todo el mundo que los reciba —lo harán directo o por medio de las exportaciones de otros países (ya se nota en Vietnam, Indonesia, Malasia, Tailandia, Singapur y otros, la reexportación hacia los Estados Unidos y otros destinos). Esto ayuda a la inflación global, más no al crecimiento, pues la presión que recibe es de esperar como consecuencia.

Un viejo sabio de pláticas de café me dijo una vez este refrán: “prefiero al burro que pregunta, que al listo que contesta”. Es sano, en suma, hacerse preguntas profundas, pero las respuestas son superficiales la mayoría de las veces, hay que prepararse más bien, según el escenario que juegue final.
 

El autor es profesor de Economía y Finanzas de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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