En general, las monedas de los principales países de América Latina son débiles en cuanto a su valor externo. La principal razón de esta blandura (casi) perenne, en el largo plazo, es el exceso de la inflación en cada una de sus economías en relación con la de Estados Unidos. La causa de fondo es, por supuesto, la manía de diseñar y poner en práctica políticas económicas incongruentes, desafiando ya no digamos la lógica económica, sino la simple experiencia. De esto último hay ejemplos de sobra, y vienen más en camino, a juzgar por los resultados electorales recientes y potenciales (Perú, Honduras, ¿Chile?).
El tipo de cambio tiende también a depreciarse si se deteriora la relación de precios entre lo que se exporta y lo que se importa. La razón es sencilla: si, lo que se vende afuera se abarata, la balanza comercial "empeora", lo que tiende a debilitar la moneda nacional.
En el corto plazo, el tipo de cambio (flotante) de cualquier moneda depende de la naturaleza volátil de las noticias, es decir, de las sorpresas, de lo inesperado. Por tanto, es prácticamente impredecible. La aparición imprevista de Ómicron en la nómina de los virus, por ejemplo, se tradujo en una depreciación de muchas divisas, en particular de las economías en desarrollo (vulgo, subdesarrolladas). Las sorpresas negativas inducen salidas de capital (o menores entradas), que impulsan al alza el precio del dólar.
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En lo que sigue, presento cuatro gráficas que ilustran la trayectoria descendente en general del valor externo del peso argentino, del peso colombiano, del peso chileno y del peso mexicano. Las ilustraciones cubren el periodo que va de 2015 a la actualidad. ¿Para qué? Para apoyar la idea de que, en mayor o menor grado, la depreciación parece ser el destino común de las divisas mencionadas. En el lapso considerado (de casi siete años), el peso argentino se ha depreciado 91 por ciento, el peso chileno 24 por ciento, el peso colombiano 40 por ciento y el peso mexicano 30 por ciento. La gruesa similitud de los movimientos sugiere que su explicación reside más en ciertos factores estructurales que en las anécdotas del momento.
Al extender la mirada mucho más atrás no se modifican las tendencias generales. Por ejemplo, hace 30 años el peso mexicano valía unos 33 centavos de dólar; hoy día, vale menos de 5 centavos.
En la historia económica de América Latina, las inflaciones desbocadas, las crisis externas y las grandes devaluaciones han sido episodios recurrentes. La explicación estándar al respecto enfatiza la importancia de dos grandes factores: la debilidad de las instituciones (i.e., ausencia del imperio de la ley; incertidumbre del derecho de propiedad); y, la inconsistencia de las políticas económicas (i.e., expansión monetaria desordenada vs tipo de cambio controlado). Desde luego, dichos elementos interactúan.
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El caso patológico por excelencia es el venezolano. En enero de este año, el precio de un dólar era 1 millón 104 mil bolívares. Hace cosa de un mes, cuando el tipo de cambio (oficial) alcanzaba 4 millones 137 mil bolívares, el bolívar se redefinió dividiendo su valor nominal entre 1,000,000. Con tal aritmética, la cotización actual es algo así como 4.6 bolívares por dólar. Este es uno de los muchos y muy lamentables resultados del absurdo chavismo económico.
El autor es profesor de Economía en EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.