Francis Fukuyama (FF) es un distinguido académico estadounidense, quien se desempeña como investigador en el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Stanford.
FF es un autor prolífico y polémico. En 1992 publicó un libro que causó una extraordinaria controversia, empezando por su título: The End of History and the Last Man. Su tesis principal era que la democracia liberal en lo político, y el libre mercado en lo económico, constituían, para todo fin práctico, la cumbre de la evolución social.
Además de la obra ya citada, de FF he leído, en desorden cronológico, Trust; The Origin of Political Order; Political Order and Political Decay; Identity; y, hace un par de semanas, Liberalism and its Discontents. De este último me ocupo en lo que sigue, en forma breve y quizás injusta.
Según FF, el propósito de su libro es defender los fundamentos del liberalismo clásico, frente a sus críticos tanto de la derecha como de la izquierda. Para el caso, FF acoge una estupenda caracterización de la tradición liberal, elaborada por John Gray: el liberalismo es individualista, igualitario, universalista y meliorativo. (Esto último quiere decir que cree en la capacidad de mejora de un sistema).
Los descontentos con el liberalismo construyen sus repudios, sus exigencias, sus denuncias, etc., atacando precisamente las características mencionadas. En lo específico, quieren transformar el sistema liberal en uno que enfatice los valores del grupo en lugar de las preferencias del individuo; que agregue la igualdad económica a la igualdad ante la ley; que restituya el vigor del nacionalismo, disminuido por la integración regional; y, en el extremo, quieren de plano cambiar de sistema.
FF señala, con toda razón y con evidente fundamento histórico, que los ataques al liberalismo tienen casi la misma edad que la propia doctrina. El romanticismo, el comunismo y el nacional-socialismo son apenas tres ejemplos notables de sus enconados (y derrotados) enemigos. En la actualidad, sus adversarios acérrimos son los populistas-nacionalistas (de derecha y de izquierda), y los llamados "progresistas".
A mi entender, la defensa de FF del liberalismo es muy eficaz en algunos aspectos. Sin embargo, yerra en otros de sus juicios. Ciertos males del liberalismo, dice, son consecuencia de su parcial transformación en el "neoliberalismo", que (sic) "devino en algo como una religión"; que "condujo a desigualdades grotescas"; y, que "consiguió desestabilizar la economía global y... minar su propio éxito". Son cargos muy graves, y creo que FF se equivoca de presunto culpable.
En cuanto a las desigualdades, FF ignora el papel desempeñado por la simbiosis entre gobiernos y ciertos agentes económicos, lo que se conoce como crony capitalism, una asociación que genera ingresos anormales ("rentas"). Al respecto, FF cita un caso notable (mexicano, por cierto), pero no analiza sus implicaciones. Tal vinculación es reprobada por los pensadores "neoliberales". FF olvida también el rol de la innovación, como explicación de muy altos ingresos temporales para el innovador.
En lo que toca a la inestabilidad, FF alude en particular a la Gran Recesión Mundial de 2008-2009. FF atribuye la crisis a la desregulación financiera y a la codicia privada... pero no a la política monetaria laxa que propició en primer lugar el excesivo crecimiento del crédito. Los analistas "neoliberales" fueron críticos, tempranos y certeros, de las distorsiones creadas por las incongruencias de las políticas públicas.
El capítulo final de Liberalism... delinea unos cuantos "...principios generales que deberían guiar la formulación de políticas más específicas" en una sociedad liberal. Los enuncio enseguida, sin pretender explicarlos y, menos aún, discutirlos. (Me conformo con la intención de provocar la lectura del texto original).
Primero, aceptar la necesidad de un gobierno confiable, de calidad. Sin olvidar, acotaría Norberto Bobbio, que "el núcleo original del liberalismo clásico (es) una teoría de los límites del poder del Estado".
Segundo, devolver el poder al nivel de gobierno más bajo apropiado (subsidiariedad).
Tercero, reconocer la primacía de los derechos individuales sobre los derechos de un grupo, como quiera que éste se defina.
Cuarto, admitir que la autonomía individual no es ilimitada.
Quinto, adoptar la moderación como virtud cardinal de la conducta política, como recomendaban los griegos antiguos.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.