Un cuento de Ruido y Furia II

Artículo publicado originalmente en la sección Riesgo y Valor del periódico Reforma

En el ensayo anterior mencionamos que muchas cosas en el mundo están en grave desarreglo. Una parte creada por la tendencia humana perseguir el poder, el pago inmediato de todo y la bajísima tolerancia (a esperar la recompensa a aceptar al resto de la gente con valores distintos a los propios) que la tecnología ha propiciado. Japón, China, Alemania, EE. UU. y otros países ricos, así como los que están en desarrollo, cometen graves errores que, en este punto, han roto trozos del dique que aguantaba sus consecuencias, pero ya no lo pueden hacer más.

The Economist reporta 150 conflictos bélicos alrededor del planeta, algo inédito desde la Segunda Guerra Mundial, lo cual abonará problemas de inflación y desabasto. El cambio climático también ha causado fuertes cambios en cuanto a migración, desaparición y comportamiento de miles de especies de animales, plantas e insectos. Todo esto añade al estrés del planeta y de la gente de muchas formas (mayor temperatura, trae más crimen y menor productividad, por ejemplo).

Por otro eje, se apalancan los dolores económicos por la volatilidad de los mercados y la desconfianza que la alimenta (en estos días, los índices de confianza llegan a sus puntos más bajos desde el 2008), la cual su vez viene de una ansiedad por el futuro, impregnada ya en las generaciones jóvenes, las cuales han montado toda su existencia en el medio digital que los alimenta y los satura, con efectos tangibles en la forma de invertir, decidir, formar hogares, partidos y de tejer comunidades y una vida social (hay nuevos picos en datos de suicidio de hombres jóvenes). Al proyectar con ello una sociedad cada vez más materialista, el reflejo en la tolerancia (por ejemplo, hacia la inmigración y hacia el actuar de los gobiernos), los valores y la búsqueda de la paz se ha diluido.

En un estudio de 145 años de historia, los bebés ya no son nombrados con nombres que reflejan virtudes como fuerza, inteligencia, benevolencia, amor, religión y gozo, sino con los que contienen la idea de belleza y bienes materiales. La crisis que vive el mundo no esta sólo en la narrativa económica, sino captada en los deseos que los padres tienen para sus hijos para un futuro incierto, con el nombre que les dan al nacer.

Por esto mismo, y aunque hubo un movimiento hacia el secularismo muy fuerte que comenzara en especial desde el evento del 11 de septiembre, la pandemia generó un cambio nuevo, un despertar de un vacío existencial en la población con un regreso marcado durante los últimos seis años a la búsqueda interior de respuestas más allá de lo material, según el Instituto PEW, quien reporta que más personas buscan la espiritualidad - la adscripción las religiones, el cristianismo en particular- que algún tipo de alquimia cósmica debería dar sentido al caos.

Parafraseando en mis propias palabras a Macbeth, el general escocés que fue engañado por la profecía de unas brujas en la novela de Shakespeare: "Pareciera que la vida es un cuento tonto sin sentido, repleto de ruido y furia"; podemos captar que tanto el personaje como su autor estaban hastiados de su destino, ambos habían perdido seres queridos ante el suicidio y ambos cargaban con la culpa y la desesperanza. Muchos el día de hoy se sienten hastiados también del devenir de la economía mundial y pareciera que todo el daño se desatara de pronto. La conexión entre lo económico y lo social, desde mi punto de vista, es la pérdida de valores, en parte propiciado por un giro a lo material y el avance mismo de las eco-nomías, el progreso y con él, el ingreso, pero voltear hacia el cosmos debe avudar.

¿Qué sigue entonces? Pues nos habíamos acostumbrado a una época dorada la posguerra) que ansiábamos extender (con Reagan en los 80's, con internet en los 90's y la deflación de China en los 2000's), pero esto no se sostendrá más. Lo normal no es lo dorado, sino lo contrario, las eras pasadas de siglos y siglos lo confirman. Ciña sus lomos, estimado lector; esto no ha acabado. Viene más. Saldrá avante quien pone su mirada adelante, trabaja con ahínco y piensa en los otros y no sólo en sí mismo. Sí es cuesta arriba, pero no tiene que hacerlo solo.

El autor es profesor de Economía y Finanzas de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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