Según algunas opiniones, la pandemia no provocó un colapso del consumo privado en 2020. Ello, se dice, debido a las transferencias de dinero a las familias por parte de gobierno federal, y a las remesas de recursos por parte de los trabajadores mexicanos en el extranjero.
Desde luego, la validez de la expresión anterior depende de la interpretación que uno quiera darle a la palabra "colapso". De acuerdo con el diccionario de la RAE, "colapso", en su segunda acepción, quiere decir "paralización a que pueden llegar el tráfico y otras actividades". Ciertamente, en el segundo trimestre del año pasado no hubo una "paralización" del consumo, pero sí una caída extraordinaria del 21 por ciento en términos reales, con respecto a su nivel del mismo trimestre de 2019. Esto se ve con facilidad en la gráfica que acompaña a este texto. Las cifras son de las cuentas nacionales.
En cuanto a la influencia de los factores citados, caben dos observaciones sumarias: 1.-las transferencias gubernamentales referidas existían desde antes de la ocurrencia del Covid-19; y, 2.-efectivamente, las remesas aumentaron en forma notable cuando la enfermedad brotó; de hecho, en marzo 2020 alcanzaron el nivel sin precedente hasta entonces de 4 mil millones de dólares (¡48 por ciento más que en el mes inmediato anterior!) y, aunque disminuyeron un poco en los meses siguientes, crecieron después hasta llegar a 4 mil 500 millones en mayo de este año.
Sobre el segundo punto previo, sin pena alguna, me permito repetir un par de frases que usé en Twitter hace poco. Aquí va la primera: "Las remesas son simplemente el dinero que los trabajadores migrantes envían a sus familiares en su país de origen. Constituyen una muestra de su sentido de responsabilidad, de su solidaridad. En términos económicos, son ingresos derivados de la exportación de mano de obra". Y añadí, quizá innecesariamente: "No prestan apoyo a la complacencia gubernamental. Al contrario, son evidencia de la incapacidad de las políticas públicas para incentivar la generación interna de empleos productivos".
Fuere como haya sido, de acuerdo con los datos citados del INEGI, en el primer trimestre de 2021 el consumo privado se situó todavía 4.2 por ciento debajo de su nivel un año antes. (Como la población ha seguido creciendo, el descenso del consumo per-cápita ha sido aún más pronunciado que lo expresado por dicha cifra). Ha ocurrido entonces un "rebote" significativo, conforme han tendido a aminorarse el confinamiento de la población y el cierre de establecimientos. Es lógico suponer que una fracción del resurgimiento del consumo es apenas la reposición del gasto pospuesto durante el periodo crítico de la pandemia.
El INEGI elabora también un Indicador del Consumo Privado en el Mercado Interior, de frecuencia mensual. Su dato más actualizado corresponde a abril de este año; si se compara con la cifra referente a febrero 2020, es decir, un mes antes de la erupción de la pandemia, resulta que el consumo ha caído "sólo" un 2.7 por ciento.
Con el bagaje numérico descrito, y con otras estadísticas pertinentes, los analistas cuya inclinación son los augurios anticipan una mejoría gradual del consumo, condicionada a la extensión de la vacunación; al fortalecimiento de la confianza del consumidor; y, por supuesto, a la continuación, aunque sea pausada, de la actividad productiva (en particular, de las exportaciones a Estados Unidos).
Desde luego, subsisten riesgos. El más notorio consiste en la difusión de las variantes del virus. Otro, de prominencia reciente, es el repunte de la inflación. (Hay más, pero no quiero ensombrecer mucho este artículo).
Como siempre, hacer pronósticos califica entre los deportes extremos.
El autor es profesor de Economía en EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.